“Se confirma que la muerte de Miguel Blesa en una finca de Córdoba fue un suicidio”
El País 20 julio 2017
Poseía quince rifles. Así lo cuentan las noticias que se publican estos días sobre su vida y milagros. Quince nada menos ¿no son demasiados? ¿Para qué demonios quería tantos rifles? Uno solo de ellos le bastó para quitarse la vida en Puerto del Toro. No digo esto para sumarme al auto de fe que se ha producido en las redes sociales en torno al suicidio del que fue presidente de Caja Madrid. No quiero formar parte de esa cacería despiadada sobre un hombre que seguramente cometió muchos errores y que ha terminado mal. Solo pretendo darle vueltas al sentido de un final como este, al sentido de una vida entera que termina de forma tan trágica. Una muerte como la de Miguel Blesa da qué pensar, da para pensar en el cómo y en el qué de lo que somos y lo que tenemos, en los riesgos de una ambición desmedida y temeraria que pueden conducir finalmente a la perdida del sentido de la realidad y de la propia vida.
Tampoco pretendo ponerme excesivo. Pero algo sí. Porque cualquier suicidio viene acompañado de una interrogación sobre el sentido de la vida que nos interpela a todos. ¿Por qué lo hizo? Podemos hacer nuestras conjeturas, nuestras cábalas sobre qué pudo llevarle a apretar el gatillo de su propio rifle de forma tan calculada y en lugar tan cercano al panteón familiar. Todo estaba previsto: no podía aguantar más el estado de soledad y rechazo en el que se encontraba. Podemos imaginar, por ejemplo, la inquietante deriva que puede llegar a desencadenar una ambición incontenible por tener más y más sin reparar en para qué y podemos imaginar la situación de zozobra y desamparo que se produce al ver que todo aquello se viene abajo, que el sueño se desmorona. Algo de eso podemos deducir por lo que sabemos del banquero Miguel Blesa.
Es muy difícil percibir el umbral a partir del cual la, en principio, sana ambición por mejorar, por tener más para vivir mejor, se convierte en una trampa mortal, en un despropósito que conduce al precipicio. Y una vez allí, ya solo queda dar un paso, solo un paso, un gesto para que todo acabe de una vez y para siempre. Me he preguntado a menudo por qué razón personas que tienen ya más de lo que puede imaginar, que supuestamente han llegado al súmmum de la riqueza y de lo que la riqueza puede proporcionar -cuántos rifles, cuantas fincas, cuantos placeres, cuantos cuadros, cuantos manjares, cuantos coches, cuantos viajes, cuantos barcos, cuantas joyas, cuantos incunables, cuantos servidores- siga ambicionado más y más, sin medida ni final. No consigo comprenderlo, no consigo entender que se siga corriendo riesgos para conseguirlo. ¿Es el veneno del trabajo?; ¿es el veneno del poder? ¿es el veneno del propio riesgo, ese vértigo que estimula a los jugadores?. Se ha dicho que Blesa fue el primer banquero encarcelado, no es cierto. Antes de él estuvo en prisión Mario Conde, el paradigma del éxito en los años del optimismo y del dinero fácil, presa también de una ambición desmedida que destrozó su vida aunque no acabó con ella. Curiosamente no tuvo el rechazo social que contribuyó probablemente a hundir a Blesa en la miseria. Banesto era un banco privado y no una Caja de Ahorros con una finalidad social. Todo parece los mismo pero no todo es lo mismo para la gente del común.
Nos podemos imaginar que Miguel Blesa no tuvo valor para afrontar lo que le venía encima. Quizás se quedó solo, muy solo. Quizás descubrió que detrás de tanta mentira solo le quedaba la muerte como lo único realmente verdadero. Si la vida es un misterio, la muerte lo es aún más. No doy con el sentido de este final, porque para mí la vida no se acaba nunca. Eso es lo que seguramente piensan los seguidores del cantante Chester Bennington que según leo se siguen reuniendo en torno a la casa en la que recientemente puso fin a su vida porque dicen que no lo entienden. Nunca llegaran a entenderlo, por mucho que se reúnan.
Bellísimo análisis filosófico y humano. Prudente pero claro como el agua. Que gusto leer la razón y la sensatez. Gracias por tus comentarios.
coincido contigo.
Un abrazo
Queridísimo Antonio, qué buen artículo has escrito cavilando sobre el suicidio de Blesa. Viene muy bien cuando estamos ya hastiados de oír y conocer hasta dónde se ha entronizado la corrupción en nuestras sociedades. Parece no haber límite para la ambición, el ansia de enriquecimiento fácil y los fatuos del poder. La caída es terrible. Cuánta vanidad y soberbia para nada! Lejos de todo lo querido y de quienes lo adularon y endiosaron, muere solo en el campo, de un tiro que se propina con una de sus 15 escopetas como dices. Qué horas de angustia debió pasar mientras concebía su propia muerte porque ya no daba más.
En tu blog anterior preguntabas cómo darle un giro a estas conversaciones para que, como en el Gatopardo, todo cambiara para quedar igual. No te contesté entonces, pero le di muchas vueltas y no estoy segura qué giro puedes darle sin perder el tono y el tempo de estas tus reflexiones de las que nos haces partícipes y que a mi juicio son deliciosas. No les falta nada ni les sobra nada. Podrías pedir de vez en cuando una colaboración y ser tu el comentarista, cambiando un poquito los papeles? no lo se…. yo prefiero de veras “seguir tomandome un blog contigo” semanalmente o quincenalmente, como siempre lo hacemos, como nos gusta tanto y como me tienes no solo acostumbrada sino absolutamente “Antonioadicta”.
Sin duda, da para pensar, más allá de lo referente a lo económico y el poder.
Todo lo que podría añadir a tu excelente artículo, Antonio, sería una redundancia: no se puede decir mejor, ni con mayor profundidad, ni con más humanidad, lo que tú cuentas acerca de Blesa y nos convierte a nosotros en Antonioadictos. Sólo se me ocurre darte la réplica con una columna que publiqué en El Diario Vasco, hace siete años. Me gusta porque responde a algunas de tus preguntas, porque propone un modelo de liderazgo en las antípodas de todo lo que representaba Blesa y buena parte de sus acólitos, muchos de ellos todavía con mando en plaza. Lo mismo ayudamos a que alguno vea la luz al final del túnel, aunque este sea el cañón de una escopeta.
“LA LOCA DE LA CASA”
Siempre que el mundo entra en una dinámica de crisis global, cuando el Titanic del Big Business choca contra el iceberg generado por su propia codicia, cuando la recesión se convierte en un drama social y el pesimismo en un veneno colectivo, entra en escena ese personaje flaubertiano que viste los ropajes de la Loca de la Casa. Entonces se llamaba creatividad, pero el vocabulario posmoderno la ha vestido con fórmulas como sociedad del conocimiento, transferencia de ideas, plataforma de excelencia y mil palabras más. A mi me gusta la que eligió Sophie Howard para poner en marcha su máquina de pensar. Se llama “The School of Life”, está ubicada en el corazón de Londres y abrió sus puertas el mismo día en que cerraba las suyas Lehman Brothers al otro lado del Atlántico. Todo un síntoma de la negra etapa financiera que se anunciaba en el horizonte, pero también de un cambio de rumbo muy parecido a una nueva ética para náufragos.
En “La Escuela de la Vida” te los encuentras por docenas. Se trata de profesionales altamente cualificados que ya no compiten por el dinero ni por el prestigio. Visten “casual wear”, contienen el vómito cuando les preguntas por los restaurantes de moda, y tienen muy claro que la espiral consumista sólo genera placeres efímeros y volcanes de insatisfacción.
El nuevo paradigma consiste en algo tan simple como reordenar la propia vida desde sus raíces, priorizando lo esencial sobre lo accesorio, reflexionando sobre todas aquellas cuestiones aparcadas que, sin embargo, constituyen lo esencial de nuestra existencia. Las clases consisten en debates abiertos con escritores, artistas, filósofos y científicos, donde unos y otros conversan en un plano de igualdad mientras aprenden de todo y de todos.
Tengo mis reservas acerca de si aquí funcionaría un experimento semejante, pero en Londres está arrasando. Y no se trata de una excepción, sino de una tendencia en expansión. Que millones de personas sigan online los debates que proponen grupos como el estadounidense TED o el alemán GTZ, vienen a confirmar que hemos entrado en un nuevo tiempo. Ya no se trata de consumir productos y servicios, ni de pelear por liderazgos, sino de sembrar y fertilizar experiencias.
En este tiempo de crisis, la Loca de la Casa va camino de convertirse en la gran Maestra de la Vida. Tenemos mucho que aprender de ella. Hoy más que nunca el conocimiento es la clave del poder. Pero sus beneficios más importantes ni se compran ni se venden, porque no tienen precio.
¡Qué acertadas reflexiones, Antonio, las que nos dejas en tu ultima entrada en el blog a propósito del trágico final del banquero Blesa! Felicitaciones por esa clarividencia que todos admiramos.
Sigue así.
Un fortísimo abrazo.
Magnífica y profunda reflexión sobre el suicidio de Blesa. Eres sabio, querido Antonio.
Hola Antonio:
Pues creo que no citas la envidia, que debe ser el deporte nacional de España y al que tanto alimenta la telebasura y la prensa rosa. La envidia es motor de ingenios y a la vez de despropósitos, los que hacen que uno llegue a “perder el norte” como bien dices.
Recomiendo ver una película reciente -un biopic de HBO- llamado “The Wizard of Lies” (El mago de las mentiras) sobre la vida de Bernie Maddoff, donde el personaje interpretado por Robert de Niro (excelente en su caracterización, como siempre) ahonda en cuestiones parecidas a las que tú planteas aquí. Al final, te quedas con una duda y una certeza. La duda ontólogica de no saber como una persona puede llegar a convertirse en un monstruo. Y la certeza de saber de que siempre volverá a pasar.
Más razón que un santo querido amigo.