Timochenko con la banda presidencial, imagen utilizada por los partidarios del NO
“Un merecido Nobel para Santos”
Editorial de El País
“Un Premio Nobel de la Paz inoportuno y controvertido”
Editorial de El Mundo
La concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente Santos ha desatado una fuerte polémica en Colombia y, como vemos por las citas que encabezan esta entrada, también en España. Lo de Bob Dylan que ha venido después no ha dejado tampoco de sorprender pero evidentemente son cosas muy diferentes. Dar un premio de literatura aunque sea a un músico, ofrece menos riesgos que galardonar a un político en activo. Eso es siempre dar un salto en el vacío. Recuerdo que siendo como era yo entonces un ferviente “lulista”, me pareció prematuro que el Príncipe de Asturias fuera para Lula cuando llevaba pocos meses en la presidencia. Se lo dije a Leopoldo Calvo Sotelo que había presidido el Jurado y me dio una explicación que me pareció convincente: “No se lo damos en realidad a Lula” me dijo “se lo damos a un proyecto político rompedor de tabúes que nos parece un buen ejemplo para América Latina y que debe de ser alentado”. Aquello tenía sentido aunque comportara un cierto peligro –de hecho a no mucho tardar Lula estuvo a punto de ser encausado por problemas de corrupción en el Partido de los Trabajadores que le había aupado al poder-. Con todo me pasé al bando de Calvo Sotelo: los Premios tienen que servir para apostar por causas justas, para innovar, para abrir caminos.. Si se limitan a confirmar lo ya sabido, a ir siempre sobre seguro, su transcendencia puede llegar a ser muy limitada. Es lo mismo que pasa con las fundaciones y no olvidemos que lo que creó Alfred Nobel fue una fundación. Dejó claro además en su testamento que uno de sus objetivos debería de ser precisamente “la propagación de los procesos de paz”. Así, como suena, con estas palabras. Que el Jurado pensara en el presidente Santos y en Timochenko, los dos protagonistas del transcendental Acuerdo de Paz en Colombia, para el Premio de 2016 estaba casi cantado.
Pero la grave crisis política creada por la derrota del SÍ en el plebiscito dio un giro a la situación. El Comité del Nobel, explicó su presidenta, decidió finalmente concentrar su reconocimiento “en el actor que iba a necesitar la fuerza suficiente para anclar su posición por la paz y aunar en su figura el respaldo internacional del premio”. O sea, echar un salvavidas al proceso de paz. Valoraba el Premio el enorme trabajo que el presidente había llevado a cabo durante cinco años en busca de un acuerdo con las Farc. Se requirieron mucha fuerza de voluntad y mucha tenacidad para no tirar la toalla en un proceso que ha estado lleno de enemigos, obstáculos, desinformación y crisis reales y era eso lo que el premio reconocía a pesar del NO.
En cinco días el gran derrotado político en el plebiscito se convirtió en el ganador del Premio Nobel de la Paz. Se cumplía así el sueño de Santos de pasar a la historia pero quedaba por ver el impacto real del premio en el futuro de las negociaciones. El Nobel apuesta por la paz y da un espaldarazo internacional al presidente Santos. Eso tiene sin duda un gran valor, aunque no le resuelve el problema interno que tiene para construir un consenso sobre los acuerdos. Leo en la revista Semana que le permite elevar la estatura histórica del proceso de paz. De acuerdo, pero queda por ver si es suficiente para superar los problemas pendientes y apagar los rescoldos y las heridas que ha dejado el plebiscito. Ratifica el Nobel que el mundo tiene fe en que el proceso de paz se logre finalmente, pero la palabra la siguen teniendo los colombianos. La firma solemne del Acuerdo de Paz en Cartagena de Indias en presencia de altos dignatarios de gran parte del mundo antes del anunciado plebiscito de aprobación, fue probablemente un error. A muchos colombianos no les gustó y a muchos de los de fuera nos sorprendió. “No se puede vender la piel del oso antes de cazarlo”, me decía un buen amigo de Medellín que votó NO. Casi todos mis otros amigos colombianos se inclinaron por el SÍ aunque les costara digerir algunos aspectos del Acuerdo. Han sido muchos años de guerra y muchos muertos y Colombia ansía la paz. Si “a pesar de todo…” ha seguido siendo un país vivo y pujante, nos podemos imaginar lo que puede llegar a ser cuando se ponga fin a esa guerra interminable. Por eso soy de los que están contentos con el Nobel de Santos. Y también con el de Dylan
Ya que lo has mentado, querido Antonio, no puedo encabezar este comentario sin recordarte lo más apasionante del último premio Nobel: me encanta la imagen de Bob Dylan sentado con una botella de bourbon en un rincón de su casa, mientras suena el teléfono de la Academia Sueca y él lo deja sonar, día tras día, noche sobre noche, sin molestarse en descolgar. Me parece una alegoría oportuna para glosar la relación entre la banalidad de los premios –cuanto más altisonsantes más irrelevantes-, la mirada canónica de la Europa de las Buenas Intenciones y la realidad, tantas veces soterrada, o simplificada, de una Colombia, no solo escindida entre el sí y el no, también doblemente narcotizada, tanto por el mantra de la Paz, como por esa otra guerra paralela, como es la del narcotráfico.
Suena un teléfono en Nueva York, la llamada viene de Cali. Alfred Nobel pone la dinamita y el comandante Timochenko se cruza al pecho la banda presidencial. Quedará para la Historia Universal de la Infamia esa frase con que selló los acuerdos de La Habana: “Ofrezco perdón”, con todas las letras, en lugar de “Pido perdón”. ¿Qué estaba haciendo? ¿”Perdonándonos” por todos los muertos que carga sobre su conciencia?
A riesgo de extenderme demasiado, no puedo por menos que inocularte el artículo que publiqué en El Diario Vasco, la víspera de que le concedieran el Nobel al presidente Santos. Solo pretende ser otra mirada, hablar de eso de lo que no se habla, y decía así:
“NARCOLOMBIA”
Álvaro Bermejo
“Al despertar, los indígenas empiezan el día contándose sus sueños”. Así presentaba Ciro Guerra El abrazo de la serpiente, la primera película colombiana candidata a los Óscar. Hablaba de los habitantes de la selva amazónica desde un cruce entre el realismo mágico y la realidad de un genocidio lento. Ambos conceptos ayudan a entender el fracaso del Pacto por la Paz entre el gobierno Santos y la guerrilla de las FARC.
Cuando los sondeos certificaban una amplia mayoría del sí, el 67% de los colombianos optó por no votar y el 50,7% de los que lo hicieron revocaron los acuerdos de La Habana. ¿Han vencido los “enemigos de la paz”, o quizá quienes se rebelan contra la impunidad de un arreglo que legitima una amnistía tácita para criminales de guerra de los dos bandos?
Interpretar la realidad política colombiana en clave indigenista, lo que vale por decir neocolonial, es la mejor manera de ensanchar el abismo. Nadie se pregunta por la opinión de la Corte Penal Internacional acerca de este nuevo episodio de “justicia transaccional”. Menos aún por el peso del Narcopoder en las negociaciones.
¿Quién se acuerda del Plan Colombia implementado entre Washington y Bogotá durante la administración Clinton? Bajo el pretexto de combatir el narcotráfico, y con una inquietante connivencia de republicanos y demócratas, durante los últimos quince años EE.UU. ha invertido diez mil millones de dólares en Colombia, el mayor presupuesto de ayuda militar después de Israel. Acabar con los narcocultivos, se decía, era la mejor manera de forzar a la guerrilla a deponer las armas, pues a nadie se le escapaba que dos tercios del total de sus réditos pasaban por las FARC.
Entonces resultaba muy escabroso rastrear los vínculos entre el comandante Timochenko y los cárteles que hacen de Colombia el primer proveedor de Norteamérica. Hoy sabemos que su producción global aumentó un 15% entre 2012 y 2015, en paralelo a las conversaciones de La Habana..
Bajo las blancas guayaberas que vistieron los días felices de la solemnización del Plebiscito latía un fondo negro con demasiados protagonistas en la sombra.
Nos vendieron la película como un sueño que nos contábamos unos a otros, como los indígenas del Amazonas. Pero en ese sueño faltaba por explicitar su parte de pesadilla, ese “abrazo de la serpiente” del que nadie habla.
Por más que nos seduzca esnifar el mantra de la paz, un psicotrópico como cualquier otro, los narcos norteamericanos, los más poderosos del mundo, nunca salen en la foto.
Copio, a petición suya, el comentario a esta entrada que recibí por mail de de Diego Hidalgo:
Querido Antonio:
Has hecho un buen análisis de los pros y contras de la concesión del Nobel de la Paz al Presidente Santos. Recordaría el entonces prematuro Nobel de la Paz al Presidente Obama, que a mi juicio ha justificado después con la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y con el acuerdo con Irán.
Puede parecer pretencioso mi comentario en tu blog, si no fuera porque escribí una pretesis doctoral sobre el conflicto de Colombia en 1996 y por lo tanto tengo más datos y conocimiento del tema, y también por ser el fundador del Club de Madrid, organización cuya misión es fortalecer la democracia y contribuir a que el mundo mejore, cuyos miembros son 108 ex Jefes de Estado y de Gobierno democráticamente elegidos, que esta semana cumple 15 años, y del Centro Internacional de Toledo para la Paz (CITPAX) que ha trabajado durante años para ayudar a las dos partes en el conflicto en las negociaciones, con un papel relevante para Shlomo Ben Ami, vicepresidente del CITPAX. También soy amigo de varios ex presidentes de Colombia, como Belisario Betancourt, César Gaviria y Andrés Pastrana, y de muchos políticos colombianos de gran talla.
El conflicto con las FARC dura desde finales de los 1950s pero puede atribuirse su origen al asesinato de Jorge Elicer Gaitán en 1948; eso le convierte junto con al conflicto de Oriente Medio en el más antiguo. Lamentablemente el de Oriente Medio no parece tener una solución inmediata. El de Colombia estaba a punto de resolverse, y esperemos el Nobel a Santos y la sensatez consigan al fin que se llegue a la deseada paz. Apunto que es un conflicto muy complejo, con muchos actores, que cuando yo escribí mi pre-tesis de las 30.000 muertes violentas que se producían anualmente en Colombia 2.000 eran homicidios mo atribuibles al conflicto, y que de las restantes 28.000 sólo un tercio eran obra de las guerrillas (FARC, ELN y ESP sumadas) mientras que dos tercios eran obra de los paramilitares. Y que yo logré entrevistar a algunos guerrilleros y sin compartir sus posturas las encontré comprensibles dadas las humillaciones y crímenes que habían sufrido ellos y sus familias.
El horrendo resultado del plebiscito colombiano sobre el acuerdo de paz con las FARC hay varios culpables. Uno sin duda Uribe, tristemente apoyado por Andrés Pastrana, que movilizó sesgadamente el movimiento hacia el NO y cuyas posturas podrían estar sesgadas por su fracaso de sus presidencias para llegar a una solución. El otro es el propio Santos, que nunca debió someter la cuestión a un plebiscito.
Carmen Iglesias decía el día después del BREXIT que el plebiscito era un arma antidemocrática utilizada por primera vez por Napoleón Bonaparte. Tengo graves problemas con el concepto de Democracia Directa que muchos preconizan, y que a través del populismo que simplifica temas complejos, promueve la demagogia y lleva a grandes decisiones erróneas. Recuerdo mi conversación con Daniel Patrick Moynihan, Senador por Nueva York predecesor de Hillary Clinton, a quien pregunté cual era el principal problema con el que se enfrentaba, y me respondió “La ignorancia de mi electorado”. Ignorancia que el pueblo americano demostró con la reelección de George W Bush en 2004 tras el desastre de la invasión de Irak, y que espero fervientemente que no se repita dentro de doce días con la posible pesadilla de que elija a Donald Trump. Y que a mi juicio, alimentada por algunos formadores de opinión, el pueblo colombiano ha demostrado en su votación.
Una pequeña digresión: el populismo es una grave amenaza para la democracia; la historia demuestra que se alimenta de los tiempos de crisis, como ocurrió en Alemania a principios de los 1930s y ocurre ahora con la crisis desde 2008 en muchos países de Europa; casi todos alimentados por la extrema derecha y promoviendo el nacionalismo, el aislamiento y la xenofobia, y algunos (Grecia y España donde afortunadamente el racismo y la xenofobia se han convertido en tabús sociales) promovidos por la izquierda.
Gracias, Antonio, por tu estupendo blog, y perdón por extenderme tanto. Un gran abrazo
Diego