Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera

 

 

Al final las palabras son lo único que tenemos y más vale que sean las adecuadas, con la puntuación en los sitios adecuados para que puedan decir, de la mejor manera, aquello que se supone deben decir.

Raymond Carver

 

Nadie podrá acusarme de haber estado cerrado a las innovaciones. Lo nuevo es siempre excitante. Me da mucha curiosidad, muchas ganas de probarlo. Ya veis que he ido absorbiendo como una esponja todo lo que se me ponía por delante: blogs, blablacars, Wikipedia, whatsapp, youtubers, tuits… En todo esto he entrado sin complejos y con mejor o peor fortuna. Feliz de probar, de estar a la última, al cabo de la calle, como un joven barbián.

Pero esto de los emoticonos me está empezando a superar. Escribo esta entrada, en parte, para no perder la calma, para no dejarme llevar por la emoción, por el rechazo que me provoca así a bote pronto, sin pensarlo demasiado. Lo siento, no me gustan. Prefiero las palabras para decir las cosas como Dios manda. Las palabras bien dichas, las palabras adecuadas expresan más y mejor que un dibujito que ni siquiera es nuestro.

Empezaré por la gota que colmó el vaso de mi paciencia. Ya andaba yo algo mosqueado con tanto besito, tanto corazoncito, tanta carita sonriente o enfurruñada, cuando me llegó un whatsapp de un hijo mío en respuesta a un mensaje que yo le había enviado, lleno de buen rollo. Me había llevado un tiempo ese mensaje que le mandé. Le puse cariño, emoción, sentimiento. Probablemente le llegó en mal momento y me contestó con el primer emoticono que le salió al paso. O no, pero aquella carita tonta no era lo que yo esperaba. Me quedé chafado, decepcionado. Me irrité con los emoticonos, así, en general, así, de pronto, sin procesarlo demasiado. Sabía que la culpa no era de ellos pero fueron ellos los que pagaron el pato. Es entonces cuando decidí escribir esta entrada. Tenía que enterarme antes, ponerme al día, tratar de comprender el fenómeno, no dejarme llevar por la reacción del momento. Empecé a investigar sin saber en lo que me estaba metiendo. Es todo un idioma nuevo, esto de los emoticonos, supuestamente universal, supuestamente para facilitar la comunicación. Los emoticonos nacieron en 1982 como apoyo al lenguaje escrito, como ayuda para interpretar algo que la lengua escrita no podía representar. Eso es lo que leo, su razón de ser, su justificación. Dudo de que sus fundadores fueran conscientes de la que estaban armando. Hay ya miles de emoticonos y su número crece día a día. Si esto sigue así no habrá más remedio que hacer un máster para llegar a entender ese lenguaje endemoniado. Primera lección: no se deben confundir los emoticonos normales, gratis o de pago; sí, ya los hay de pago, con los emojis japoneses, más detallados, con más pixeles si es que me he enterado bien. Descubro igualmente que han aparecido ya ciertas reglas: uno de los emoticonos más utilizados, el del gesto de la peineta, ha sido prohibido (quién lo ha prohibido???) por obsceno, lascivo e ilegal. El del rollo de papel higiénico sigue sin embargo su marcha triunfal. Podría haber una Real Academia de los Emoticonos, y seguro que la debe de haber aunque yo no haya llegado a conocerla.

Empapado ya de emoticonos hasta los tuétanos, sigo pensando lo mismo, con algún matiz, sigo en mis trece. Me preocupa que el lenguaje se infantilice, que pierda calidad. Van a por todas; da un poco de miedo. Tengo la impresión de que la tecnología va por delante de nuestra capacidad para utilizarla con sentido. El contexto es la clave, lo sé. Las emociones son personales e intransferibles, y, además, cada quien, cada familia, cada grupo de amigos, tiene sus propios códigos, sus propias maneras de comunicarse. Pero me temo que, así en general, la expansión de este nuevo lenguaje se nos está yendo de las manos. Quizás esté exagerando la nota, pero a mí los emoticonos no terminan de gustarme, no los uso, no quiero usarlos. Puedo parecer antiguo, pero es que lo soy por edad. Y, además, ser antiguo no es algo necesariamente malo. Para decir determinadas cosas solo me valen las palabras, esas palabras que dejaba Pablo Neruda en sus poemas: “como estalactitas, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola.”

A ellas me seguiré aferrando; eso es seguro, pero trataré de ser flexible. Como al final, lo que hay que hacer es lo que  de verdad vale para entenderte con los demás, divertirte y mejorarte,  voy a terminar esta entrada con el emoticono  que más me gusta.

 

 

Con esta marvillosa copa cónica  del dry martini brindo hoy, día de mi santo, por todos mis lectores. Reconozco así que los emoticonos sirven para algo.