Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera
Edición de verano Edición de Verano

¡ QUÉ TRUMPADA ¡

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“El Proceso de Paz tiene ahora una fecha límite: el 20 de enero, día en el que Donald Trump llegará a la Casa Blanca”

 

Revista Semana

 

Me enteré en Colombia de la victoria de Trump en las elecciones americanas. Durante dos semanas he estado participando en diversos seminarios y entrevistas en Bogotá y Medellín sobre los Acuerdos de Paz “renegociados” entre el gobierno de Santos y las FARC. Me interesaba el tema, ya me vais conociendo. Así que cogí la maleta y me fui para allá. Quería conocer de cerca lo que está pasando, lo que se está cociendo, lo que se está diciendo… Quería entender, para interpretar. Ha valido la pena mi viaje. Ya iré contando mi experiencia. Porque la situación actual en Colombia ofrece muchos aspectos de interés para la reflexión y el análisis: políticos, sociales, culturales, morales.. Da para mucho y cambia día a día, casi minuto a minuto…

Me llegó la noticia de lo de Trump al comenzar una de las sesiones del “conversatorio” sobre el Acuerdo que mantuvimos en la Fundación Nogal dedicada a promover la paz en el mismo lugar en el que murieron 36 personas a causa de un atentado de las FARC en el año 2002, Abría el diálogo Germán Rey, eminente psicólogo colombiano, creador y promotor de una asociación en defensa del “sí” que lleva un bello nombre: “La paz querida”. Al presentarse no se olvidó de recordar que había participado en un Aurrulaque, esa marcha que celebramos cada año en defensa del Guadarrama.

Lo del Aurrulaque era anecdótico pero a mi me gustó escucharlo. Lo importante era que ese miércoles 9 de noviembre se había conocido en la madrugada colombiana la victoria del magnate conservador y a ello se refirió Germán Rey. No habló directamente del resultado electoral: prefirió leer el tweet que había puesto el ex presidente Uribe, enemigo declarado del Acuerdo y principal promotor del “No” al candidato elegido por los americanos. Decía escuetamente que “los dos problemas de Colombia eran el narcotráfico y Venezuela”. Hilaba fino el ex presidente. Uribe, no hablaba de paz, ni siquiera de justicia, cuando esos son asuntos básicos del Acuerdo, sino de los dos fantasmas que atraviesan el continente americano.

No es de extrañar que el triunfo de Trump haya preocupado en un país como Colombia en el que se está dirimiendo un asunto capital con posibles efectos geopolíticos de largo alcance. No se trata tan solo de lograr el final de una guerra cruenta (esto ya sería bastante para calibrar su importancia). Es mucho más. El Acuerdo de Paz está llamado a abrir el camino a un “modelo de sociedad” más justo y equitativo que facilite la estabilidad del país y la reconciliación de los colombianos. De ahí su trascendencia para todo el continente americano. La inesperada aparición de Trump en el escenario ha creado inquietud y un cierto desconcierto. La influencia de EE.UU. en Colombia y en el propio proceso de paz es muy grande, mucho más de lo que nos podamos imaginar. En los quince últimos años Washington ha invertido mil millones de dólares en el país: el presupuesto de ayuda militar más importante después del de Israel.

El Acuerdo se encontraba en un momento delicado, tan frágil como esencial: el seguimiento de los plazos podía ser decisivo. El 20 de enero, día de la toma de posesión de Trump se había convertido en una fecha capital. Estaba escribiendo estas líneas cuando recibí un correo urgente de Leonor Esguerra, mi gran amiga y factótum de las reuniones que he tenido en Medellín y Bogotá las dos últimas semanas. Me dice que un grupo de nueve organizaciones empresariales ha escrito una carta al presidente Santos en apoyo del Acuerdo “revisado”. Entre las asociaciones que firman la carta está “Pro Antioquia”, con cuyo presidente me reuní en Medellín hace poco más de una semana. Me pareció entonces que los empresarios preferían que el Acuerdo se cerrase antes de que el presidente Trump comenzara su mandato. Era solo naturalmente una impresión.

Los acontecimientos empezaron a sucederse de forma vertiginosa. Ayer mismo el ex presidente Uribe volvió a rechazar el Acuerdo y pidió otro plebiscito. Quizás contemple de forma diferente el impacto de Trump. La reacción del gobierno ha sido inmediata: la firma del “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” tendrá lugar mañana mismo en el teatro Colón de Bogotá. No habrá plebiscito. “La refrendación del Acuerdo será a través del Congreso de la República”. La política , la alta y la baja política entraran de nuevo en escena. Se corre el peligro de que la paz se pierda en el camino. Sería una catástrofe…Colombia quiere y necesita la paz. Cuanto antes: Trump estará pronto en el poder.

MAÑANITA DE SÁBADO EN APPLE

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“Cambiaría, si pudiera, toda mi tecnología por una tarde con Sócrates.”

 

Steve Jobs

 

A mi me gusta andar por el monte los fines de semana. Era sábado. Tocaba. Pero no. Cambié. No podía faltar a la cita de Apple; me había costado mucho trabajo conseguirla y tenía que ir. Era la primera vez que entraba en el edificio del viejo Hotel París que alberga ahora la tienda de Apple en Madrid. La fachada se mantiene igual, como si nada hubiera cambiado, pero en el interior es otro mundo: un diseño moderno, funcional, abierto; un concepto nuevo de atender al cliente, una forma distinta de organizar el trabajo, un espacio más para estar que para pasar por él.

Echo de menos el cartel de Tío Pepe que lucía en el tejado del edifico desde el año en que yo nací. No sé cuanto hay de nostalgia y cuanto de preferencia estética, pero su traslado a otro lugar me molestó. Lo dije públicamente pero no me hicieron caso. Es probable que la manzana mordida y sus estrategias no sean compatibles con el vino de jerez: la tecnología es puritana y no quiere problemas.

Entrar en Apple es como entrar en una catedral laica: impresiona un poco, te das cuenta de que no estás en una tienda más. Cada quien lleva allí sus deseos, sus ofrendas, sus pecados…Tengo la impresión de que se produce una mezcla de mercado, de ilusión y devoción; una mezcla de comercio y de “religión” tecnológica. Todos los aparatos que llevamos y que están allí expuestos, son al mismo tiempo productos y fetiches que fascinan, que emocionan, que no se quiere dejar de tener.

Era yo probablemente el más viejo del lugar, el más despistado, el más desubicado. Trataba de no de desentonar con mi mochililla y mi aire desenfadado, pero ¡!qué bobadas!!, pronto me di cuenta de que a nadie le importaba yo y mi circunstancia. Cada uno iba a lo suyo, a tratar de resolver su tema, incluso a pasar allí la mañana, como oí decir a una pareja sentada junto a mi en el llamado “genius bar” que era el lugar en el que me habían citado.

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Estaba ya un poco impaciente: mi turno no llegaba nunca y pregunté que es lo que pasaba. Lo mío era un poco especial, ya lo veréis, y tendría que esperar un poco más. Me llamarían al móvil. Tenía tiempo de sobra para darme una vuelta.

Salí de Apple: la Puerta del Sol era una fiesta esa mañana de sábado. Largas colas de gente para la lotería de Navidad; un grupo de manifestantes con banderas republicanas que daban vueltas a la plaza pidiendo justicia; un predicador de la Iglesia Adventista que clamaba por el arrepentimiento de los pecadores; vendedores de oro que se desgañitaban para hacerse oír sobre los compases apasionados de un grupo de Mariachis… Parecía un mundo distinto pero a lo mejor no lo era tanto. Sol es poco menos que un escaparate extraordinariamente diverso del ayer y del mañana, del mercado y la mendicidad, de lo último en tecnología y del boca a boca de toda la vida.

Sonó el teléfono: me daban un cuarto de hora para volver. Ya me estaban esperando. Allí fue donde me confesé. Sí, porque en cierto modo esa fue la sensación que tuve, de confesión de pecados o de errores o de dudas o de temores…. No podemos saltar por encima de nuestra propia sombra, ya sabéis, y no dejaba de sentirme delante de un sacerdote de la tecnología que nos reprende, nos pone penitencia y nos enseña el camino que debemos de seguir. “Tu Mac es antiguo”, me dijo el joven empleado que me atendió. No me lo podía creer, no podía aceptar que mi Mac, para mi el colmo de la modernidad, fuera “antiguo”. Pues sí, en cuatro años los sistemas operativos habían cambiado tres veces y para que mi Mac tuviera la función que yo pretendía tenían que cambiarle el “software”. Nunca sabré lo que es el “software” y, desde luego en una situación menos dramática, me sentía como Daniel Blake el personaje de la última y maravillosa película de Ken Loach: perdido y abrumado. Me temía además que lo del nuevo software fuera carísimo. Pues no: iba a ser totalmente gratuito. Aquella noticia me animó y empecé a sentirme un poco mejor en aquel “bar de los genios”, nombrecito un poco pretencioso, un poco pijo: cosas de Steve Jobs sin duda. Lo cierto es es que “el genio” que me atendió no podía ser más atento ni más complaciente. Me hacía sentir que estaba de mi lado, que era de mi mismo “equipo”, de mi misma “religión”. Fue una mañanita de sábado muy completa: cambiar el “software” es, más o menos, como subir a Siete Picos.