Podría decirte que soy inmune a todo,
pero eso es mentira.
El polvo no se convierte en flores.
Los cielos no desaparecen,
pero he visto la verdad convertirse en poder.
No depende de mí, decimos. No puedo hacer nada o casi nada, pensamos. No está en mis manos, creemos. Y lo cierto es que nos equivocamos de cabo a rabo, por pereza o por irresponsabilidad, o por las dos cosas a la vez. Hablo del cambio climático por la acción del hombre, de lo que eso ya nos está afectando, y de lo que nos afectará en el futuro. Para mí no hay duda de que es un asunto grave que nos concierne a todos. Ya estaba aquí desde hace tiempo pero lo ignorábamos. Y ahora está aquí de forma cada vez más visible y apremiante.
Pensé mucho en todo esto el verano pasado: las noticias sobre temperaturas y sequías eran escalofriantes. Se decía que la España verde era ya como la España seca y que la España seca se estaba convirtiendo en un desierto. Ahora, en pleno otoño, seguimos como en pleno verano, y tan contentos. A mi me parece una locura pero, que se le va a hacer me dicen. Se mira para otro lado ante algunos fenómenos comprobados y alarmantes: las temperaturas globales han venido aumentando de manera sistemática desde 1880; el nivel del mar ha aumentado 20 cm desde comienzos del siglo XX…Nada, no nos inmutamos y por si faltara poco ahí tenemos a Trump retirando a Estados Unidos del Acuerdo del clima alcanzado en París. ¿A qué esperamos para actuar?
El viernes pasado fui al estreno comercial de la película de Al Gore sobre el calentamiento global. Había oído que daba un toque a Trump; bien pensé. Saqué las entradas con antelación pensando en un llenazo pero éramos cuatro gatos. A muchos no les interesan estas cosas y hay otros que piensan que Al Gore es un ególatra, no se fian de él. A mi sin embargo el documental me interesó y me gustó. Me fío de Gore y le agradezco que, en vez de dedicarse a jugar al golf y a vivir de las rentas de su pasado político, dedique su tiempo y su vida a luchar por el planeta. Me atrevo a recomendaros que vayáis a ver “Una verdad muy incómoda” que es el título de esta segunda parte de su mensaje cinematográfico. El documental es una exploración visual del dónde y el cómo se encuentra el planeta ahora mismo: calles inundadas en Miami Beach, glaciares de Groenlandia derritiéndose dramáticamente, áridos paisajes en los que antes prevalecía la opulencia vegetal, o largas praderas cubiertas de matojos en las que hasta los ochenta había solo hielo. Un desastre. Los gráficos y el “power point” del anterior documental han dejado paso a un Al Gore más metido en política, más seguro de si mismo me parece a mi, aunque un tanto decepcionado: piensa que no le hacen el caso que se merece. ¿Ególatra?; sí algo hay seguramente de egolatría en esa necesidad de estar en todas partes, pero lo que importa realmente es si tiene o no razón y desgraciadamente hay que pensar que la tiene. “Ahora o nunca” es el mensaje.
Si hubiera podido hablar con Gore, estábamos él y yo prácticamente solos en el cine Renoir, le habría trasladado esa preocupación mía: ¿ qué podemos hacer tipos como yo y mis lectores para evitar el desastre que anuncia en su documental ?. A falta de sus respuestas he acudido a dos expertos de menos fama para que me echen una mano. Uno es un eminente profesor de la Pontificia y otro es mi primogénito. Los dos saben bastante de estas cosas y de lo que me hablan es, por ejemplo, de consumo responsable. Hay que comer menos carne y reducir los alimentos que descartamos. Una medida de sentido común en todos los aspectos. Por cierto Gore se declara vegano aunque no quiere hacer propaganda de ello. Hay que procurar reducir el consumo de energía y recurrir, en la medida de lo posible a nuestras posibilidades, a las energías renovables. Me dicen que deberíamos y podríamos cambiar sensiblemente nuestros hábitos de transporte: coger cada vez menos el coche privado y utilizar más el transporte público, o manejarnos en bicicleta por nuestras ciudades….
Elegid una, al menos una, de estas propuestas y comprometeos con ella. Si lo hacéis esta entrada habrá servido quizás para algo. Y daos prisa para ir a ver el documental de Al Gore; pronto lo quitarán de las carteleras. Acordaos de lo que pasó en el estreno.
Antonio como siempre tan actual y atinado en tus contenidos que nos compartes en este Blog del que gozo y aprovecho siempre cada contenido y ante todo me enorgullece conocer al autor, a ti, un hombre visionario y que siempre promueve la reflexión y el cambio. Felicidades por este contenido Antonio. Saludos de tu amigo y siempre admirarador Miguel.
Gran e incómoda verdad, expresada llanamente por Antonio. Aún podemos hacer mucho, cada uno en su ámbito, para mitigar los efectos del cambio climático. Está en nuestras manos el lograrlo.
Gracias, Antonio. Me uno a tu recomendación de todo corazón. Si no se hace nada nosotros apenas lo notaremos, pero nuestros hijos y nuestros nietos sí. En este caso prefiero al prepotente al ignorante. El legado de Trump va a ser enormemente negativo, también para su país. Un abrazo Antonio
Sabio artículo, Antonio. Me hubiera servido para ilustrar mi último viaje a Galicia, la semana pasada. Durante un ciclo de conferencias dedicadas a los Hongos Mágicos –brujería y alucinógenos-, nos llevaron de visita a un castañar donde una empresa hipertecnológica cultiva especies orientales, hasta ahora imposibles en Europa, como el “reishi” o el “rukkaku”. Inoculan con filamentos fungíferos las raíces de los plantones, y con esporas los troncos. Y, oh, maravilla, el hongo brota como por arte de magia. En apenas una noche, de la nada aparente puede surgir un coloso de hasta setenta centímetros.
Sin embargo, lo más sorprendente para mí fue verificar el estado del castañar que envuelve a este prodigio. Recordaba los suelos otoñales tapizados de castañas en mi tierra, hace veinte o treinta años, y sobre todo el paso sobre ellas. Se hundían en el suelo húmedo y musgoso. En la Galicia de 2017 se partían, porque el suelo, de tan seco, era pura piedra. Omito la vista del paisaje que recorrimos entre Orense y Pontevedra. Centenares de hectáreas calcinadas, embalses bajo mínimos, ríos silenciosos.
Lo peor de todo esto, con la venia de Al Gore, es que ya es perfectamente irreversible. Tuve ocasión de constatarlo durante las sesiones de E-Biolab en el Conde-Duque, hace ya una década. Trajimos a los expertos del IPCC –el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático-, y sus conclusiones, apoyadas en diagramas proyectivos sobre el efecto del CO2 en la atmósfera, auguraban un creciente imparable del Efecto Invernadero, cuando menos hasta el próximo milenio. Todo lo que hagamos ahora para detenerlo comenzará a ser efectivo allá por el 2500 de los corrientes. ¿Un pretexto suficiente para no hacer nada? Por supuesto que no. Ya no nos queda otra que hacer todo cuanto esté en nuestra mano, tal como tú lo cuentas, a través de la gran política de los pequeños gestos. Pero, hèlas, como dicen los franceses, ¿quién está realmente dispuesto a reducir su nivel de consumo y de confort, más allá de reciclar el plástico doméstico y bajar medio grado el termostato? Sólo en el último mes, la venta de automóviles en España se ha incrementado un 17% -y nadie habla de la ínfima tasa de eléctricos-. Suma el big-bang de los vuelos low-cost, el de la obsolescencia programada que nos lleva a renovar nuestro arsenal de electrodomésticos cada cinco años, o el de las derivadas de la sequía que nos asola.
Según la Teoría de Gaia la Tierra es un sistema vivo en permanente interacción donde cada crisis local afecta a su totalidad. Gaia era el nombre de la diosa de la Tierra entre los griegos. Perturbar su descanso siempre tenía consecuencias. Ya en pleno siglo de las Luces, el terremoto de Lisboa causó un trauma en la manera de mirar el mundo por parte de los pensadores de la Ilustración. Hoy empleamos otros términos: calentamiento global, cambio climático. Lo que subyace es la certeza de la fragilidad del equilibrio, sumado a la evidencia de que hemos entrado en un periodo de mutación -insisto- irreversible y descontrolada.
Cuando Visconti rodó “La Terra Trema” su horizonte no era otro que denunciar los abusos del caciquismo siciliano. Setenta años después el neorrealismo más acuciante pasa por las desalentadoras conclusiones de la última cumbre del clima de París: las catástrofes naturales irán en aumento. Ya no será necesario asomarnos a ninguna película para constatar que vivimos peligrosamente.