“Yo puedo ser yo mismo, en internet puedo hacer cosas sin filtros”
Ni de oídas sabía yo quien era “el Rubius”, cuando oí hablar de él en un acto reciente organizado por la red de Fundaciones Universidad Empresa. Todo el mundo parecía conocerle en aquel ambiente de empresarios y universitarios, al menos nadie preguntaba que quien era aquel señor, así que yo disimulé como pude mi ignorancia. La conferenciante, Pilar Llácer, experta muy conocida en la gestión de recursos humanos y transformación digital , se refería al “fenómeno Rubius” como algo significativo, como algo que había que tener en cuenta, y yo sin saber siquiera quien era Rubius. Me picó el amor propio. En cuanto tuve ocasión me fui a preguntarle a Google y Google me dijo que este joven “youtuber”, el término suena fatal en español pero poco a poco nos vamos acostumbrando a estos horrores, tiene más de doce millones de “followers”, otra perla del lenguaje habitual de nuestros días. Él, “el Rubius” llama “criaturitas” a sus seguidores, quizás con un poco de condescendencia, o quizás no, quizás un poco asustado de su propio éxito… Sea como fuere, el caso es que aquello era digno de atención, se trababa de un fenómeno de gran tamaño: doce millones nada menos!!!
Tenía que ver sus videos para conocer el secreto de su éxito. Y así lo hice. Ví alguno de ellos y no daba crédito, no entendía nada. Aquello me parecía una auténtica patochada sin gracia ni sentido. Les pregunté a mis nietos. Ellos sí conocían a “el Rubius”, por los videojuegos, claro que lo conocían pero no le daban la menor importancia… Parecía que era algo que no iba con ellos pero no les creí del todo. Es más, tengo la impresión de que la mayor parte de los jóvenes le conoce y le sigue. ¿De dónde salen si no esos doce millones de criaturitas? La inanidad y la intranscendencia alcanza a millones de personas en el mundo. Esa es la realidad, mal que nos pese.
Todavía no he conseguido explicarme del todo el qué y el cómo de esta historia. Acudí a la entrevista que le hizo el también famoso Risto para profundizar en el personaje. Si pincháis en la cita de esta entrada podréis ver el video en cuestión. Os recomiendo que lo hagáis. Seguro que estaréis de acuerdo conmigo en que este famosísimo “youtuber” recibido y jaleado por miles de jóvenes cuando llega a cualquier aeropuerto, es un muchachito decente y vulnerable. Se pone a llorar como un crio cuando habla del asedio de sus fans y es muy consciente de lo que puede y no puede hacer: “no vais a encontrar contenido ninguno en mis videos”, le dice a Risto, “son puro entretenimiento”. Él no tiene la culpa de nada, no engaña a nadie, se me ocurre pensar. Pero ¿la culpa de qué?. ¿Es que hay que buscar algún culpable de ese “fenómeno Rubius” al que se refería la famosa experta en recursos humanos que me lo descubrió? No hay trampa ni cartón. Todo está más claro que el agua: los doce millones de criaturitas que le siguen se sienten identificadas con nuestro Rubius, con su falta de preocupaciones intelectuales o políticas, con su ligereza, con su naturalidad, con su humor tontuelo y espontáneo, con su absoluta intranscendencia.
Pregunté a mis nietos, mi grupo de referencia en esta entrada juvenil, que de qué vivía el Rubius y se morían de risa: “de la publicidad abuelo, de la publicidad, ¿de que va a vivir si no?” me decían. No es que me descubrieran el mediterráneo pero me hicieron pensar. Sin ella, sin la publicidad, sin las empresas y su necesidad de competir, no existirían ni “el Rubius” ni muchas de las cosas que nos sorprenden por su aparente gratuidad. Casi siempre nos están vendiendo algo y todo acaba llegándonos sin que apenas nos demos cuenta. Es una especie de juego invisible en el que participamos cada día; juegan y jugamos inadvertidamente, apelando a nuestra vulgaridad, a nuestro aburrimiento, a nuestro sentido del ridículo, a nuestra necesidad de seguir las corrientes que se cuelan en nuestras mentes y llegan a modular nuestras necesidades y nuestra forma de vivir.
Vamos, que casi sin darme cuenta he llegado a una conclusión muy propia de estas fechas. Es probable que nos hagamos algunos propósitos para 2018 y mi deseo es que se cumplan. Pero no deberíamos de olvidar que somos todos criaturitas indefensas que seguiremos haciendo lo que otros decidan por nosotros. Y si no que se lo pregunten a los doce millones de seguidores de el Rubius y de otros “influencers” y “prescriptors” que guiarán nuestros pasos queramos o no. Ya lo veréis.
Hola querido abuelo:
Me interesa mucho tu punto de vista sobre el fenómeno Rubius. Como ya sabrás, yo soy un fiel seguidor de este chico, ya que me hiciste unas cuantas preguntas sobre el y su canal de Youtube.
Sinceramente, creo que hay una cierta culpa de sus seguidores (que actualmente son unos 28 millones), que alcanzan unos límites de fanatismo extremo hacia este chaval, y esto se ve reflejado en la entrevista, la cual es de hace casi 3 años. Él no tiene la culpa de nada. Este chico empezó a subir vídeos en 2011, sin ningún tipo de interés económico, solo para divertirse y compartir lo que hacía con la gente, y año tras año, más y más gente se ha interesado por sus vídeos, y debido a eso se ha visto obligado a monetizar sus vídeos, porque no es tan simple dejarlo todo de repente y ponerse a trabajar.
Cómo digo entiendo perfectamente tu punto de vista, al igual que la poca gracia que te producen sus vídeos, pero entiende que muchos jóvenes se identifiquen con este chico y su forma de ser, lo que hace que 28 millones de criaturitas por todo el mundo vean sus vídeos diariamente.
Un fuerte abrazo.
Enhorabuena por el texto, Antonio. Yo tampoco conocía al tal Rubius, y estoy contigo en lo que dices sobre la circunstancia y sobre la pompa y trascendencia de la «intrascendencia». He preguntado a mi hija —veintiséis años— y está al cabo de la calle de este Rubius y de otros, y me dice que este es de los «normales», que no puedo imaginarme lo que hay por ahí, mucha «mugre». Abrazos.
Que buena reflexión Antonio. En mi caso, y con mis 38 años aún me considero algo joven, aborrezco todo este tema de los youtubers intrascendentes. Son el símbolo perfecto de una parte de la sociedad huérfana de interés alguno por la cultura. Y subrayó que hablo solo de una parte. No he visto nunca al rubius ni pienso hacerlo. Aunque seguro que los hay mucho peores, acuérdate del caranchoa…
Tienes, Antonio, la habilidad, que a estas alturas es sabiduría, de proponernos en tus entradas al blog temas, asuntos, de los que uno sabe muy poco, en mejor de los casos, porque, en el peor, que es el mío, es absoluta ignorancia.
También, al igual que tú, he querido tener mayor información sobre qué demonios es eso del Rubius acudiendo a ayudas cercanas: una, la de hijos y nietos; otra, la red mediante Google. El resultado ha sido decepcionante para lo que hubiera querido que fuera: todo lo contrario de lo que en realidad es: pura intranscendecia
Esa es la razón de que ahora me una a las muchas felicitaciones que, seguro,vienes recibiendo de todos tus “incondicionales”, esos que, como yo, tenemos la inmensa fortuna de contar periódicamente con la lectura de tus reflexiones cualquiera que sea la materia “…por vuestra sabia mano gobernada”.
Feliz 2018, Antonio,y un fuerte abrazo.
Lo que ha logrado el Rubius representa una gran oportunidad:
Pueden y tienen que nacer nuevos Rubius que se conviertan en referentes positivos para millones de jóvenes. Que además de enseñarles videojuegos les hablen de forma auténtica de la importancia de actuar para frenar el cambio climático, que les animen a montar un proyecto con amigos para evitar el bullying en su cole, o que fomente que se involucren en política. El poder que esto tendría y tendrá es inimaginable. Y gratis. Y al alcance de cualquiera.