Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera
Edición de verano Edición de Verano

EL SENTIDO DE UN FINAL

 

 

“Se confirma que la muerte de Miguel Blesa en una finca de Córdoba fue un suicidio”

 

El País 20 julio 2017

Poseía quince rifles. Así lo cuentan las noticias que se publican estos días sobre su vida y milagros. Quince nada menos ¿no son demasiados? ¿Para qué demonios quería tantos rifles? Uno solo de ellos le bastó para quitarse la vida en Puerto del Toro. No digo esto para sumarme al auto de fe que se ha producido en las redes sociales en torno al suicidio del que fue presidente de Caja Madrid. No quiero formar parte de esa cacería despiadada sobre un hombre que seguramente cometió muchos errores y que ha terminado mal. Solo pretendo darle vueltas al sentido de un final como este, al sentido de una vida entera que termina de forma tan trágica. Una muerte como la de Miguel Blesa da qué pensar, da para pensar en el cómo y en el qué de lo que somos y lo que tenemos, en los riesgos de una ambición desmedida y temeraria que pueden conducir finalmente a la perdida del sentido de la realidad y de la propia vida.

Tampoco pretendo ponerme excesivo. Pero algo sí. Porque cualquier suicidio viene acompañado de una interrogación sobre el sentido de la vida que nos interpela a todos. ¿Por qué lo hizo? Podemos hacer nuestras conjeturas, nuestras cábalas sobre qué pudo llevarle a apretar el gatillo de su propio rifle de forma tan calculada y en lugar tan cercano al panteón familiar. Todo estaba previsto: no podía aguantar más el estado de soledad y rechazo en el que se encontraba. Podemos imaginar, por ejemplo, la inquietante deriva que puede llegar a desencadenar una ambición incontenible por tener más y más sin reparar en para qué y podemos imaginar la situación de zozobra y desamparo que se produce al ver que todo aquello se viene abajo, que el sueño se desmorona. Algo de eso podemos deducir por lo que sabemos del banquero Miguel Blesa.

Es muy difícil percibir el umbral a partir del cual la, en principio, sana ambición por mejorar, por tener más para vivir mejor, se convierte en una trampa mortal, en un despropósito que conduce al precipicio. Y una vez allí, ya solo queda dar un paso, solo un paso, un gesto para que todo acabe de una vez y para siempre. Me he preguntado a menudo por qué razón personas que tienen ya más de lo que puede imaginar, que supuestamente han llegado al súmmum de la riqueza y de lo que la riqueza puede proporcionar -cuántos rifles, cuantas fincas, cuantos placeres, cuantos cuadros, cuantos manjares, cuantos coches, cuantos viajes, cuantos barcos, cuantas joyas, cuantos incunables, cuantos servidores- siga ambicionado más y más, sin medida ni final. No consigo comprenderlo, no consigo entender que se siga corriendo riesgos para conseguirlo. ¿Es el veneno del trabajo?; ¿es el veneno del poder? ¿es el veneno del propio riesgo, ese vértigo que estimula a los jugadores?. Se ha dicho que Blesa fue el primer banquero encarcelado, no es cierto. Antes de él estuvo en prisión Mario Conde, el paradigma del éxito en los años del optimismo y del dinero fácil, presa también de una ambición desmedida que destrozó su vida aunque no acabó con ella. Curiosamente no tuvo el rechazo social que contribuyó probablemente a hundir a Blesa en la miseria. Banesto era un banco privado y no una Caja de Ahorros con una finalidad social. Todo parece los mismo pero no todo es lo mismo para la gente del común.

Nos podemos imaginar que Miguel Blesa no tuvo valor para afrontar lo que le venía encima. Quizás se quedó solo, muy solo. Quizás descubrió que detrás de tanta mentira solo le quedaba la muerte como lo único realmente verdadero. Si la vida es un misterio, la muerte lo es aún más. No doy con el sentido de este final, porque para mí la vida no se acaba nunca. Eso es lo que seguramente piensan los seguidores del cantante Chester Bennington que según leo se siguen reuniendo en torno a la casa en la que recientemente puso fin a su vida porque dicen que no lo entienden. Nunca llegaran a entenderlo, por mucho que se reúnan.

YA TENGO CIEN: ¿Y AHORA QUÉ?

 

 

“Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”

El Gatopardo

Giuseppe Tomasi di Lampedusa

 

 

Cuando en 2013 empecé a escribir este blog nunca pensé que llegaría a las cien entradas. Nunca, ni de broma. Al verme tan entusiasmado con la idea, Pedro Linares que me inició en este oficio, no dejaba de decirme que lo fácil era empezar y que eran muchos los que abandonaban pronto. Creo que dudaba de mi. Yo también dudaba de mi. Pero debo de confesar que enseguida le fui cogiendo gusto al asunto. Me iba la marcha. Miraba y volvía a mirar las primeras entradas y los primeros comentarios. Estaba tan deslumbrado con WordPress y sus posibilidades como podía estarlo un novato poco ducho en las nuevas tecnologías. Eso de ser bloguero a mi edad me rejuvenecía y nada más importante que eso cuando uno ve como van pasando los años. El caso es que, ya lo veis, he llegado a las cien entradas casi sin darme cuenta. Cien escritos son cien historias que he contado y he compartido con vosotros. Con vosotros que sois amigos todos, a quienes os veo casi todos los días, a quienes os veo de vez en cuando, a quienes ya apenas os veo. Eso es lo más importante, lo verdaderamente importante, lo que está en el fondo. Lo mismo de siempre, lo que no cambia. El propósito de los propósitos. Eso no quiero perderlo. Este blog es una especie de hilo me conecta, me engancha, me enlaza, me mueve… Seguiré, pues, dándole a la tecla y a la imaginación.

Seguiré. No tengo duda. Pero quiero seguir y quiero cambiar, las dos cosas a la vez. Lo que pasa es que no tengo claro qué y cómo cambiar. Estas cien entradas han ido adquiriendo un formato muy definido: una foto o un dibujo -casi siempre del genial Jorge Arranz-, una cita o, a veces, una canción, 800 palabras más o menos, cada quince días más o menos. No he sido muy estricto, pero he procurado seguir una pauta, un cierto ritmo. Los temas han sido tan diversos como lo es la vida, como lo son nuestros gustos, nuestros intereses, nuestras aficiones, nuestros cabreos. La primera entrada ¿Qué mosca me ha picado? era producto de eso, de un cabreo. He procurado no dejarme llevar por lo convencional, por lo impuesto, por lo que nos marca la actualidad que nos dicen los medios de comunicación, los telediarios, el mundo de la política. No sé si lo he conseguido del todo. Si debo de confesar que he tratado, en la medida de lo posible, de escribir sobre asuntos que, además de interesarme a mí, intuía que podían interesar a la mayoría de vosotros. Asuntos en los que yo hubiera participado, de algún modo, en los que hubiera tenido alguna experiencia. En la mayoría de las ocasiones me he preocupado más por contar algo, por explicarlo, por anunciarlo incluso, que por dar una opinión.

Pero no va a ser siempre lo mismo o parecido o similar. Conviene darle la vuelta a las cosas, para que duren, para que aguanten. Empecé este blog con un propósito, el mismo que ahora tengo, y, espero, seguir teniendo por mucho tiempo. El mismo, no cambia, pero creo que hay que cambiar algo para que este propósito inicial y permanente siga manteniendo el mismo fuelle. O más, si acaso.

Algo tiene que cambiar para que todo siga igual. He pensado que para eso os tengo a vosotros, mis amigos, mis lectores, también mis escribientes. Juan Cruz, mi vecino periodista del barrio de Chamberí, cuenta en “Un golpe de vida”, su último libro, que su madre le decía que siempre estaba preguntando, que se pasaba la vida preguntando. Lo tenía muy adentro desde muy temprano, su destino era preguntar, no dejar de preguntar, seguir preguntando, su destino era ser y seguir siendo periodista. Ahora yo también quiero haceros una preguntar: ¿Qué me decís? ¿Qué se os ocurre que podría hacer con mi blog? Quiero que me lo digáis como queráis: en comentarios al blog o con mensajes directos a mi correo electrónico. Pero escribidme cosas. Necesitaba haceros esta pregunta que pudiera ser una consulta vinculante, porque cada sugerencia que me hagáis me obligará, en cierto modo. Parece que García Marquez dijo que escribía para que le quisieran. A mi me pasa un poco lo mismo. A mucha gente, creo yo, le pasa un poco lo mismo. Escribimos para no estar solos. Enviadme vuestras ideas para este blog, que es mío y es vuestro. Ya tengo escritas cien entradas. Ahora, la 101, la siguiente de otras cien más, empezará a ser, con vuestra ayuda, algo distinto. Podría hacer un concurso. Podría dar un premio. Tal vez lo haga. No dejéis de escribir, amigos, ahora os toca a vosotros darle al magín.

EL ARQUITECTO Y EL BANQUERO.

 

El Centro Botín visto por Jorge Arranz

 

Serit arbores,

Quae alteri saeculo prosient.

Planta árboles,

Que otros verán crecer.

 

Marco Tulio Cicrón

 

Todo acaba llegando. Los sueños acaban llegando, se acaban haciendo realidad. Solo hay que perseverar, contra viento y marea, porque casi nunca se navega a favor de corriente cuando se trata de hacer algo nuevo, algo diferente. Me acerqué al Centro Botín siguiendo las instrucciones de uso de Renzo Piano: fui al Mercado del Este y desde la puerta que da la calle Trafalgar llegué a los jardines de Pereda. Los atravesé y me encontré con dos volúmenes ligeros, de color pálido, flotando suavemente sobre la luz del mar y la bahía. Son tan ligeros y están tan embebidos en el paisaje que uno podría llegar a pensar que siempre habían estado ahí. No es cierto. Antes no estaban. Antes no eran sino el producto de la idea y el sueño de dos personas que querían y podían hacer algo nuevo. Dos personas con nombres y apellidos, dos visionarios que decidieron cabalgar juntos al lomo de una idea que compartieron y a la que fueron dando forma poco a poco. Un banquero y un arquitecto, Botín y Piano. Unos equipos de colaboradores a los que lograron ilusionar. Una ciudad, una bahía y un proyecto. Eso era todo, ese era el punto de partida.

Conocí a Renzo Piano en uno de los actos de inauguración del Centro Botín. Había leído declaraciones suyas en las que expresaba su admiración por Emilio Botín, pero fue allí, en el pachinko, punto de unión de las dos “almas” del edificio, en donde le oí hablar del “dialogo a dos” como santo y seña del proceso de gestación y desarrollo del proyecto. No era “su” obra, de Renzo el arquitecto, era una creación de dos personalidades en un momento de su vida en que se sentían ya sin ataduras y con las ambiciones y los egos plenamente colmados. Los dos podían soñar y arriesgar.

Estaba Renzo distendido y feliz el día de la inauguración. Es un hombre simpático, cariñoso y vivaz. Tuvo con Botín una relación profunda durante más de dos años y le gusta hablar de ello. No quiere quizás que quede en el olvido el papel que jugó en aquella aventura el viejo banquero. Fue él, Botín, quien “le ordenó” que diseñara un edificio rompedor en un lugar que resultaría polémico. Se anticipaba a las dudas, a las reservas que pudieran aparecer, y las asumía como alguien acostumbrado a ello. Banquero y arquitecto confluyeron, se mezclaron, soñaron, cabalgaron juntos. Botín y Renzo formaron un tándem imparable con un proyecto que les unía, en el que ponían la pasión y la generosidad de dos niños grandes, de dos arquitectos banqueros que imaginaban lo mejor para una ciudad, para un paisaje, para una gente. Nunca se puede saber, pero me temo que sin esa sintonía generacional habría sido difícil saltar alegremente tantas barreras y tantos prejuicios. Renzo y Botín sintonizaron, se situaron en la misma longitud de onda, se escucharon, se “recrearon” en un proyecto que les daba vida y libertad.

El Centro Botín era una apuesta arriesgada y cuando su silueta empezó a tomar forma en la hermosa bahía santanderina algunos se preocuparon, se inquietaron. Todos los cambios asustan un poco o mucho. Es natural que esto ocurra, hay que contar con ello, dar tiempo al tiempo. Hoy esta nave inmóvil ya empieza a moverse, ya empieza a ser una ilusión colectiva, ya empieza mostrar su perfil seguro y vanguardista al borde del mar, donde todos los sueños son posibles. Los ciudadanos de Cantabria acudieron en masa el fin de semana que se abrió al público el Centro y son casi cien mil los que están ya en posesión de un pase permanente. Tienen una ilusión que ya es una realidad generadora de otras muchas ilusiones.

La de Botín, compartida por Renzo, era que el edificio volara sobre la bahía, que flotara en ella, despegado del suelo, abierto al mar. Tenía la idea muy clara. Quería que todos los santanderinos lo sintieran como propio, que estuvieran orgullosos de él. Plantamos árboles que otros verán crecer, dicen los clásicos. Botín plantó un árbol que no pudo ni siquiera contemplar. El Centro Botín es ese árbol que iremos viendo crecer, que otros muchos verán crecer. Santander tiene ya abiertas las puertas para estar en el circuito mundial del arte. A partir de ahora no habrá que dejar de transitarlas de un lado al otro del pachinko. Los dos volúmenes están anclados a la tierra, sí, pero su figura también nos dice, creo yo, que quiere moverse, que quiere que nos movamos, que naveguemos, que no dejemos de hacerlo. Durante un tiempo, dos cabalgaron juntos. Ahora seremos más, mucho más, los que seguiremos cabalgando, navegando, soñando desde este Centro Botín que acaba de inaugurarse y que ya es de todos.