Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera

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Conocer bien a un hombre nunca conduce a odiarlo, y casi siempre te lleva a amarlo”.

 

                                                                                                     Steinbeck

 Aquí tenéis a mi nieto Roque el día que vino a felicitarme por mi cumpleaños. Trae consigo un libro y unas flores. El libro es “De ratones y hombres” de Steinbeck y las flores son silvestres y variadas. Me gustó tanto la foto que la puse inmediatamente en la pantalla de mi móvil. Ese gesto me emocionó: flores y un libro; no hay mejor regalo…Me quedé con eso, con esa emoción, con ese detalle, con el valor de ese momento. Me quedé con lo básico, sin darme mucha cuenta de ello. Como nos pasa normalmente a casi todos. No nos damos cuenta del valor de lo aparentemente sencillo, de lo simple, de lo esencial.  A veces esos gestos de cariño y de afecto que tenemos delante de nuestras narices, no sabemos verlos ni valorarlos. Complicamos lo simple porque no logramos entendernos en los demás.

No le presté mucho atención al libro hasta pasado algún tiempo. Recordaba bien “Las uvas de la ira”,  pero la verdad es que de “Ratones y hombres” no me acordaba especialmente. Nada más empezar a leerlo me vino a la cabeza la impresionante versión que realizó para el Teatro Español Miguel del Arco. Me veía agarrado a los brazos de mi butaca enmudecido, impresionado. Eso en el teatro, pero a medida que iba leyendo el libro percibía que el texto puro y duro era aún más penetrante, más tremendo. Por muy buenos que sean los actores no pueden transmitir todo lo que el genio de Steinbeck describe. “El oído de Slim”, el mulero  que planta cara al déspota del rancho, “escuchaba más de lo que se le decía y su palabra lenta tenía tonos ocultos, no de pensamiento, sino de una comprensión más allá del pensamiento”. A ver quien es capaz de transmitir esto con un gesto o con una mirada.

Steinbeck nos cuenta la historia de dos amigos en la California profunda de los tiempos de la Gran Depresión. Se llaman George y Lennie. Es una historia simple, directa, sin alardes ni excesos. Cada uno de los personajes tiene lo que al otro le falta. Uno, inteligencia, otro, bondad. Dependen el uno del otro para seguir adelante. Se buscan la vida en medio de dificultades extremas.  El gran drama de la soledad en un mundo de personajes aislados que tratan de sobrevivir cada día, sin nadie a quien recurrir más que a sí mismos se ve paliado por su camaradería, por su mutuo apoyo. Los otros, tan solos o más que ellos, tan desgraciados como ellos, se sorprenden y se admiran de la amistad de George y Lennie. A los lectores nos produce una mezcla de emoción y de ternura, Lennie, el inocente, el simple, el bruto, pide a su amigo George que diga una y otra vez las palabras que son su principal alimento: una granja propia, un lugar en el mundo para vivir … Un sueño y una esperanza común, simple, sencilla. George sabe alimentar ese sueño y esa esperanza. Necesita hacerlo seguramente porque en Lennie ha encontrado esa generosidad absoluta de la que él carece.

La búsqueda  de esa tierra edénica, de ese paraíso perdido es una constante en la literatura de Steinbeck. No es nada del otro mundo, es algo humilde y realizable en una sociedad más equitativa y menos competitiva. Una utopía que nada tiene que ver con la política, tema en el que nunca quiso entrar nuestro autor, sino con la sensatez y la buena disposición de los hombres buenos.

No será fácil que nos olvidemos de George y de Lennie. Son amigos, amigos de verdad. Sus personajes están descritos con trazos breves y precisos. Es una historia emocionante con un punto trágico … Pero no contaré más. No debo hacerlo porque quiero animaros a leerla, si no lo habéis hecho ya, sin mucha más información de la cuenta. Quería escribir sobre la soledad y la amistad, sobre lo que todos necesitamos de todos y esta novela que me regaló mi nieto me dio el motivo para hacerlo. Su padre, mi hijo Iñigo, tuvo graves problemas en el momento de nacer y hubo que hacerle la llamada “exsanguino transfusión” con técnicas entonces muy rudimentarias. Sobrevivió gracias a la sangre de muchas personas anónimas y le escribí unos versos que andan por ahí y que le recuerdo cada año el día de San Ignacio: “… hijo, desde el principio fuiste deudor menesteroso y hermano de todos los hombres …”

Como George como Lennie…Todos necesitamos tener siempre a alguien cerca, que te conozca, que te cuide, que te regale flores y libros y que, llegado el momento, te preste su sangre.

NOTICIAS

  • En la primera entrada de este blog mostraba mi indignación por la usurpación por Vodafone del nombre de la estación de Sol. No quiero ponerme medallas pero la afrenta  se ha resuelto. Lo cuento en El País.
  • El próximo jueves brindaremos con un mojito por la aparición de este blog en papel. Será en Bubok c/Belén 3 a las 19’30 pm.  Estáis invitados.

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