por Antonio Sáenz de Miera | 31-01-2018 | General
EL PASEANTE…

ESCUCHA EL RUIDO DE LA CALLE
Me gusta escuchar el ruido de la calle, las voces de la gente, el sonido de la ciudad, me pierden las ganas de descubrir al menos una parte de todos esos mundos que están ahí, desarrollándose, encontrándose, peleándose. Todos esos mundos que están en este, como decía el poeta…. Así es que ajusto bien mis audífonos, para no perder ripio y salgo a la calle cada día para airearme, para observar, para tratar de imaginar lo que hay detrás de cada mirada, de cada palabra, de cada cartel, de cada leyenda. Aquella pareja de jóvenes sentados en el suelo, aquel sombrero que se cae, aquella niña que se suelta de la mano de su padre… ¿Qué hay detrás de esa fotografía que tapa un edificio de la Gra Vía? ¿Qué está pasando dentro de ese edificio? No lo sé, solo camino, paseo, y pienso…. Si paseas no dejas de cavilar, no dejas de imaginar, no dejas de vivir. Porque en todas las vidas está la vida, y en todas la palabras, la palabra.
Veo a personas que hablan solas, que no tienen a nadie a su lado, que parece que hablan solas, que están mal, me digo… pero no, me equivoco, acabo dándome cuenta de que llevan los auriculares puestos. No prestan atención al que tienen delante, al que está a su lado. Puedo escuchar con toda tranquilidad. Me sorprende lo bien que habla hoy la gente, con qué precisión, con qué nivel de detalle explican las historias, sus historias, con qué seguridad exponen sus argumentos. A veces me asombra y me asusta su vehemencia, porque todos parecen estar en posesión de la verdad.. Y no dejo de imaginar lo que pueda estar diciendo y pensando la otra parte, esa parte que me pierdo. No dejo de elucubrar, de completar las historias. “Le juré que ya había hecho la transferencia” oigo decir y muevo dubitativamente la cabeza o “está insoportable, desconfiada, suspicaz”, y pienso para mi que le habrán hecho a esa pobre mujer… El paseante, que soy yo, sigue las conversaciones que le salen al paso y aprende mucho de lo que oye y de lo que imagina que hay detrás de lo que oye. Al menos así lo piensa y eso le entretiene y le estimula.
Me pierdo con facilidad, soy despistado y no me cuesta nada preguntar. Me gusta hablar con la gente. Cualquier motivo es bueno para entablar una breve conversación. Es mi manera natural de ser. Compruebo que hay personas que están deseando poder hablar de algo, sobre algo. A veces llevo la mochila abierta. No me he dado cuenta. Alguien me avisa. Siempre hay alguien que te avisa cuando llevas la mochila abierta. La gente es generosa y te advierte. Pero también es temerosa, cada vez más temerosa. No se fía. Y prefiere verlo todo cerrado…
Ayer salí como de costumbre a pasear. Era el día en el que el Rey hizo entrega del Toison a la princesa Leonor. Conmemoraba su cincuenta aniversario. No percibí la noticia en el ruido de la calle. La gente está en otras cosas, me dirán algunos. No sé. Hay cosas que calan y de las que no se habla o se habla poco.. Pero calan. Eso espero. Al oir al Rey dirigirse a la princesa sentí una cierta emoción. Eran más o menos las mismas palabras que don Juan Carlos le dirigió a él cuando tenía la edad de su hija. Lo recuerdo bien y seguro que el Rey también lo recuerda. Todo cambia, pero lo esencial sigue ahí. Aunque el ruido de la calle parezca no percibirlo. Pero afortunadamente ahí sigue.

por Antonio Sáenz de Miera | 18-01-2018 | General




“Han llegado las cigüeñas…
Han llegado diciendo que se acabó la tristeza,
que la calma ha terminado …”
Pablo Guerrero
Ahí están. Han vuelto. Un año más. Nuestras cigüeñas. Ya sé que no son nuestras ni de nadie. Pero un poco sí lo son, y nosotros de ellas, naturalmente. Quien las ve primero avisa inmediatamente a través del chat familiar. Este año uno de mis hijos pudo hacer unas fotos rápidas de su aparición; no son muy buenas pero me han venido muy bien para ilustrar esta entrada. Si las miráis con atención comprobaréis que nuestras cigüeñas no se equivocan como aquella paloma de Alberti que confundía el norte con el sur. Saben bien a donde se dirigen: van directamente a “su nido”. Así consideran ellas el nido que fabricó laboriosamente mi amigo Pedro Cuesta, el herrero del pueblo.
Se lo tenemos arrendado de por vida a nuestras cigüeñas. Sin coste alguno. Ellas son las joyas de la corona de nuestra casa. Se merecen el nido y mucho más. Forman ya parte inseparable de nuestro paisaje más querido. Cuando se acercan estas fechas estamos todos pendientes de su llegada y damos un respiro cuando las vemos rondar por los alrededores. Pregunto a mis hijos si comparten estas cavilaciones mías sobre la solemne aparición de las cigüeñas y parece que sí, cada uno a su modo. Me gusta saber lo que piensan, sienten y disfruto leyendo lo que me han escrito. Para ellos también tienen nuestras cigüeñas un valor sentimental, emocional, atávico quizás. Me viene a la mente aquello que dijo Cicerón en De Senectute: “plantarás árboles que otros verán crecer”. Me doy cuenta de que ha calado en ellos la idea de que hay bienes que podemos hacerlos propios, hacerlos nuestros, sin que dejen de pertenecer a todos, sin que dejen de ser comunes. Y eso me da mucha satisfacción. Y mucha tranquilidad también…
Uno de mis hijos ve la vuelta anual de las cigüeñas a nuestro prado “como un signo más de que la vida sigue y de que aquí seguimos”. No pensaba yo llegar a tanto, tan adentro, tan profundo, pero ahí estamos, y realmente me gusta. La ligereza y la profundidad están muy cerca la una de la otra, y mejoran cuando se mezclan bien…

¿Y si un día no volvieran? ¿Qué pasaría? Ya veis, es una pregunta casi de filósofo. Como decía antes, sería síntoma de algo, causa de algo, y daría que pensar. Nada sucede por que sí, sin alguna razón, o eso queremos creer. Pero hoy no estoy hablando de razones sino de emociones, de intuiciones, de miedos y de inseguridades. Y, en realidad, si me pongo a pensar, para mí y para mi familia, para nuestras vidas, si un año no volvieran, en realidad, no sucedería absolutamente nada. Dejaríamos de verlas, solo eso…
¿Solo eso? Dejaríamos de contemplar su vuelo, de escuchar su crotoreo, sus conversaciones, de observar sus rituales, de comprobar cada día como crecen sus crías. Y dejaríamos de sentir la extraña y tranquila sensación de que el mundo sigue girando como debe hacerlo. Vaya, pues sí, estoy empezando a pensar que si que pasarían cosas importantes en el caso de que no volvieran. Todas esas cosas intangibles de las que tanto nos alimentamos los seres humanos. Damos muchas razones, si, pero al final nos vencen la emoción, el miedo, la belleza. Y estas cigüeñas, sin saberlo ni ellas ni nosotros, sus devotos admiradores, significan un poco de cada: un poco de emoción, un poco de miedo, un poco de belleza. tanto de verlas como de no verlas. Porque la imaginación es muy poderosa, se crece y se recrea con lo que vemos, y también lo hace con lo que no vemos, con lo que no sucede como esperamos….
Todo cambia. Nuestras cigüeñas parecen la mismas pero en realidad son otras, son las crías que regresan al sitio donde nacieron. El cambio de año nos llama la atención sobre esto, sobre el paso del tiempo. Somos más mayores. Cada año damos cuenta de las cosas que siguen igual, que supuestamente siguen igual. Y nos fijamos en los cambios con suspicacia, con expectación, con ilusión… Necesitamos también comprobar que algunas cosas no cambian, o parece que no cambian… necesitamos signos de vida y de esperanza y eso es lo que traen cada año nuestras cigüeñas al prado de Cercedilla. No nos traen nada material. No dan algo distinto. Traen consigo un mensaje que cada uno de nosotros interpreta a su modo. Solo las vemos. Están ahí. Vuelan. Crían. Crean un hogar. Dan de comer. Siguen el curso de sus vidas sin fijarse en nosotros. Son tan grandes y tan ligeras. Nos traen todo eso que nos falta, que echamos de menos sin que apenas nos demos cuenta… Que cada cual ponga lo que considere. El caso es que han vuelto. Mucho antes de San Blas. Ya estábamos un poco impacientes. Ahí están.
por Antonio Sáenz de Miera | 04-01-2018 | General

“Yo puedo ser yo mismo, en internet puedo hacer cosas sin filtros”
El Rubius en la entrevista con Risto
Ni de oídas sabía yo quien era “el Rubius”, cuando oí hablar de él en un acto reciente organizado por la red de Fundaciones Universidad Empresa. Todo el mundo parecía conocerle en aquel ambiente de empresarios y universitarios, al menos nadie preguntaba que quien era aquel señor, así que yo disimulé como pude mi ignorancia. La conferenciante, Pilar Llácer, experta muy conocida en la gestión de recursos humanos y transformación digital , se refería al “fenómeno Rubius” como algo significativo, como algo que había que tener en cuenta, y yo sin saber siquiera quien era Rubius. Me picó el amor propio. En cuanto tuve ocasión me fui a preguntarle a Google y Google me dijo que este joven “youtuber”, el término suena fatal en español pero poco a poco nos vamos acostumbrando a estos horrores, tiene más de doce millones de “followers”, otra perla del lenguaje habitual de nuestros días. Él, “el Rubius” llama “criaturitas” a sus seguidores, quizás con un poco de condescendencia, o quizás no, quizás un poco asustado de su propio éxito… Sea como fuere, el caso es que aquello era digno de atención, se trababa de un fenómeno de gran tamaño: doce millones nada menos!!!
Tenía que ver sus videos para conocer el secreto de su éxito. Y así lo hice. Ví alguno de ellos y no daba crédito, no entendía nada. Aquello me parecía una auténtica patochada sin gracia ni sentido. Les pregunté a mis nietos. Ellos sí conocían a “el Rubius”, por los videojuegos, claro que lo conocían pero no le daban la menor importancia… Parecía que era algo que no iba con ellos pero no les creí del todo. Es más, tengo la impresión de que la mayor parte de los jóvenes le conoce y le sigue. ¿De dónde salen si no esos doce millones de criaturitas? La inanidad y la intranscendencia alcanza a millones de personas en el mundo. Esa es la realidad, mal que nos pese.
Todavía no he conseguido explicarme del todo el qué y el cómo de esta historia. Acudí a la entrevista que le hizo el también famoso Risto para profundizar en el personaje. Si pincháis en la cita de esta entrada podréis ver el video en cuestión. Os recomiendo que lo hagáis. Seguro que estaréis de acuerdo conmigo en que este famosísimo “youtuber” recibido y jaleado por miles de jóvenes cuando llega a cualquier aeropuerto, es un muchachito decente y vulnerable. Se pone a llorar como un crio cuando habla del asedio de sus fans y es muy consciente de lo que puede y no puede hacer: “no vais a encontrar contenido ninguno en mis videos”, le dice a Risto, “son puro entretenimiento”. Él no tiene la culpa de nada, no engaña a nadie, se me ocurre pensar. Pero ¿la culpa de qué?. ¿Es que hay que buscar algún culpable de ese “fenómeno Rubius” al que se refería la famosa experta en recursos humanos que me lo descubrió? No hay trampa ni cartón. Todo está más claro que el agua: los doce millones de criaturitas que le siguen se sienten identificadas con nuestro Rubius, con su falta de preocupaciones intelectuales o políticas, con su ligereza, con su naturalidad, con su humor tontuelo y espontáneo, con su absoluta intranscendencia.
Pregunté a mis nietos, mi grupo de referencia en esta entrada juvenil, que de qué vivía el Rubius y se morían de risa: “de la publicidad abuelo, de la publicidad, ¿de que va a vivir si no?” me decían. No es que me descubrieran el mediterráneo pero me hicieron pensar. Sin ella, sin la publicidad, sin las empresas y su necesidad de competir, no existirían ni “el Rubius” ni muchas de las cosas que nos sorprenden por su aparente gratuidad. Casi siempre nos están vendiendo algo y todo acaba llegándonos sin que apenas nos demos cuenta. Es una especie de juego invisible en el que participamos cada día; juegan y jugamos inadvertidamente, apelando a nuestra vulgaridad, a nuestro aburrimiento, a nuestro sentido del ridículo, a nuestra necesidad de seguir las corrientes que se cuelan en nuestras mentes y llegan a modular nuestras necesidades y nuestra forma de vivir.
Vamos, que casi sin darme cuenta he llegado a una conclusión muy propia de estas fechas. Es probable que nos hagamos algunos propósitos para 2018 y mi deseo es que se cumplan. Pero no deberíamos de olvidar que somos todos criaturitas indefensas que seguiremos haciendo lo que otros decidan por nosotros. Y si no que se lo pregunten a los doce millones de seguidores de el Rubius y de otros “influencers” y “prescriptors” que guiarán nuestros pasos queramos o no. Ya lo veréis.