Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera

EL PASEANTE NAVEGA
POR EL ARTE CONTEMPORÁNEO

 Obra expuesta en ARCO 2018

 

Mañana gloriosa de sábado en Madrid. El paseante mira la Sierra con nostalgia, pero no, hoy no. Hoy toca caminar y mirar: me voy a dejar caer por Arco, la Feria de Arte Contemporáneo.

Lo hago siempre que puedo desde que abrió sus puertas hace casi cuarenta años. Algo, poco pero algo, tuve que ver en su creación . Me viene a la memoria una reunión  con Adrián Piera y Juana de Aizpuru en la Cámara de Comercio para elegir el cartel del primer Arco. Piera me dio juego porque sabía que me gustaban estas cosas. Me enganché a él, al arte contemporáneo. Soy un ignorante que se deja sorprender, que se deja fascinar, que mira y se asombra. Un ignorante sí, pero que algo ha ido aprendiendo  de la mano de Mariví y Fernando Meana, grandes coleccionistas y grandes amigos.

Este año voy en metro. Se nota que es sábado por la cara alegre de la gente. Miro a mi alrededor y me pregunto quienes irán conmigo a Arco. Me hago apuestas a mi mismo. Una pareja sentada cerca de mi seguro que sí, pero otra que tengo enfrente de mi seguro que no, me digo. Van con un hijito al que no dejan de mirar. Se les ve embelesados. El padre juega continuamente con las manos del niño, con sus piececitos… Es como una “performance” para mi disfrute particular.

A medida que nos acercamos a Ifema, el vagón se llena de gente. Casi todos vamos a lo mismo. Salimos del Metro a buen paso. Estamos deseando llegar. No somos ni expertos, ni entendidos ni coleccionistas. Hoy es el día de la “gente”. Somos “gente” a la que nos gusta el arte de hoy, porque sí. A otros no les gusta nada: hay una especial relación amor odio sobre el arte contemporáneo

Voy solo. Así puedo pasear a mi aire y pararme donde quiera y todo el tiempo que quiera. Dispuesto a mirar a dejarme seducir, a no entender, a enfadarme, a cansarme… Veo un cuadro que me hace recordar al gran Pablo Maojo, el artista asturiano del rojo y el azul y me paro a mirarlo.

La galerista se da cuenta de mi interés y me dice que podría ser un “Rothko”. Es del alemán Gerold Miller. Me lo llevaría; sin duda me lo llevaría. ¿Sería una “buena” compra?. A mi me gusta, eso es todo. No creo que en el arte contemporáneo haya mucho que entender: la emoción puede sobre la razón. Sigo mi ruta recreándome en ideas tan peregrinas sin pararme a pensar lo que dirán “los entendidos” y me encuentro con Sofía Urbina una autentica “entendida”. Es para mi como una hija y quiere aconsejarme.  “Antonio, hay un Plensa de alabastro de un tamaño ideal para tu casa” me dice.

También me lo llevaría; en realidad me lo llevo en la imaginación. Me llevo todo. Lo que no me podría llevar porque ya se lo han llevado mis amigos los coleccionistas es una delicada escultura de la galería lisboeta de Pedro Cera.

No importa, quizás me la regalen algún día. Todo es posible en el entorno de este arte que para algunos es decadente. Bueno dejémoslo. En pocos años las “obras de arte” serán de autores nacidos en el siglo XXl. Dejémoslo.

Un año más he trotado sin parar por Arco y os lo he querido contar. No todo lo que he visto me ha gustado. No todo me ha sorprendido. Pero con todo he disfrutado. Siempre lo hago y este año también. Arco provoca, Arco invita, Arco irrita, Arco abre puertas, tira dardos y, de vez en cuando,  crea polémicas. Hay que venir.

 A la vuelta, me encuentro con un viejo amigo de mis tiempos de Iberdrola. Es un ingeniero de caminos culto, muy amante de la música. Le digo que vengo de Arco y se echa las manos a la cabeza: “¡!que moderno!! Eso no es arte”, me dice, “yo no iría ni atado”. Creo que se equivoca, pero sé que no le convenceré por más que insista. Me cuesta trabajo entender cómo una persona cultivada como lo es él pueda rechazar de un plumazo el arte contemporáneo. Es tanto como negar el presente, es tanto como negar de algún modo la realidad. ¿Qué es arte y qué no? ¿Quién puede decirlo todavía hoy? Lo bonito, lo bello, lo que asusta, lo que te hace ver lo que no consigues ver, lo que te provoca angustia, lo que te deslumbra, lo que te muestra la realidad, lo que la reinventa, lo que descubre… ¿Quién lo sabe, quién puede saberlo? Hoy he navegado por el arte contemporáneo. Era sábado y me hice casi veinte mil pasos.

CARTA PASTORAL DEL GRAN FINK

 

Lo que les piden hoy nuestros clientes, que son, no lo olviden,  los dueños de sus empresas es “leadership and clarity that will drive not only their investmens returns but also the prosperity and security of their feilow citizens”

Carta de Larry Fink a los máximos ejecutivos de las empresas en las que invierten sus fondos.

 

¿Por qué llamo “gran Fink” al máximo ejecutivo de BlackRock? No me parece exagerado llamar así a alguien que tiene en sus manos  el mayor fondo de inversiones del planeta y mueve un capital de casi seis billones de dólares, cinco veces el PIB de España… No sé si podría llamarle grande por otros motivos, porque sea un buen tipo, generoso, altruista, comprometido con el bien común. Eso no lo sé, pero en lo que me estoy fijando ahora es en la enorme cantidad de dinero que custodia y que controla.

Veo su foto que es la que encabeza esta entrada y me impresiona. Debe de ser un personaje autoritario y muy seguro de si mismo. Quizás demasiado, pienso. Pero es normal, o eso creo, porque es evidente que manda mucho, que controla mucho dinero, suyo y de otros, sobre todo de otros. Pero poco importa lo que yo piense o imagine sobre lo que veo en el rostro de Fink. Lo que si importa saber es que millones de grandes y pequeños ahorradores confían en BlackRock y que son muchas las empresas que necesitan los dólares que emanan como churros de esa enorme y poderosa RocaNegra. Sabemos más cosas, sabemos que el tal Larry es un típico judío americano, más listo que el hambre, que no se para en barras, que es ambicioso y que está forrado. Un amigo mío liberal hasta los tuétanos, me dice que no es un tipo de fiar. Le recuerdo la fábula de las abejas de Mandeville, lo de los vicios privados y la virtudes públicas. Fink tiene mucho poder, y puede usarlo para bien o para mal, sin necesidad de que sea o haya sido un buen tipo.

Las cartas que dirige Fink cada año a los ejecutivos de las empresas suscitan una gran atención. Tienen, no me resisto a decirlo para que se vea que estoy al día, un efecto viral. Va dirigidas sobre todo a las empresas “beneficiadas” por los fondos de BlackRock pero  son leídas también con atención por los activistas sociales. Ven en ellas una especie de doctrina empresarial. No hay que descartar que se fijen en ellas potenciales ahorradores que buscan la mayor rentabilidad pero también sentirse bien, sentir que la inversión de su dinero servirá para el bienestar de la sociedad, para mejorar el mundo. A mi me la han hecho llegar dos hijos preocupados por estas cuestiones. La he leído y me ha parecido que tiene algo de pastoral, valga la analogía o la metáfora. Porque Fink pastorea a las empresas. Les dice  lo que deberían de hacer para ser acreedoras a las ayudas de BlackRock. Money is power. Les lee la cartilla ¿Qué dice Larry, sin ninguna autoridad que no sea la de los dólares, a esos CEOS innomimados, pero que están ahí, detrás de cada una de las empresas a las que va dirigida la carta?

Nada nuevo bajo el sol, me diréis si le echáis un vistazo.. Sí, es verdad, lo que dice Larry, no es nada nuevo. Me recuerda a la Rerum Novarum de León XIII. “Society is demanding that companies, both public and private, serve a social purpose” O sea, RSC/RSE, la dichosa y reiterada responsabilidad social de la empresa de la que tanto se hablaba hace no mucho tiempo. Realmente la vida no deja de depararte sorpresas. De estos asuntos me ocupé yo durante años en la Universidad Nebrija sin creer en realidad mucho en ellos. Lo nuevo, lo que impresiona o al menos me impresiona a mi,  es que sea una de las más genuinas representaciones del capitalismo, unos fondos de inversión, los que lo digan, los que lo exijan. Lo que son las cosas. Nunca hubiera imaginado algo así. Una especie de Encíclica de un judío americano a sus creyentes: sed buenos, tratad de reducir las lacerantes desigualdades sociales, de garantizar jubilaciones dignas, de proteger el medio ambiente.. Las cosas han cambiado. A mejor; otra vez mi inveterado optimismo. Hace algunos  años hicimos en Hidroeléctrica Española un documental sobre la labor social de la empresa. Nunca se proyectó en la Junta General como estaba previsto. A un consejero no le gustó alguna escena. “Lo que quieren los accionistas es un buen dividendo y todo lo demás les tiene sin cuidado” me dijo. Si se hubiera enterado Larry Fink a la Iberdrola de hoy BlackRock le habría retirado los fondos.

 

 

 

EL PASEANTE…

 

ESCUCHA EL RUIDO DE LA CALLE

 

Me gusta escuchar el ruido de la calle, las voces de la gente, el sonido de la ciudad, me pierden las ganas de descubrir al menos una parte de todos esos mundos que están ahí, desarrollándose, encontrándose, peleándose. Todos esos mundos que están en este, como decía el poeta…. Así es que ajusto bien mis audífonos, para no perder ripio y salgo a la calle cada día para airearme, para observar, para tratar de imaginar lo que hay detrás de cada mirada, de cada palabra, de cada cartel, de cada leyenda. Aquella pareja de jóvenes sentados en el suelo, aquel sombrero que se cae, aquella niña que se suelta de la mano de su padre… ¿Qué hay detrás de esa fotografía que tapa un edificio de la Gra Vía? ¿Qué está pasando dentro de ese edificio? No lo sé, solo camino, paseo, y pienso…. Si paseas no dejas de cavilar, no dejas de imaginar, no dejas de vivir. Porque en todas las vidas está la vida, y en todas la palabras, la palabra.

Veo a personas que hablan solas, que no tienen a nadie a su lado, que parece que hablan solas, que están mal, me digo… pero no, me equivoco, acabo dándome cuenta de que llevan los auriculares puestos. No prestan atención al que tienen delante, al que está a su lado. Puedo escuchar con toda tranquilidad. Me sorprende lo bien que habla hoy la gente, con qué precisión, con qué nivel de detalle explican las historias, sus historias, con qué seguridad exponen sus argumentos. A veces me asombra y me asusta su vehemencia, porque todos parecen estar en posesión de la verdad.. Y no dejo de imaginar lo que pueda estar diciendo y pensando la otra parte, esa parte que me pierdo. No dejo de elucubrar, de completar las historias. “Le juré que ya había hecho la transferencia” oigo decir y muevo dubitativamente la cabeza o “está insoportable, desconfiada, suspicaz”, y pienso para mi que  le habrán hecho a esa pobre mujer… El paseante, que soy yo, sigue las conversaciones que le salen al paso y aprende mucho de lo que oye y de lo que imagina que hay detrás de lo que oye. Al menos así lo piensa y eso le entretiene y le estimula.

Me pierdo con facilidad, soy despistado y no me cuesta nada preguntar. Me gusta hablar con la gente. Cualquier motivo es bueno para entablar una breve conversación. Es mi manera natural de ser. Compruebo que hay personas que están deseando poder hablar de algo, sobre algo. A veces llevo la mochila abierta. No me he dado cuenta. Alguien me avisa. Siempre hay alguien que te avisa cuando llevas la mochila abierta. La gente es generosa y te advierte. Pero también es temerosa, cada vez más temerosa. No se fía. Y prefiere verlo todo cerrado…

Ayer salí como de costumbre a pasear. Era el día en el que el Rey hizo entrega del Toison a la princesa Leonor. Conmemoraba su cincuenta aniversario. No percibí la noticia en el ruido de la calle. La gente está en otras cosas, me dirán algunos. No sé. Hay cosas que calan y de las que no se habla o se habla poco.. Pero calan. Eso espero. Al oir al  Rey dirigirse  a la princesa sentí una cierta emoción. Eran más o menos las mismas palabras que don Juan Carlos le dirigió a él cuando tenía la edad de su hija. Lo recuerdo bien y seguro que el Rey también lo recuerda. Todo cambia, pero lo esencial sigue ahí. Aunque el ruido de la calle parezca no percibirlo. Pero afortunadamente ahí sigue.

 

MÍRALAS, YA ESTÁN AHÍ !!!

 

 

 

 

“Han llegado las cigüeñas… 

Han llegado diciendo que se acabó la tristeza,

que la calma ha terminado …”

Pablo Guerrero

 

 

Ahí están. Han vuelto. Un año más. Nuestras cigüeñas. Ya sé que no son nuestras ni de nadie. Pero un poco sí lo son, y nosotros de ellas, naturalmente. Quien las ve primero avisa inmediatamente a través del chat familiar. Este año uno de mis hijos pudo hacer unas fotos rápidas de su aparición; no son muy buenas pero me han venido muy bien para ilustrar esta entrada. Si las miráis con atención comprobaréis que nuestras cigüeñas  no se equivocan como aquella paloma de Alberti que confundía el norte con el sur. Saben bien a donde se dirigen: van directamente a “su nido”. Así  consideran ellas el nido  que fabricó laboriosamente mi amigo Pedro Cuesta, el herrero del pueblo.

Se lo tenemos arrendado de por vida a nuestras cigüeñas. Sin coste alguno. Ellas son las joyas de la corona de nuestra casa. Se merecen el nido y mucho más. Forman ya parte inseparable de nuestro paisaje más querido. Cuando se acercan estas fechas estamos todos pendientes de su llegada y damos un respiro cuando las vemos rondar por los alrededores. Pregunto a mis hijos si comparten estas cavilaciones mías sobre la solemne aparición de las cigüeñas y parece que sí, cada uno a su modo. Me gusta saber lo que piensan, sienten y disfruto leyendo lo que me han escrito. Para ellos también tienen nuestras cigüeñas un valor sentimental, emocional, atávico quizás. Me viene a la mente aquello que dijo Cicerón en De Senectute: “plantarás árboles que otros verán crecer”. Me doy cuenta de que ha calado en ellos la idea de que hay bienes que podemos hacerlos propios, hacerlos nuestros, sin que dejen de pertenecer a todos, sin que dejen de ser comunes. Y eso me da mucha satisfacción. Y mucha tranquilidad también…

Uno de mis hijos ve la vuelta anual de las cigüeñas a nuestro prado “como un signo más de que la vida sigue y de que aquí seguimos”. No pensaba yo llegar a tanto, tan adentro, tan profundo, pero ahí estamos, y realmente me gusta. La ligereza y la profundidad están muy cerca la una de la otra, y mejoran cuando se mezclan bien…

 

¿Y si un día no volvieran? ¿Qué pasaría? Ya veis, es una pregunta casi de filósofo. Como decía antes, sería síntoma de algo, causa de algo, y daría que pensar. Nada sucede por que sí, sin alguna razón, o eso queremos creer. Pero hoy no estoy hablando de razones sino de emociones, de intuiciones, de miedos y de inseguridades. Y, en realidad, si me pongo a pensar, para mí y para mi familia, para nuestras vidas, si un año no volvieran, en realidad, no sucedería absolutamente nada. Dejaríamos de verlas, solo eso…

¿Solo eso? Dejaríamos de contemplar su vuelo, de escuchar su crotoreo, sus conversaciones, de observar sus rituales, de comprobar cada día como crecen sus crías. Y dejaríamos de sentir la extraña y tranquila sensación de que el mundo sigue girando como debe hacerlo. Vaya, pues sí, estoy empezando a pensar que si que pasarían cosas importantes en el caso de que no volvieran. Todas esas cosas intangibles de las que tanto nos alimentamos los seres humanos. Damos muchas razones, si, pero al final nos vencen la emoción, el miedo, la belleza. Y estas cigüeñas, sin saberlo ni ellas ni nosotros, sus devotos admiradores, significan un poco de cada: un poco de emoción, un poco de miedo, un poco de belleza. tanto de verlas como de no verlas. Porque la imaginación es muy poderosa, se crece y se recrea con lo que vemos, y también lo hace con lo que no vemos, con lo que no sucede como esperamos….

Todo cambia. Nuestras cigüeñas parecen la mismas pero en realidad son otras, son las crías que regresan al sitio donde nacieron. El cambio de año nos llama la atención sobre esto, sobre el paso del tiempo. Somos más mayores. Cada año damos cuenta de las cosas que siguen igual, que supuestamente siguen igual. Y nos fijamos en los cambios con suspicacia, con expectación, con ilusión… Necesitamos también comprobar que algunas cosas no cambian, o parece que no cambian… necesitamos signos de vida y de esperanza y eso es lo que traen cada año nuestras cigüeñas al prado de Cercedilla. No nos traen nada material. No dan algo distinto. Traen consigo un mensaje que cada uno de nosotros interpreta a su modo. Solo las vemos. Están ahí. Vuelan. Crían. Crean un hogar. Dan de comer. Siguen el curso de sus vidas sin fijarse en nosotros. Son tan grandes y tan ligeras. Nos traen todo eso que nos falta, que echamos de menos sin que apenas nos demos cuenta… Que cada cual ponga lo que considere. El caso es que han vuelto. Mucho antes de San Blas. Ya estábamos un poco impacientes. Ahí están.

DOCE MILLONES DE CRIATURITAS

 

“Yo puedo ser yo mismo, en internet puedo hacer cosas sin filtros”

El Rubius en la entrevista con Risto

 

Ni de oídas sabía yo quien era “el Rubius”, cuando oí hablar de él en un acto reciente organizado   por la red de Fundaciones Universidad Empresa. Todo el mundo parecía conocerle en aquel ambiente de empresarios y universitarios, al menos nadie preguntaba que quien era aquel señor, así que yo disimulé como pude mi ignorancia. La conferenciante, Pilar Llácer, experta muy conocida en la gestión de recursos humanos y transformación digital , se refería al “fenómeno Rubius” como algo significativo, como algo que había que tener en cuenta, y yo sin saber siquiera quien era Rubius. Me picó el amor propio. En cuanto tuve ocasión me fui a preguntarle a Google y Google me dijo que este joven “youtuber”, el término suena fatal en español pero poco a poco nos vamos acostumbrando a estos horrores, tiene más de doce millones de “followers”, otra perla del lenguaje habitual de nuestros días. Él, “el Rubius” llama “criaturitas” a sus seguidores, quizás con un poco de condescendencia, o quizás no, quizás un poco asustado de su propio éxito… Sea como fuere, el caso es que aquello era digno de atención, se trababa de un fenómeno de gran tamaño: doce millones nada menos!!!

Tenía que ver sus videos para conocer el secreto de su éxito. Y así lo hice. Ví alguno de ellos y no daba crédito, no entendía nada. Aquello me parecía una auténtica patochada sin gracia ni sentido. Les pregunté a mis nietos. Ellos sí conocían a “el Rubius”, por los videojuegos, claro que lo conocían pero no le daban la menor importancia… Parecía que era algo que no iba con ellos pero no les creí del todo. Es más, tengo la impresión de que la mayor parte de los jóvenes le conoce y le sigue. ¿De dónde salen si no esos doce millones de criaturitas? La inanidad y la intranscendencia alcanza a millones de personas en el mundo. Esa es la realidad, mal que nos pese.

Todavía no he conseguido explicarme del todo el qué y el cómo de esta historia. Acudí a la entrevista que le hizo el también famoso Risto para profundizar en el personaje. Si pincháis en la cita de esta entrada podréis ver el video en cuestión. Os recomiendo que lo hagáis. Seguro que estaréis de acuerdo conmigo en que este famosísimo “youtuber” recibido y jaleado por miles de jóvenes cuando llega a cualquier aeropuerto, es un muchachito decente y vulnerable. Se pone a llorar como un crio cuando habla del asedio de sus fans y es muy consciente de lo que puede y no puede hacer: “no vais a encontrar contenido ninguno en mis videos”, le dice a Risto, “son puro entretenimiento”. Él no tiene la culpa de nada, no engaña a nadie, se me ocurre pensar. Pero ¿la culpa de qué?. ¿Es que hay que buscar algún culpable de ese “fenómeno Rubius” al que se refería la famosa experta en recursos humanos que me lo descubrió? No hay trampa ni cartón. Todo está más claro que el agua: los doce millones de criaturitas que le siguen se sienten identificadas con nuestro Rubius, con su falta de preocupaciones intelectuales o políticas, con su ligereza, con su naturalidad, con su humor tontuelo y espontáneo, con su absoluta intranscendencia.

Pregunté a mis nietos, mi grupo de referencia en esta entrada juvenil, que de qué vivía el Rubius y se morían de risa: “de la publicidad abuelo, de la publicidad, ¿de que va a vivir si no?” me decían. No es que me descubrieran el mediterráneo pero me hicieron pensar. Sin ella, sin la publicidad, sin las empresas y su necesidad de competir, no existirían ni “el Rubius” ni muchas de las cosas que nos sorprenden por su aparente gratuidad. Casi siempre nos están vendiendo algo y todo acaba llegándonos sin que apenas nos demos cuenta. Es una especie de juego invisible en el que participamos cada día; juegan y jugamos inadvertidamente, apelando a nuestra vulgaridad, a nuestro aburrimiento, a nuestro sentido del ridículo, a nuestra necesidad de seguir las corrientes que se cuelan en nuestras mentes y llegan a modular nuestras necesidades y nuestra forma de vivir.

Vamos, que casi sin darme cuenta he llegado a una conclusión muy propia de estas fechas. Es probable que nos hagamos algunos propósitos para 2018 y mi deseo es que se cumplan. Pero no deberíamos de olvidar que somos todos criaturitas indefensas que seguiremos haciendo lo que otros decidan por nosotros. Y si no que se lo pregunten a los doce millones de seguidores de el Rubius y de otros “influencers” y “prescriptors” que guiarán nuestros pasos queramos o no. Ya lo veréis.

 

El paseante…

… SE DECIDE HOY POR HACEROS UN REGALO

Ya está aquí El Paseante prometido. Pero  hoy no habrá impresiones de paseo. No son estos buenos días para pasear por el centro de la ciudad. La gente se concentra, se acumula, se aglomera. Veo caras de ansiedad de impaciencia de excitación nerviosa. Apenas puede uno moverse por los sitios por los que a mi me gusta caminar. El paisaje urbano se disfraza  de una felicidad impostada, una felicidad mentirosa que apenas deja hueco para nada más. Mal momento para empezar estas crónicas del Paseante, me digo. Mejor esperar tiempos más tranquilos, más normales, menos jaraneros.Mejor hacer ahora mis lectores uno de esos regalos que no cuestan nada y que son sin embargo de gran valor. Una recomendación de un libro y unas páginas del libro recomendado. Para abrir boca, para incitar el apetito.

El libro es éste:

No dejéis de leerlo si os podéis escapar  uno de estos días de los barullos navideños . Merece la pena. Aquí os dejo unos párrafos del libro en cuestión, sobre la importancia que   tenía el paseo para Robert Walser.

Pasear… me es imprescindible para animarme y para mantener el contacto con el mundo vivo sin cuyas sensaciones no podría escribir media letra ni producir el más leve poema en verso o en prosa… Sin pasear estaría muerto y mi profesión a la que amo apasionadamente estaría aniquilada… Sin pasear no podría hacer observaciones y estudios.. en un bello y dilatado paseo se me ocurren mil ideas aprovechables y útiles. Encerrado en caso me arruinaría y secaría miserablemente… Para mi pasear no es sólo sano y bello sino también conveniente y útil. Un paseo me estimula profesionalmente y a la vez me da gusto y alegría en el terreno personal; me recrea y consuela y alegra, es para mi un placer y al mismo tiempo tiene la cualidad de que me excita y acicatea a seguir creando… un paseo está siempre lleno de importantes manifestaciones dignas de ver y de sentir. De imágenes y vivas poesías, de hechizos y bellezas naturales bullen a menudo los lindos paseos, por cortos que sean. Naturaleza y costumbres se abren atractivas y encantadoras a los sentidos y ojos del paseante atento que desde luego tienen que pasear no con los ojos bajos, sino abiertos y despejados, se ha de brotar en el  hermoso sentido y en serenos y nobles pensamientos del paseo… Sin el paseo y la contemplación de la naturaleza a él vinculada sin esa indagación tan agradable como llena de advertencias, me siento como perdido y lo estoy de hecho… Secreta y misteriosamente siguen al paseante todas clases de hermosos y sutiles pensamientos… En una palabra me gano el pan de cada dia paseando, hurgando, escavando meditando, inventando, analizando, investigando y paseando tan a disgusto como el que más…

Que lo paséis estos días lo mejor posible y que  2018 sea generoso con todos vosotros. Yo, por mi parte, ya os he hecho un regalo.

ESE ODIO A LO ESPAÑOL…

Josep Tarradellas en su conferencia el Club Siglo XXI, en el  año 85

 

“¿Per què vessar la sang inútil? 
Dins de les venes – vida és la sang, 
vida pels d’ara – i pels que vindran: 
vessada és morta.”
 Oda a Espanya de Joan Maragall
.

Hablo de mi experiencia, de mis vivencias personales en Cataluña y con los catalanes. De cuando era joven y de cuando ya no lo era tanto. Nunca percibí ese odio a lo español que ahora nos sobrecoge y nos duele tanto. No perdía ocasión en aquellos años de ir a Barcelona y siempre volvía con algo nuevo y la amistad acrecentada. Los catalanes iban por delante, eso pensaba yo sin ningún complejo, y nos mostraban el camino sin alardes excesivos. Nunca he ocultado mi admiración por Cataluña: por su diseño, por su literatura, por su cine, por sus artistas y arquitectos, por sus gentes. Así era entonces, cuando la política no contaminaba las relaciones culturales, personales e institucionales y así es ahora, cuando todo aparece confuso y manipulado.

Madrileños y catalanes hicimos una autentica piña cuando nos encontramos en la provincia de Cádiz en las prácticas la Milicia Universitaria. Claro que había diferencias  entre nosotros pero eso no nos separaba. La diversidad nos enriquecía y las afinidades electivas nos unían. La rivalidad, para los que la sintieran en aquel tiempo, también nos enriquecía, nos hacía mejores. Ahora no. Ahora ocurre todo lo contrario. Nos empobrece, nos hace más pequeños.

Me cuesta trabajo creerme ese odio a lo español que ahora se airea porque nunca lo he sentido o quizás no lo he querido sentir. En cualquier caso estoy seguro que no viene de lejos. Dejo a mis lectores la interpretación de una anécdota que no me parece trivial y que en estos momentos cobra una desgraciada actualidad.

Al poco tiempo de su vuelta a España invitamos a Josep Tarradellas a dar una conferencia en el Club Siglo XXl. Hablé con él por teléfono: aceptó de inmediato la propuesta y me pidió que fuera a visitarle para concretar los detalles de su intervención. Me fui para Barcelona y poco antes de la hora de la cita recibí una llamada de su secretario para decirme que había que anularla. Tarradellas se había olvidado de que ese día tenía comprometida una conferencia lejos de Barcelona y no le iba a ser posible recibirme. Me ofreció sin embargo acudir esa noche a una cena informal en casa del presidente. Acepté encantado. Me fui a las Ramblas para hacer tiempo y comprar unas flores. No me fue difícil conocer las que más le gustaban a mi anfitriona: lo sabían todas las floristas de la Ramblas. Me abrió la puerta la señora de la casa, Maria Antonia Maciá a quien creo recordar que su marido llamaba Antonieta.

Nos sentamos en una mesa camilla y Antonia me ofreció un oporto. Ella se tomó otro y empezamos a hablar con toda naturalidad como si nos conociéramos de toda la vida. Era una mujer sencilla y buena conversadora, lo mismo que su marido que no tardó en llegar. Fue una cena frugal, ellos a su edad comían ya poco, me dijeron, pero la tertulia fue larga y sustanciosa. Tuve la impresión de que disfrutaban de tener a alguien en casa y la cena duró mucho tiempo. Tanto que perdí el último avión para volver a Madrid. Tarradellas no era consciente de la hora y me deseó un buen viaje cuando me dejó en manos de su chofer para llevarme “al campo de aviación”.

Hablamos de muchas cosas, pero lo sustancial para nuestro tema de hoy, fue su referencia a las conversaciones qu había mantenido en el exilio con el lendakari Aguirre. Estaba muy sorprendido, del odio de los nacionalistas vascos a España. “Eso no se daba en absoluto en Cataluña” me dijo enfáticamente, “ni creo que se llegue a dar nunca”. Esas fueron las palabras de quien era o había sido presidente de Esquerra Republicana.

No hace tanto de eso. Era el año 85.  Estaba encantado de venir a Madrid: le gustaba. Su conferencia en el  Siglo XXI se desarrolló en ese tono y con ese talante. Habló de construir puentes y no de derribarlos. ¿Qué ha pasado?

Puedo llegar a entender todas las aspiraciones, los deseos, los sentimientos de independencia, aunque no los comparta. Pero no logro entender la naturaleza exacta del odio que ahora observamos. Porque ese odio no existía antes, o no existía de la manera tan directa e inapelable que ahora vemos en muchos catalanes. Durante todos estos años alguien se ha encargado de alimentar ese odio insensato. De forma consciente o no. Un odio fabricado a base de agravios reales y ficticios, que ha crecido y sigue creciendo más allá de lo razonable. Me temo que ese odio se les ha ido de las manos. Hay que volver a la sensatez, al “seny” de Tarradellas. ¿Per què vessar la sang inútil?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MALDITO EDADISMO

¡NI TERRORISTA PUEDE SER YA UNO!

 

 

Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida.

Pablo Picasso

 

Lo descubrí al llegar a los controles de aduana en mi último viaje a Nueva York. Me temía lo peor. Me armaba de paciencia y me preparaba para todo tipo de vejaciones. Con esa extraña sensación de que iban a encontrar algo de mí, algo que ni yo mismo sabía. Preocupado, cansado, algo inquieto, creo, como a casi todos nos pasa. Todo para nada. Resulta que a mi a no me prestaron la mínima atención. El policía me miró con un cierto desdén y me dijo secamente: “usted pase”. Ni huellas dactilares, ni cacheos cuidadosos, ni miradas sospechosas…Me sentí discriminado y decepcionado. Al dejar Nueva York supe lo que pasaba: el policía de turno debía de ser menos perspicaz que el de llegada y me preguntó la edad; “Ah, más de ochenta… pase, pase”. Vaya, era eso. No doy el perfil de terrorista por la edad que tengo. No soy una potencial amenaza.

Además de una discriminación, aquello me pareció una solemne tonteria. ¿Qué sabían esos señores de mis intenciones y de mis posibilidades? ¿Es que no estaba en condiciones de cargar con una bomba de unos cuantos kilos? Seguramente consideran que los vejetes hemos perdido la afición a los explosivos o nos hemos vuelto unos conservadores del demonio por aquello de las pensiones. Pero igual se equivocan, me dije, igual se equivocan y la armamos.

En serio, bueno la verdad es que tampoco tan en serio, me sentía un poco cabreado. Llovía sobre mojado; no me gusta nada que alguien que no sea yo mismo decida lo que debo o no debo de ser. Cuando todavía estaba “haciendo cosas”, cosas que me divertían y las hacía bien creo yo, y además me pagaban, había un señor importante que tenía su despacho muy cerca del mío y que todas las mañanas me decía al verme llegar: “y tu que haces aquí trabajando en vez de irte a jugar al golf”. Me sacaba de quicio; no me iba a jugar al golf porque no me gusta el golf y porque no me daba la gana de irme a jugar al golf; algo así debí de decirle. Pero él seguía dándome la tabarra: no soportaba que yo acudiera todas las mañanas feliz y contento a mi trabajo “a esa edad”. No soy naturalmente el único que ha sufrido ese intento de discriminación que tiene un nombre muy feo pero aceptado por la RAE: edadismo. La discriminación por razones de edad se llama edadismo y no son pocos los que la sufren. Según un estudio de la universidad de Kent –siempre hay una universidad con nombre inglés para esos estudios- nada menos que un cien por cien de la población a la que se dirigieron en la encuesta, afirmaba haber sufrido algún tipo de discriminación a causa de su edad. Mira por donde, ahora me tocaba a mi y precisamente en Nueva York.

Allí estaba yo, en la zona cero después de pasar impunemente por la aduana. No podía dejar de pensar en el terrorista que no soy, y también, un poco perplejo, en ese terrorista que, a día de hoy, realmente podríamos ser cualquiera, un niño, una mujer embarazada, un joven con una furgoneta… Ahora podemos pensar que eso es posible. Eso es lo tremendo, eso lo que ha cambiado y nos ha cambiado. Ha sucedido, es real. Lo mío no dejaba de ser una fantasía viajera. Pero cuidado con los viejos, los carga el diablo. Fijaos como los ha pintado Jorge Arranz: dan miedo.

El PASEANTE

 

“Sólo tienen valor los pensamientos que nos vienen mientras andamos”

Nietzsche

 

Abro hoy una nueva sección en este blog. Por estimularme, por estimularos. Por cambiar. De vez en cuando, según funcione el invento, recibiréis una entrada algo diferente: será más breve y se centrará en lo que me vaya saliendo al paso en mis largos paseos. Cada vez me gusta más andar por la calle. Ahora tengo más tiempo para pasear, para observar, para curiosear… De paso, hago ejercicio. Mientras camino me fijo en la gente. Me da por pensar, imaginar: qué son, qué hacen, de qué hablan, a dónde van… Quizás me fijo demasiado, eso me dicen mis hijos: “papá no mires así, hombre!!!”. Pero se ve que no les hago caso y ello me crea a veces algún que otro problema.

Hace algunos años, en las fiestas de la Blanca de Vitoria, debí de mirar con tanta intensidad a un “blusa” feísimo que desfilaba por la calle Dato, que éste se vino hacia mí como un rayo y me dijo: “Eh ¿Y tú qué miras”. Me lo dijo agarrándome por los hombros. Yo, claro, me asusté. Era tan grande como feo. Se enfadó con toda razón: me quedé mirándolo con descaro, no de soslayo… Debía de tener más cuidado en el futuro. La mirada es una especie de invasión en el espacio del otro…Tendré que tener más cuidado, pensé.

Pero sigo fijándome mucho. Eso puede ser bueno para dar emoción, interés y espontaneidad a este nuevo enfoque del blog. Miro a la gente pero también a los escaparates, a los carteles que anuncian mil cosas y mil actividades que, si nos fijamos bien,nos puede dejar “alucinados” como se dice ahora. Las manifestaciones, sobre todo si son de cuatro gatos, las riñas y las músicas callejeras, la gente que está sentada y la que se ve que no sabe a donde ir…Todo eso excita mi curiosidad y da vuelos a mi imaginación. Y no solo me gusta observar, mirar, curiosear… También me gusta hablar con la gente que está en la calle; eso es cada vez más difícil pero siempre se presenta alguna oportunidad si está uno atento y preparado. Trataré de estarlo. Creo, sospecho, que estos paseos míos darán para escribir y divertirme. Para decir lo que he visto, lo que he escuchado, lo que me ha pasado, lo que me ha dado motivos para reflexionar, para disfrutar o inquietarme, para reír… A ver que os parece, a ver si este Paseante tiene futuro. Ya me diréis.

 

CUATRO HERMANAS

 

 

“Es una verdad universalmente aceptada que todo soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa”

 

Jane Austen

        Orgullo y Prejuicio

 

 

He sido otra vez abuelo; ahora soy más abuelo que antes, más abuelo que hace unos días. Acaba de nacer mi décimo nieto. Es una niña, se llama Paloma como su abuela materna y es la pequeña de cuatro hermanas y de diez primos. Los padres han sido unos valientes: pocas parejas tienen cuatro hijos en estos tiempos. El abuelo está encantado. Se pone tan abuelo, tan blando y tan tierno que debe de contenerse un poco. No solo por aquello de la tensión arterial; es que muy probablemente esas emociones de un abuelete octogenario interesen poco a sus  lectores. Pero ¡!cómo voy a dejar de decir que tan solo con ver un instante a ese renacuajíto sentí que la luz de ese día de otoño venía con ella!!. Hubo un momento en que se puso malita y ninguno de los miembros de la ya numerosa familia pensábamos en otra cosa que en su recuperación; pasó el peligro y respiramos tranquilos. Ahora está ya en casa bien acompañada.

Son cuatro hermanas. Cuatro nada menos. Dicen que el futuro es de las mujeres. Espero que sea también de los hombres y de los jóvenes. Y de los animales, de los ríos y de los árboles, si me apuráis, del planeta entero para no quedarme corto. Un futuro menos incierto y, al mismo tiempo, más abierto, aunque parezca un contrasentido, y más generoso y tolerante. Al pensar en esas cuatro hermanas que son mis cuatro nietas, me viene a la cabeza Orgullo y Prejuicio, la novela de Jane Austen que releí con gusto este verano en una excelente edición de Alba minus. Es cierto que, como se puede ver en la deliciosa ilustración que reproduzco, las hermanas de las que habla Austen son cinco y no cuatro, pero eso no nos importa: tampoco hay que afinar demasiado en cuestiones de hermanas.

Lo que hace al caso, me parece a mí, es la obsesión de Mrs Bennet, la madre de esas cinco señoritas a las que vemos tan tiesas en el dibujo, por encontrar para ellas un buen partido y casarlas lo antes posible. No piensa en otra cosa la buena señora; ese es su objetivo en la vida y no duda en utilizar todas sus artes, malas o buenas, para conseguirlo. El matrimonio y el dinero iban bien unidos en la sociedad victoriana y lo que hacía Mrs Bennet era simplemente adaptarse a su tiempo. Nada más que eso.

Lo que yo me pregunto ahora, pensando en esas cuatro hermanas que han pasado a formar parte de nuestro grupo familiar, es si es ese  el porvenir que las espera. Si la sociedad victoriana sigue viva, al menos en parte o si realmente las cosas han cambiado. No lo sé, ya estoy un tanto al margen y prefiero preguntar a la Mrs Bennet de esta historia, a esa madre ya feliz que cuando escribo estas líneas tiene ya a las cuatro hermanas en casa.

“No le importan nada los matrimonios ni el dinero”. Eso es lo que me dice y no me sorprende. Reconoce que hay gente de su generación  “que piensa en la robótica, o en los idiomas; otros en mandar a sus hijos a una universidad americana o en que aprendan chino”. Todas esas cosas las respeta pero no son para ella lo fundamental. Lo fundamental es: “que sean ciudadanas globales… sin fronteras geográficas, ni lingüísticas, ni raciales ni de género”…Vuelvo los ojos a Austen: no puedo imaginarme a Mrs Bennet diciendo esas cosas en un mundo tan cerrado como en el que vivían. Este es otro mundo y mi hija es así. Ella quiere que las suyas conozcan a mucha gente, que   viajen…pero  por encima de todo: “que encuentren su pasión y su talento y puedan dedicarse en cuerpo y alma a su trabajo”. Ella, su madre, lo ha conseguido, y eso “le parece un tesoro”. A mi también.

Esta tarde no podrá estar la madre de las cuatro hermanas en la presentación de los emprendedores de Ashoka organización a la que dedica su actividad profesional. De un acto semejante hablé en mi entrada Soy el abuelo de Lola y a ella me remito. Yo sí que asistiré y si se tercia y se me ocurre preguntar algo me presentaré en esta ocasión como “el abuelo de Paloma”. Seguro que me dan la palabra.

 

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