Ahí lo tenéis: Kalera. Su significado en el País Vasco es más que obvio: presos a la calle. Está pintado en grandes letras blancas que resaltan sobre el verdín en una roca al final de la playa de Deba. En el lado derecho se puede ver, si os fijáis bien, una flor. Es un mensaje de paz y concordia. Lo veía todas la mañanas en mis largos paseos por la playa: me daba que pensar, me sigue dando que pensar… Porque allí mismo, exactamente en esa roca, se podían ver no hace mucho hachas y serpientes, consignas de lucha armada y promesas de socialismo e independencia. Ninguna se ha hecho realidad. Kalera, la petición de que los presos vuelvan a sus casas es todo lo que ha quedado. Eso sí, algún día, pronto, llegará. No dejo de decirme, como muchos se dirán, supongo, ¡Tantos muertos, tanto sufrimiento, tantas extorsiones, tanto mal para esto! Todo para nada…
Nadie suele hablar ya de esas cosas por allá. La paz ha vuelto y se prefiere el silencio. “Son otros tiempos”, como me dijo hace dos o tres años mi amigo Kepa en la fonda de las Campas de Urbía. Lo mejor es pasar página. Quizás sea cierto, quizás sea eso lo mejor, pero en estos días de camaradería veraniega me tomo la libertad de hablar de “todo” con mis amigos de Deba, ¿Por qué no, si se prestan a ello?. Mejor hacerlo antes de que la memoria nos traicione y nos confunda.
Algo me ha llamado la atención en esas conversaciones: ante ese “todo para nada” que a mi me sale tajante, algunos de mis interlocutores se quedan pensativos: “¿para nada?”. No me lo esperaba. Esa duda por mínima e instantánea que sea, me produce desazón; no sé que pensar. Un amigo, no precisamente nacionalista, me recuerda la frase que se atribuye a Arzallus: “unos tienen que agitar los árboles para que otros recojan los frutos”. Me duele oír algo así, me parece tremendo.
Doy muchas vueltas a estas cosas en mis largos paseos por la playa del Kalera. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad del conjunto de la sociedad en la tragedia vasca?. ¿No se ha mirado demasiado para otro lado?. Pienso, y compruebo que no soy el único que lo piensa, que ese “por algo será” que ha circulado “sotto voce” en determinados ambientes en relación con los crímenes de ETA ha producido un terrible daño moral. El profesor Laporta eleva el tono y habla de catástrofe moral en un artículo en El País que recomiendo a mis lectores. Fueron tiempos malos; conviene no olvidarlo.
El obispo Setien, testigo excepcional de la herida vasca, ha muerto recientemente. Era un hombre inteligente y afable; mis relaciones con él fueron siempre cordiales y amistosas. En los tiempos duros de ETA le invité a dar una conferencia en el Club Siglo XXI y aceptó sin dudarlo. Era tímido y retraído pero valiente. Había que serlo para pastorear la diócesis de San Sebastián en aquellos tiempos del plomo. Compartí su valentía al comprometerme a hacer su presentación: sentados en la primera fila, Emilio Romero, director de Pueblo, y el general Sáenz de Santamaría Director General de la Guardia Civil me atravesaban con sus miradas. Aguanté el tipo. La conferencia, como era de esperar, levantó ampollas. Sus tesis del conflicto político y su obsesión por la equidistancia eran discutibles pero no voy a entrar en ese asunto; me supera. Lo que sí me parece evidente es que no contribuían a apagar el fuego cuando el País Vasco se estaba incendiando. Ahora, con motivo de su muerte, se ha recordado su figura de forma diferente. El párroco de Deba nos habló en su homilía de las virtudes pastorales de Setien y su apuesta por la paz: trabajó junto a él y su testimonio tiene un gran valor. Me ha recomendado la lectura del prólogo de Pedro Miguel Etxenike a un libro de Conversaciones con Setien que yo os recomiendo. Fuera del País Vasco, -lo subrayo porque “siempre” habrá una diferencia en la percepción de los hechos entre los de “aquí” y los de “allí”- los comentarios han sido en general más críticos. El de Rubén Amón me ha sorprendido por su virulencia. No nos engañemos, aun tardarán en cicatrizar las heridas, las individuales y las colectivas, la gran herida del País Vasco. Lo sé. La pintada que este verano veía todos los días me parecía una señal y todo un símbolo de los tiempos que corren. Todo llevará su tiempo, es verdad, pero no dejo de pensar que el silencio no es la mejor forma de que la gran herida vasca cicatrice.
Dices que “el silencio no es la mejor forma de que la gran herida vasca cicatrice”. Posiblemente sea el mismo caso de otras grandes heridas nacionales y europeas del siglo pasado, e incluso de éste.
Abrazos,
A.
Querido Antonio,
El «todo para nada» es admitir que ha habido vencedores y vencidos. Es complicado.
Escribes desde el profundo amor y respeto que tienes hacia el País Vasco. Éso da valor a tu artículo.
Un fuerte abrazo de tu amigo Antxon.
Nos cansa, Antonio. A los vascos nos agota volver sobre el monotema, incluso los que -como sabes- no lo evitamos nunca cuando nos tocó afrontarlo en primera fila.
Somos una sociedad dolorida, lesionada. Por supuesto que sí. Y moralmente enferma, también eso, pero ocurre que todo es demasiado reciente y la tentación de descansar es grande. La herida acaba de dejar de sangrar, como si dijéramos, y sabemos que la rehabilitación es necesaria pero como también la imaginamos dolorosa, cuesta mucho ponerse a ella.