por Antonio Sáenz de Miera | 20-09-2016 | General

Cazadores de Pokémon delante de la casa del diseñador Boon Sheeridan
yo me entretengo jugando al pokémon cuando voy con amigos o con alguien. Si juegas solo te puedes entretener pero es más aburrido …
ASM nieto
No, Pokémon no es para abuelos y bien que lo siento. Me gustaría poder descubrir a esas criaturas, se metan donde se metan, y cazarlas y llevarlas al gimnasio y hacer con ellas todo lo que se pueda hacer. Llegué incluso a intentarlo pero mis nietos se negaron a ponerme la “aplicación”: esto no es para abuelos me dijeron.
Uno puede perder la perspectiva y hasta el oremus; olvidarse de los años que uno tiene y pensar que es capaz de escalar el Everest o hacer “puenting”. La verdad es que a estas edades es difícil acertar. Es aquello que decía Don Mendo de las Siete y Media: “o te pasas o no llegas”. Yo a veces me paso pero no me importa, creo que es mejor eso que amilanarse, arrugarse, acobardarse…Para ponerme en mi sitio y en mi realidad están los hijos y los nietos: abuelo tu ya no puedes cazar Pokémon.
Descubrí la aventura este verano en Deba y al principio no entendía nada. ¿Qué demonios hacían esos chavales mirando sus móviles constantemente por calles y parques? Quería enterarme para no permanecer ajeno, quería jugar yo también, si era posible. Algo me estaba perdiendo. Si quieres saber de algo pregunta, pregunta a tus hijos, a tus nietos, a la gente, hasta que te hagas una idea, hasta que lo entiendas. Eso he hecho, como trato de hacer siempre. También he leído algunas cosas en internet sobre el asunto: “Pokemon go” es un juego que ha engatusado a millones de personas en todo el mundo. Es un fenómeno social, sin duda alguna.
Llegué a preocuparme por el tiempo que dedicaban mis nietos a Pokémon pero descubrí enseguida que a sus padres, que son los que tienen que opinar, les traía al pairo. Me dicen que el “Pokemon go” favorece la relación de los niños, que les mantiene entretenidos, que les estimula… Que las nuevas pantallas son los canales de comunicación, de relación, de ocio, y de muchas cosas más de nuestro tiempo, y que lo importante es aprender a utilizarlas como es debido, con moderación y criterio… Habla el sentido común y el justo equilibrio de los padres. Pero decirlo es siempre más fácil que practicarlo. No he conseguido jugar ni una sola vez. No me han dejado. Parece que el justo equilibrio no es aplicable a los abuelos. Yo también quiero estar entretenido, cazar pokémon por la calle, conocer lugares nuevos, descubrir edificios, relacionarme con otra gente, competir con ellos y con mis nietos. No me dejan: dicen que hay que tener cuidado, que los jugadores se pierden, se caen, que tienen accidentes porque no prestan atención más que a lo que ven en su pantalla del móvil… Hay casos en todo el mundo de cazadores distraídos o, mejor dicho, abstraídos por el juego, que se han roto la crisma. Sí, hemos de tener cuidado, naturalmente, de fijarnos en el suelo que pisamos cuando paseamos por la calle y por el monte. Nada nuevo bajo el sol. Lo mismo te puede pasar cuando, abstraído en tus pensamientos, te das un trompazo con un árbol o con una valla publicitaria.
De todas formas veía muy negro mi futuro pokemonista hasta que el domingo pasado, comiendo en casa de los hijos de un viejo y gran amigo en Bilbao (casa que es, por cierto, gimnasio de Pokémon), un nieto suyo, más listo que el hambre, me dijo algo que me hizo concebir una cierta esperanza. Fue flor de un día.
No hace todavía un mes que Apple al presentar sus nuevos modelos de Iphone anunció que en la nueva versión de su reloj inteligente se iba a incorporar la “aplicación” de Pokémon. Ya no hará falta mirar al móvil, bastará con echar un vistazo al reloj. A lo mejor, pensé, eso me da una oportunidad. Nada de eso. El nieto inteligente de mi gran amigo bilbaíno se expresó con toda claridad: el público de Pokémon está muy definido me dijo. Es gente joven que durante su infancia disfrutó con los episodios de la serie en televisión y que ahora los puede vivir “en la realidad”.
Yo no soy de “esos” evidentemente. No puedo formar parte de esa tropa que ha descargado Pokémon más de 500 millones de veces en todo el mundo y que, según dicen, ha andado más de 4,6 mil millones de kilómetros mientras se divertía y hacía piernas. A mi me habría gustado participar en ese juego, en el fondo, la vida no deja de ser un gran juego, pero no puede ser. Cazaré topos en la pradera de Cercedilla mientras mis nietos cazan Pokémon. Así es la vida
por Antonio Sáenz de Miera | 08-09-2016 | General

La vuelta a España 2016 a su paso por Deba (Guipuzcoa)
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“Entre los vascos me hallo como en mi casa; entre ellos no tengo más que amigos”
Príncipe Louis Lucien Bonaparte
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Para mi veraneo en Guipuzcoa metí en la maleta la última publicación del sociólogo francés Regis Debray. Siempre polémico y provocador, Debray se descuelga ahora con un sorprendente, en apariencia, elogio de las fronteras. Leído con detenimiento, el texto no es realmente un elogio, creo yo, sino más bien un reconocimiento del valor de las fronteras en unos tiempos en los que tiende a prevalecer la uniformidad en prácticamente todos los ámbitos de la vida social. Da mucho para pensar Debray al mostrarnos el reverso de “la aldea global”, su lado oscuro, sus debilidades y peligros.
Leo con atención el repaso histórico que hace sobre el valor de las fronteras en la creación y el desarrollo de las culturas y de las civilizaciones y pienso inevitablemente en el País Vasco. Aquí y en otros territorios de Euskalerria se ha ido creando desde hace siglos un espacio cultural de una gran riqueza y singularidad, de un gran valor y de una gran belleza. Merece admiración y respeto.
Pudiera ser cierto lo que Debray afirma en su ensayo de que la creación empieza cuando se respetan e incluso se estimulan las peculiaridades y las diferencias. Esto puede parecer peligroso tal como se han desarrollado las cosas en este país pero no necesariamente tiene porqué serlo. Muy al contrario. Según yo lo veo después de muchas vivencias y reflexiones, las diferencias pueden ser, también, un aglutinante poderoso. Reconocernos en nuestras diferencias nos enriquece, nos puede dar más motivos para estar juntos, para ser más fuertes, para darnos más vigor. En un mundo que, tiende a la uniformidad, la diferencia cobra un valor especial. Más que una frontera se empieza convertir en un de esos lugares y momentos auténticos que se buscan y se aprecian como todo lo que escasea.
Tardarán aún tiempo en cicatrizar las heridas creadas en el País Vasco por el mal entendimiento de las diferencias y las identidades propagada y, en cierto, modo impuesta, por una parte de la población, pero quiero pensar que las aguas están volviendo paulatinamente a su cauce. Determinados gestos cotidianos, especialmente en tiempos de fiestas y celebraciones, cuando todo está a flor de piel, ya nos son motivo de alarde, ni de agravio, ni de enfrentamiento. Esta nueva “atmósfera” de naturalidad o normalidad, como queramos verlo, traté de explicarla el año pasado en mi “Pitadas en la tamborrada de Deba”. Algunos entonces me tildaban de ingenuo y optimista al decir lo que decía, pero creo que ahora, pasado más o menos un año, se entiende mejor lo que a mi me parecía.
La tendencia que creía vislumbrar se ha ido fortaleciendo. Este verano el alcalde de Deba ha hecho una breve salutación en castellano en las fiestas. Natural, claro, pero hacía ya años que esto no ocurría. Y lo más importante, lo más significativo es que no ha habido ninguna protesta y eso sí que es nuevo y significativo. ¿Que está pasando?. Algo bastante sencillo: ya no hay grupos agresivos “observando y señalando” lo que se puede o no se puede hacer. Ese control social estricto, activo y militante de la izquierda abertzale en las zonas donde tenía una fuerte presencia social, comienza a desaparecer para el ciudadano, común. Ya nadie teme aplaudir “la vuelta a España”, no porque sean “españolazos”, sino porque les gusta el ciclismo y no se ven ya sometidos a la presión constante de los movimientos abertzales con su omnipresencia social. Por mucho que miré, no vi ni una sola pancarta en contra y no quiero ni pensar lo que hubiera sido en los años de plomo.
Después de no sé cuanto tiempo la “Vuelta” ha vuelto a Deba y los debarras la han recibido con naturalidad y alegría. Vuelve la “Vuelta” al País Vasco y ninguna de las “diferencias” que hacen de este país algo distinto, algo singular, algo hermoso, se ve mermada en absoluto. Todo lo contrario. La “Vuelta a España” es ciclismo, expresa los valores universales de este deporte, y también muestra la superficie, solo eso, no más, del paisaje, de las “diferencias”. La Vuelta puede ser un buen signo pero hay más cosas que han vuelto al País Vasco en los últimos tiempos: la confianza en el trato y en las conversaciones; la cordialidad sin tapujos…
Hay sin embargo una frontera que en algún sentido sigue estando ahí. El euskera, uno de los tesoros, quizás el más importante, del patrimonio cultural vasco, no es todavía el medio de comunicación y entendimiento que debería de ser. Hablo ahora por mi: daría cualquier cosa por saber que dicen la multitud de carteles que veo por el pueblo. No puedo a pesar de mis esfuerzos. Hablo por mi, ya lo dije, y yo no soy nadie. Sé que el problema es complejo y tiene muchas aristas pero ahí está. Otra “Vuelta” al euskera y la convivencia seguirá mejorando. Aún más.