Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera

 

 

 

 

 

 

Los abuelos son simplemente niños pequeños antiguos

Samaniego

 

El paseante salió de casa esa mañana hecho un pincel. Tenía audiencia con el Rey Emérito. Era un día de chaqueta y corbata. Así es como iba a pesar del calor: soy de los que siguen pensando que para ir a ver al Rey hay que vestirse como mandan los cánones. Sudaba la gota gorda, pero iba feliz, con un leve punto de solemnidad, mientras me acercaba al Palacio Real. Caminaba y pensaba: recordaba como fueron las cosas antes, mucho antes, cuando estas calles tenían otro color, cuando el Rey era más joven, cuando ni siquiera era Rey. El pasado está con nosotros, aunque nos parezca que queda lejos.

Recordaba que muchos de los que hemos pasado ya de los setenta o de los ochenta, ¡Dios mío, qué viejos somos!, y habíamos vivido toda nuestra juventud, y aún más, bajo el régimen de Franco, saludamos con alborozo la llegada de la monarquía. De eso no se dan cuenta los jóvenes de hoy, pensaba el paseante con un deje de tristeza. Si alguien se hubiera fijado  habría descubierto un leve gesto de preocupación en su rostro… Era como uno de esos emoticonos que no le gustan nada, pero pronto desapareció. Prefirió recordar aquel ¡Viva el Rey! que le salió del alma cuando le vio por primera vez en el Aeropuerto de Barajas el día antes de su entronización. Fue una sopresa para los que andaban por allí y para él mismo. Puro deseo, pura intuición. Salió bien. La democacia real y consolidada en la que seguimos viviendo fue obra de muchos, sin duda, pero sobre todo del Rey. El pasado, el recuerdo del pasado iba conmigo. Era inevitable. Fueron tiempos difíciles, si señor, me decía. Era como si quisiera recordarme que el señor que me esperaba plácidamente, quizás un poco aburrido, quizás un poco olvidado, en su despacho de Palacio había estado con frecuencia en el ojo del huracán. Le debíamos mucho. No sé si me  decía a mi esas verdades o se las estaba gritando a los demás.  No lo sé. De lo que estaba seguro es que de esas cosas  no hablaríamos, ¿para qué?. Ya saldrían otras mas cercanas…Bueno, ya veríamos, el Rey es buen conversador…. Tranquilo Antonio.

Ese mismo día ingresaba en la cárcel de Ávila Iñaki Urdangarín. La noticia era tan esperada que fue recibida con toda naturalidad. Sí, es cierto, pero para la Casa Real no era un plato de gusto. No, yo no sacaría ese asunto ni por asomo…El Rey, como enseguida contaré, sí que lo sacó. Con toda naturalidad.

El paseo terminó. Me atusé un poco mis cuatro pelos, y entré en Palacio. Cuando finalmente llegué a su despacho y nos encontramos yo mantuve las formas y seguí el protocolo de los gestos conocidos y asumidos, pero el Rey enseguida cortó todo aquello. No tenía sentido. Ya no. Entramos en otra onda, en otra dimensión. No era ya una reunión del Rey con Antonio  como tantas otras veces. Era otra cosa. El paso del tiempo nos acerca, nos junta, nos va poniendo a todos en el sitio que nos corresponde. Nos despoja de ambición, nos quita liturgia y protocolos. Ni liturgia ni protocolos hubo en ningún momento en aquella conversación de abuelos, entre abuelos, de abuelo a abuelo que mantuvimos el Rey y yo en su despacho. Algunos apuntes nostálgicos con su pizca de melancolía para empezar  pero pronto, enseguida. a lo nuestro: el paso del tiempo; los achaques de la salud, las goteras decía el Rey; las limitaciones con las que nos encontramos y que no hay más remedio que superar: “sigo cazando sentado en una silla” me dijo mientras apuntaba a unas imaginarias perdices…y sobre todo los nietos. Fueron los nietos los que dieron vida y futuro a nuestra conversación y fueron ellos, sigo con la caza, los que levantaron la liebre del “caso Urdangarían”. Le preocupan los Urdangarían Borbón, claro que le preocupan. Como me preocuparían a mi. Tengo yo algunos de la mima edad que los hijos del exduque de Palma, y tercié con entusiasmo en la conversación. Y seguíamos: “las pequeñas infantas están preciosas y son listísimas”…”pues anda que mis nietecillas pequeñas Señor”…. la familia, la vida, el día a día, las vacaciones…

El paseante sale de Palacio al calor de las calles de Madrid como un verdadero príncipe. Es un hombre feliz. Acaba de estar con un amigo que es Rey. Rey Emérito. Los dos se quieren y se respetan.., los dos son abuelos, los dos saben que es ya tiempo de paseo,    de pasear viendo la vida y sus cosas con la distancia y la cercanía que se merecen. Con  el  sentido del humor y de la tolerancia que nos dan los años.

Hasta pronto Señor, espero volver por Palacio. Todos necesitamos de todos.