“Es una verdad universalmente aceptada que todo soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa”
Jane Austen
Orgullo y Prejuicio
He sido otra vez abuelo; ahora soy más abuelo que antes, más abuelo que hace unos días. Acaba de nacer mi décimo nieto. Es una niña, se llama Paloma como su abuela materna y es la pequeña de cuatro hermanas y de diez primos. Los padres han sido unos valientes: pocas parejas tienen cuatro hijos en estos tiempos. El abuelo está encantado. Se pone tan abuelo, tan blando y tan tierno que debe de contenerse un poco. No solo por aquello de la tensión arterial; es que muy probablemente esas emociones de un abuelete octogenario interesen poco a sus lectores. Pero ¡!cómo voy a dejar de decir que tan solo con ver un instante a ese renacuajíto sentí que la luz de ese día de otoño venía con ella!!. Hubo un momento en que se puso malita y ninguno de los miembros de la ya numerosa familia pensábamos en otra cosa que en su recuperación; pasó el peligro y respiramos tranquilos. Ahora está ya en casa bien acompañada.
Son cuatro hermanas. Cuatro nada menos. Dicen que el futuro es de las mujeres. Espero que sea también de los hombres y de los jóvenes. Y de los animales, de los ríos y de los árboles, si me apuráis, del planeta entero para no quedarme corto. Un futuro menos incierto y, al mismo tiempo, más abierto, aunque parezca un contrasentido, y más generoso y tolerante. Al pensar en esas cuatro hermanas que son mis cuatro nietas, me viene a la cabeza Orgullo y Prejuicio, la novela de Jane Austen que releí con gusto este verano en una excelente edición de Alba minus. Es cierto que, como se puede ver en la deliciosa ilustración que reproduzco, las hermanas de las que habla Austen son cinco y no cuatro, pero eso no nos importa: tampoco hay que afinar demasiado en cuestiones de hermanas.
Lo que hace al caso, me parece a mí, es la obsesión de Mrs Bennet, la madre de esas cinco señoritas a las que vemos tan tiesas en el dibujo, por encontrar para ellas un buen partido y casarlas lo antes posible. No piensa en otra cosa la buena señora; ese es su objetivo en la vida y no duda en utilizar todas sus artes, malas o buenas, para conseguirlo. El matrimonio y el dinero iban bien unidos en la sociedad victoriana y lo que hacía Mrs Bennet era simplemente adaptarse a su tiempo. Nada más que eso.
Lo que yo me pregunto ahora, pensando en esas cuatro hermanas que han pasado a formar parte de nuestro grupo familiar, es si es ese el porvenir que las espera. Si la sociedad victoriana sigue viva, al menos en parte o si realmente las cosas han cambiado. No lo sé, ya estoy un tanto al margen y prefiero preguntar a la Mrs Bennet de esta historia, a esa madre ya feliz que cuando escribo estas líneas tiene ya a las cuatro hermanas en casa.
“No le importan nada los matrimonios ni el dinero”. Eso es lo que me dice y no me sorprende. Reconoce que hay gente de su generación “que piensa en la robótica, o en los idiomas; otros en mandar a sus hijos a una universidad americana o en que aprendan chino”. Todas esas cosas las respeta pero no son para ella lo fundamental. Lo fundamental es: “que sean ciudadanas globales… sin fronteras geográficas, ni lingüísticas, ni raciales ni de género”…Vuelvo los ojos a Austen: no puedo imaginarme a Mrs Bennet diciendo esas cosas en un mundo tan cerrado como en el que vivían. Este es otro mundo y mi hija es así. Ella quiere que las suyas conozcan a mucha gente, que viajen…pero por encima de todo: “que encuentren su pasión y su talento y puedan dedicarse en cuerpo y alma a su trabajo”. Ella, su madre, lo ha conseguido, y eso “le parece un tesoro”. A mi también.
Esta tarde no podrá estar la madre de las cuatro hermanas en la presentación de los emprendedores de Ashoka organización a la que dedica su actividad profesional. De un acto semejante hablé en mi entrada Soy el abuelo de Lola y a ella me remito. Yo sí que asistiré y si se tercia y se me ocurre preguntar algo me presentaré en esta ocasión como “el abuelo de Paloma”. Seguro que me dan la palabra.
Cuatro hermanos fuimos y somos también nosotros, Antonio, y a mí me tocó el momento Paloma en apuros, nada más nacer. Aunque lo mío fue más drástico, tanto que durante años se me conoció en mi barrio como El muerto resucitado –todo un walking dead-. Trasmito mi enhorabuena al feliz abuelo y a toda su familia tolstoiana, excusando el inmortal inicio de Ana Karenina. En cuanto a la señora Bennet de mi nunca suficientemente detestada Jane Austen, rompamos una lanza por ella. Al fin y al cabo, también ella quería que sus hijas fueran globales –no en vano vivían el esplendor del Imperio y del Rule Britannia-. Que llegaran a eso a través de un magnífico “martirimonio”, como dice Dragó, es puro “esprit du temps”. ¿Han cambiado tanto los tiempos? La respuesta fácil, la sociológicamente correcta, dice que por supuesto que sí. Pero héteme aquí que echo un vistazo a la actualidad y, demontre, qué maravillosas afinidades electivas se establecen entre las castas de ayer, de hoy y de siempre. Ya sabes que mi antípoda para masacrar a la cursi de Jane Austen remite invariablemente a las Brönte y, en particular, a su monumental Cumbres Borrascosas. En ella, Cathy rechaza a Heatcliff por más que lo ame, a causa de su baja extracción social. Acerquémonos hoy mismo a las bodas que se concelebran en los Jerónimos, ya con vistas al chaletito en Puerta de Hierro o en la Moraleja. Dios bendito, qué “globales” son todas ellas. Aunque qué difícil encontrar entre los invitados a la madre o al padre de un mileurista con un trabajo temporal y una cartilla del Inem por toda lectura. Cierto que se dan casos paradójicos y excepciones con sede en La Zarzuela. Pero mucho me temo que seguimos haciendo buena la célebre máxima de El Gatopardo. No me cabe duda que tu nieta no bailará ese vals, pues lleva en su ADN la sabia certeza de que la vida está en otra parte. Pero por más que hagamos buena la aseveración de Marco Ferreri –recuerda, Il Futuro e’ Donna-, a la pequeña Paloma le van a faltar abuelas, y hasta abuelos, para abrirse paso en un mundo, no ya de hombres, sino de convulsiones globales y locales como las que se columbran en el horizonte. ¿Qué entenderemos por globalidad en el 2050? Probablemente, una estricta cuestión de supervivencia. Hago votos para que tu maravillosa progenie se gane el embarque en la futura Arca de Noé. Eso sí, siempre que deje fuera a Jane Austen y encuentre un Heatcliff tirando a hipster, o si acaso una Emily Brönte menos borrascosa, que la acompañe en el largo viaje hacia el conocimiento y la conquista de sí misma. La otra opción sería el Orlando de Virginia Woolf en versión Ashoka. No me atrevo a tanto. Al fin y al cabo, lo mejor de llamarse Paloma es que ya vienes predestinada para alzar el vuelo. Quiera el destino que sea ella la que regrese al Arca, después del Diluvio, con una ramita de olivo para su abuelo.
Felicidades y mucho amor a las cuatro hermanitas….