¡NI TERRORISTA PUEDE SER YA UNO!
Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida.
Pablo Picasso
Lo descubrí al llegar a los controles de aduana en mi último viaje a Nueva York. Me temía lo peor. Me armaba de paciencia y me preparaba para todo tipo de vejaciones. Con esa extraña sensación de que iban a encontrar algo de mí, algo que ni yo mismo sabía. Preocupado, cansado, algo inquieto, creo, como a casi todos nos pasa. Todo para nada. Resulta que a mi a no me prestaron la mínima atención. El policía me miró con un cierto desdén y me dijo secamente: “usted pase”. Ni huellas dactilares, ni cacheos cuidadosos, ni miradas sospechosas…Me sentí discriminado y decepcionado. Al dejar Nueva York supe lo que pasaba: el policía de turno debía de ser menos perspicaz que el de llegada y me preguntó la edad; “Ah, más de ochenta… pase, pase”. Vaya, era eso. No doy el perfil de terrorista por la edad que tengo. No soy una potencial amenaza.
Además de una discriminación, aquello me pareció una solemne tonteria. ¿Qué sabían esos señores de mis intenciones y de mis posibilidades? ¿Es que no estaba en condiciones de cargar con una bomba de unos cuantos kilos? Seguramente consideran que los vejetes hemos perdido la afición a los explosivos o nos hemos vuelto unos conservadores del demonio por aquello de las pensiones. Pero igual se equivocan, me dije, igual se equivocan y la armamos.
En serio, bueno la verdad es que tampoco tan en serio, me sentía un poco cabreado. Llovía sobre mojado; no me gusta nada que alguien que no sea yo mismo decida lo que debo o no debo de ser. Cuando todavía estaba “haciendo cosas”, cosas que me divertían y las hacía bien creo yo, y además me pagaban, había un señor importante que tenía su despacho muy cerca del mío y que todas las mañanas me decía al verme llegar: “y tu que haces aquí trabajando en vez de irte a jugar al golf”. Me sacaba de quicio; no me iba a jugar al golf porque no me gusta el golf y porque no me daba la gana de irme a jugar al golf; algo así debí de decirle. Pero él seguía dándome la tabarra: no soportaba que yo acudiera todas las mañanas feliz y contento a mi trabajo “a esa edad”. No soy naturalmente el único que ha sufrido ese intento de discriminación que tiene un nombre muy feo pero aceptado por la RAE: edadismo. La discriminación por razones de edad se llama edadismo y no son pocos los que la sufren. Según un estudio de la universidad de Kent –siempre hay una universidad con nombre inglés para esos estudios- nada menos que un cien por cien de la población a la que se dirigieron en la encuesta, afirmaba haber sufrido algún tipo de discriminación a causa de su edad. Mira por donde, ahora me tocaba a mi y precisamente en Nueva York.
Allí estaba yo, en la zona cero después de pasar impunemente por la aduana. No podía dejar de pensar en el terrorista que no soy, y también, un poco perplejo, en ese terrorista que, a día de hoy, realmente podríamos ser cualquiera, un niño, una mujer embarazada, un joven con una furgoneta… Ahora podemos pensar que eso es posible. Eso es lo tremendo, eso lo que ha cambiado y nos ha cambiado. Ha sucedido, es real. Lo mío no dejaba de ser una fantasía viajera. Pero cuidado con los viejos, los carga el diablo. Fijaos como los ha pintado Jorge Arranz: dan miedo.
Querido Antonio
Cada vez tengo más claro que uno tiene la edad de sus renuncias. Por lo mismo, a tí en Nueva York te dejaron pasar porque debieron verte cara de buena persona. Por cierto, menos mal que ya no preguntan en la aduana si el motivo de tu viaje a USA es asesinar al presidente…! Vaya compromiso en estos tiempos!!!
Un fuerte abrazo
Como dicen nuestros hermanos portugueses: ¡ vivan os idosos ! Sin la capacidad de los sabios, este santo país se vendría inmediatamente abajo.
Querido Antonio, comprendo tu decepción ante tamaña afrenta. Por si te sirve de consuelo, puedo contarte que yo también soy víctima de frecuentes vejaciones similares. Lo peor es que no tengo que desplazarme a Nueva York, sino que en el mismísimo metro de Madrid y en los autobuses de la EMT, decenas de jóvenes desaprensivos se organizan para cederme el asiento a pesar de mi evidente juventud. ¡Que falta de respeto y que atropello a la razón!