Tu que estrenas a diario una nueva vida… cediendo el paso que es tu filosofía…eres niño más que diez a tus años todavía…si tu no vas al cielo nadie iría….”
Caía la tarde de un día casi otoñal del pasado mes de agosto en un bosquete de manzanos en Pola de Nava en Asturias, en torno a la casa de Luis Suárez y Mamen. Como todos los veranos estábamos reunidos allí un grupo de amigos para recordar a otro amigo muy querido que se nos murió hace unos años. Disfrutamos hablando de él, de su ingenio, de excursiones compartidas, de recuerdos, de las historias que nos contaba. Nos gusta estar juntos, cerca, alimentados y contagiados por una nostalgia suave y alegre, enlazados por la amistad y el recuerdo.
Se oyen unos compases: es Felipe del Campo que ha cogido su guitarra y empieza a entonar una melodía. Canta muy bien, con gusto y sentimiento. Ya nadie habla, Felipe se “queda con nosotros”, y nosotros con él, nos transporta a otro mundo. Vemos que su hermano Tomás sigue con los dedos y con los gestos el ritmo de la música y no tarda en ponerse también a cantar. Se sucede una canción tras otra. Ya somos todos los que cantamos, mejor o peor, da igual, cuando Felipe cada vez más alegre e inspirado, empieza a caminar por el prado con su guitarra en bandolera sin parar de cantar y cantar. Se levanta Tomás y le sigue simulando un sonido perfecto de trompeta que sale de sus labios, otro se levanta y le sigue, ya todos le seguimos, no podemos hacer otra cosa, nos llevan, nos dejamos llevar. Nos sentimos todos unidos por el paraíso que encontramos en ese instante, en el lugar al que nos han llevado los hermanos del Campo que supieron leer como ninguno de nosotros el momento… Y llevarnos.
Escultor, músico, pintor, Felipe, a quien conozco desde hace tiempo, es un artista completo y un gran montañero. De mirada viva y alegre, abierto y campechano es también un buen amigo. A Tomás lo empiezo a conocer en ese instante mágico que se creó, que nos crearon ellos, que hicimos todos casi sin darnos cuenta. Tomás es la vuelta de Felipe, son iguales y distintos, son hermanos. Estos dos “pájaros” asturianos, listos y conectados por un hilo invisible, sin mediar una palabra, nos cogieron de la mano, aquel día, aquella tarde, aquel momento, nos subieron a su música, nos llevaron a ese sitio donde quisiéramos estar siempre, a ese instante que todo lo cura, que dura tan poco como el resto de tu vida, que ya no se olvida… Tal vez solo puede ocurrir en un momento determinado, cuando todo está preparado para ello, y unos duendes te saben guiar.
Aquel momento, que todavía puedo sentir hoy, me lleva ahora a la canción que Felipe hizo a su padre, Gonzalo del Campo. De él me hablaron cuando yo mostraba mi admiración por los dos hermanos: “la gracia, el carácter, la sensibilidad cultural y sobre todo la alegría la han heredado de su padre”, me decían. Felipe le ha dedicado una canción preciosa, una canción que he escuchado ya varias veces. Me gusta oírla y vosotros tambien disfrutareis con ella si pinchais en el enlace que aparece al comienzo de esta entrada. Es un homenaje sentido y verdadero de un hijo hacia su padre, una muestra de respeto a la memoria. Porque creo que el afán de novedades es evasión que no conoce ni la esperanza, ni la paciencia, ni la memoria para que algo nuevo ocurra.
En Asturias, en Pola de Nava, en la casa de Luis Suárez y Mamen, nos pasó algo nuevo, y venía de la esperanza, de la paciencia, de la memoria que todos teníamos y sentíamos. Gracias Gonzalo, gracias hermanos, gracias amigos!!!
Querido Antonio: me alegro mucho de volver a leerte, y, sobre todo, en una de las entradas más entrañable y mejor escrita de todas las que has publicado. La canción de Felipe del Campo es el mejor acompañamiento al emotivo significado de tu texto. Felicidades.
Qué belleza de homenaje del amigo a los amigos, de los ratos entrañables y mágicos, que se dan a veces y perduran toda la vida. Que delicia de tarde Antonio que nos haces compartir. El privilegio de ser amigo de los amigos y cuidarlos como un tesoro. Esos son ustedes! los mejores amigos del mundo
Antonio, me gusta tu recuerdo a nuestro amigo.
Antonio, me gusta tu recuerdo a nuestro amigo Alfonso.
Amigo Antonio:
Recuerdo en TV al sabio Carl Sagan mezclando todos los elementos que componen la estructura humana y revolviendo a ver si lograba un ser. Naturalmente, sin éxito. No era la mezcla, era la combinación.
Cuando yo empecé a pintar, me asombraba que alguien pagase algo por mezclar pintura en una tela. La misma pregunta me hacía al componer una melodia, una letra y que gustase. Claro, no era la mezcla, era la combinación. Entonces yo, miraba a lo alto y daba las gracias a mis antepasados (por la necesidad de agradecer a alguien esa suerte) : ¡Gracias Gonzalo!
Mucho tiempo después, en Pola Nava, se dió una de esas combinaciones : Esa tarde, esa gente,memoria, Alberto, Gonzalo… un instante donde puede, o no, llevarnos a ese fugaz paraíso que no se busca, se encuentra ( aunque Mamen se arriesgó a dar un empujoncito – ¡venga esas guitarras!- que encajó en esa chiripa, porque ¡funcionó!) y fuimos al Paraiso, ese que tu describes con sutil pluma y elevado espíritu. Pero mi emoción y asombro llega al final y toca techo donde mi amigo Antonio, muchos años después, voló hacia la eternidad para dar, tambien, las gracias a Gonzalo por ese instante……….¡Gracias Antonio!
Querido y ahora amigo Antonio:
Y bien querido porque haces para ello.
Me emociona y es de una gran satisfacción, saber que Felipe y yo (en segundo lugar), con la simple, espontánea y en parte humorística actuación musical, hayamos contribuido a crear ese ambiente que tan entrañablemente expresas y haces sentir en tu escrito de esa tarde en Polanava
Te conocí personalmente ese día. Sabia de tu extraordinaria personalidad. He de confesar que iba un poco “temerosillo”, luego agradablemente me encontré con un Antonio solidario, cercano, sencillo, alegre y natural, emanando empatía, tal como hemos visto en nuestro padre y familia y que tan bien expresa Felipe en esa canción, que no muchos tienen la sensibilidad para escuchar. Pena de no haber sido coetáneos.
Fuerte y cariñoso abrazo