Camino del trabajo en el metro
aburrido vigilo las caras de los viajeros…
Ismael Serrano
Me gusta ir en Metro. No os preocupéis: bajo las escaleras con mucho cuidado, despacio, atento. En las mecánicas me agarro bien a la barandilla y me fijo en las miradas de los que suben y en las cocorotas de los que bajan delante de mi. Disfruto con ello, me imagino cosas… Si al final del trayecto hay algo de música, mejor todavía; si me sé la canción que se oye allá al fondo, la canto: para mis adentros claro… Todo eso es vida, es movimiento, es para mi alegría.
Luego en los andenes me entretengo leyendo los anuncios. No es de ahora, en mis primeros viajes a Paris, hace ya unos cuantos años, el metro fue mi mejor maestro para aprender el idioma. Recuerdo mucho mejor algunas de las cosas que leía con avidez en mis ratos de espera en Châtelet que “la plume de ma tante” que me enseñaba Doña Benilde en su escuelita de Cercedilla. En el metro el movimiento te lleva, es un río de gente que viene y va, una abundancia de mensajes, de señales, de rostros.
Ahora en el Metro de Madrid se pueden ver buenas campañas publicitarias. Hay “tiempo y espacio para el diálogo”, se dice en unos de los carteles que leo: publicidad de la publicidad, y tengo la impresión de algunas empresas e instituciones como el propio Metro los aprovechan. Es un buen lugar para recomendar “buenas prácticas”, para exponer productos, para seducir, para convencer, para deslumbrar. Todos los días pasa la misma gente por el mismo lugar con la mirada perdida, con la mirada desarmada o con la mirada atenta. La publicidad es un buen termómetro, creo yo, del tiempo que vivimos.
No hace mucho me llamaron la atención unos anuncios que por unos días inundaron todos los andenes. Seguro que los habéis visto algunos, los que viajáis más en Metro. Eran de Cabify en relación con la competencia de los nuevos servicios de transporte con los taxis de siempre. Los mensajes que lanzaban aquellos anuncios eran simples, sencillos. Mensajes en forma de correo electrónico, con su saludo, su destinatario y su despedida formal. Me pareció una forma ejemplar de defender su posición en el mercado, la de Cabify. No entro para nada en la valoración de sus servicios, nunca los he utilizado. Hablo de la campaña. Tenemos que sentarnos y hablar; aparcar nuestras diferencias y dialogar. Eso decían. Me sorprendió algo tan ingenuo, tan correcto. Me pareció un hallazgo, un acierto.
Hablar, solo hablar, parecía y parece fácil. Ya han desaparecido, ya no están. Era una invitación al diálogo sin alardes ni aspavientos. Por lo que he sabido, a causa de unas u otras razones, pocos fueron los que acudieron a las reuniones convocadas. De los partidos políticos fue Podemos el que que se opuso a todo tipo de conversación de forma más radical: hizo público un video paródico, intransigente, lleno de medias verdades. Finalmente el Ministerio de Fomento zanjó el asunto con un decreto ley. No sé si habrá quedado algo del diálogo pretendido. Quizás sí; nunca se sabe. Hay que creer en el diálogo, hay que recuperar una palabra que todo el mundo quiere y nadie practica.
En eso pensaba cuando dejaba el andén y entraba en el vagón. Cabify, con su campaña, me había dado un tema para cavilar: tengo que escuchar más a quienes no tienen las mismas opiniones y gustos que yo. Porque quizás sea yo el que esté equivocado. Me hubiera gustado compartir tan sesudas reflexiones con mis compañeros de viaje pero me habrían tomado por loco; además estaban todos pegados a sus móviles. Me senté tranquilamente y me puse a mirar. En el metro hay de todo: hay gente cabreada, gente triste, jóvenes llenos de vida y viejos distraídos. Hay gente que pide y gente que da. Hay horas alegres y horas vacías, como sin dueño. Hay también gente que piensa, gente que sueña, gente que se busca la vida. Y gente que habla de sus cosas, de sus preocupaciones. Yo voy entre ellos feliz y tranquilo. Me gusta ir en metro, ya lo dije. Me entero de cosas como las del diálogo, las rumio y pienso para mis adentros que estoy contribuyendo a “una mejora de la movilidad”. Algo se me ha quedado, ya veis, de la campaña de Cabify. Ni taxis, ni Uber ni Cabify. En metro oyendo: “The distant echo of faraway voices boarding faraway trains”. Así dice una preciosa canción de The Jam, un grupo rockero de los ochenta. Con ella os dejo. En metro.
Interesante reflexión, Antonio. A modo de pinceladas añado un par de derivadas. El Metro de Madrid, como tantos otros, va por barrios, por horarios y destinos. Yo salgo todos los días de una estación muy futurista, Las Tablas, que se vuelve una sucursal del Pat-Pong tailandés si me coincide con las horas de salida del trabajo de los como veinte mil operarios que se mueven entre la central de FCC, el BBV, Metrovacesa, Vodaphone y tantas otras multinacionales encaprichadas con la zona norte de Madrid. También observo mucho a la gente -alma de boulevardier que tengo-. Pero ayer, por ejemplo, me tocó un día simplemente birmano en el que cubrí el trayecto hasta La Latina como quien dice amorrado al pilón, entre los no menos de doscientos usuarios que compartían mi descensus ad inferos. A tanto llegaba la cosa que en no pocas estaciones, los que íbamos literalmente adheridos al cristal de las puertas, teníamos que salir al andén para que pudieran hacer lo mismo los que empujaban desde la sentina del vagón. Todo ello evaluando el modo en que volveríamos a entrar, arrastrados por el tumulto de los viajeros que intentaban incorporarse a la calamitosa melée. Un distinguido caballero que iba a la ópera junto con su esposa, deduzco que transido por la emoción, rompió a tararear el Coro de los Esclavos de Nabucco. ¿Sería por la moción de censura o por el Metro mismo?
Te dejo con la incógnita.
Firmado: El Dante
Magnífico, Antonio. De lo mejor que te he leído nunca, en el fondo y en la forma. Un pedacito de alta literatura, una auténtica joyita. ¡Gracias!
Jose Luis Vilanova
Antônio, no Brasil há uma letra musical de grande sucesso nas paradas chamada Encontros e Despedidas cantada por Maria Rita, de autoria de Milton nascimento que entre tantos versos diz:
Todos os dias é um vai-e-vem/A vida se repete na estação
Tem gente que chega prá ficar/Tem gente que vai/Prá nunca mais…
Tem gente que vem e quer voltar/Tem gente que vai e quer ficar
Tem gente que veio só olhar/Tem gente a sorrir e a chorar
E assim chegar e partir…
Tu fizestes poesia semelhante no texto acima.
Estoy con José Luis Vilanova. Es una entrada estupenda. Bien.
Como siempre muy agudo compañero. Yo creo que el Metro es magnífico. Pero el tema del taxi y los uber y cabifly nos daría para hablar largo y tendido. Pero tendrá que hacer una solución que contente a todos y evite las especulaciones económica que han sufrido los taxis con sus licencias.