“Devolveremos la vida a un edificio emblemático tras años de desuso y contribuiremos a crear una ciudad habitada”
Los constructores del Centro Canalejas
“Se propone una visión de la capital como si fuera una cáscara ornamental sin contenido, hecha para un tipo de turista con bajo nivel cultural”
Los críticos
Me fijo en las obras. Me llaman la atención los movimientos de las enormes grúas, sigo con interés el deambular de los obreros de un lado para otro y ni siquiera el ruido febril me molesta…. Me digo que es la curiosidad por tratar de entender como se organiza el trabajo y la emoción que me provoca observar la creación de algo que no existía antes.
Durante años se construyó sin orden ni concierto, sin criterios, sin medida. Afortunadamente la burbuja inmobiliaria acabó estallando. Algo hemos debido de aprender de la experiencia. Los proyectos “estrella” que subsisten en Madrid suscitan interés y en ocasiones apasionados debates; los sigo con interés. Son necesarios y no deberían de asustar a nadie. En el urbanismo se entrecruzan, se mezclan, e, incluso, se contradicen la economía con la política, con la cultura, con los hábitos sociales, con la estética…. Y con la ética también.
Por su cercanía al Casino de Madrid no pierdo detalle de las obras y los avatares del que pasará a llamarse Centro Canalejas. Se trata de un enclave singularmente relevante, en el mismísimo centro de Madrid. La empresa constructora ha colocado alrededor del recinto unos grandes y bien diseñados carteles en los que se enfatizan los beneficios de una “Ciudad Habitada”. Prometen mucho: “regenerar el centro de Madrid haciendo que se recupere su historia y esplendor”…“devolver la vida a un edificio emblemático tras años de desuso”; “ restaurar con mimo piezas decorativas de los edificios”…Son difíciles de rebatir argumentos como estos a los que se suman naturalmente los puestos de trabajo y las inversiones.
Hay algo en el contenido y en el tono de estos mensajes que denotan claramente el signo de los tiempos. Ya no vale todo. El nivel de exigencia es mayor: de las autoridades públicas, de los ciudadanos. Surgen inmediatamente preguntas que tienen que ver con la estética (alturas, mantenimiento de la fachada, etc), pero también con los usos y el impacto social de la obra proyectada. Un grupo de arquitectos “radicales” inició una serie de protestas y el Centro Canalejas era ya un asunto “polémico” cuando llegó al Ayuntamiento de Madrid un nuevo equipo municipal auspiciado por Podemos y liderado por Manuela Carmena.
Los aires de cambio que acompañaban a los nuevos regidores suscitaron preocupación en algunos ambientes y pronto comenzaron a circular temores sobre el futuro de los proyectos urbanísticos de los gobiernos anteriores. Me limito a Canalejas que había llegado a ser “lo mío” y, quizás por eso, algunos amigos me decían con aire preocupado y un tanto socarrón que las obras se habían parado. Eso decían, pero al mismo tiempo veía yo cada día, con mis propios ojos, que las grúas seguían funcionando. Algo no cuadraba…
Ni tanto ni tan calvo, me decía. No ha venido el lobo a llevarse las ovejas. El simple anuncio de que se iban a revisar los planes de Canalejas dio lugar a noticias alarmantes sobre los puestos de trabajo que se iban a perder y eso era a mi juicio prematuro. Es más, lo de mirar con lupa los planes de las constructoras me parecía perfecto. A todos nos va mucho en tener una ciudad no solo habitada sino también habitable; una ciudad sostenible y acogedora que no dependa sin más de los proyectos empresariales. Es responsabilidad de los alcaldes y sus equipos, sean del signo político que sean, lograr un equilibrio entre el desarrollo económico y el bienestar social. Sería imperdonable que nuestros hijos tuvieran que recordar con tristeza y rencor lo que un día hicimos sin atender a la sensatez y al sentido común.
Seguí el asunto Canalejas con interés y leí que finalmente Carmena y Villar Mir habían llegado a un acuerdo. El proyecto que parece definitivo no es el ideal me dicen mis amigos arquitectos, pero algo se ha ganado en la negociación. Habrá menos pisos de lujo; ha desaparecido del mapa un preocupante intercambiador subterráneo y los usos del hotel “Four Seasons” se han limitado, espero que no tanto como para que no pueda tomarme allí un buen dry Martini con vistas al Casino. También el impacto visual del edificio se ha atenuado considerablemente y lo económico parece seguir funcionando: cinco mil empleos y cuarenta millones de euros para las arcas públicas.
Esto no es política: me parece a mi que más allá de las ideas de cada quién, lo que los ayuntamientos pueden y deben hacer es revisar, vigilar, fijar criterios sin olvidar el largo plazo… Yo por mi parte seguiré vigilando las obras del Centro Canalejas.
es bueno para la ciudadanía tener un vigía como tú Antonio. No dejes de otear y de contárnoslo a quienes estamos un poquito a desmano.
Un beso
CARMEN
Es bueno para la ciudadanía tener un vigía como tú Antonio. Por favor, no dejes de otear y cuéntanoslo después a quienes estamos ahora un poco a desmano :))
Para mí, lo más importante que ha ocnseguido el nuevo ayto. es paralizar dos pisos (creo recordar) añadidos al edificio, con el consiguiente impacto.
De todas formas, la mayor crítica que puede hacerse al anterior equipo de gobierno regional en este caso es que se descatalogó como BIC (Bien de Interes Cultural) al menos dos edificios de la manzana.
TODO ESTÁ EN LA FRESA
DEL REGENERACIONISMO AL NEORRRALISMO
Si es que me provocas, Antonio, que lo tuyo es peor que lo de los toros y la minifalda. Primero esa frase, la Frase, o mejor la fresa donde está todo. Y luego esa imagen inocentemente perversa, calculadamente autodenigratoria, tú, en plan “jubilata” acodado a la valla, contemplando el ir y venir de los obreros grúa arriba y grúa abajo. Casi igual que aquel Canalejas, pobre, que después de haber sido ministro se alistó como voluntario y fue a Cuba como soldado raso, igual que tú, vestido de radillo, ahí, en la trinchera, en la obra, donde sea. Y tó pa’ ná, que Sagasta no le hizo ni caso, igual porque leía tanto y tanto. Ya lo dijo aquel: “La literatura es como un veneno. El que lo prueba, muere”. Y así liquidaron al infeliz regeneracionista, mientras contemplaba el escaparate de una librería en la Puerta del Sol, a un tiro de piedra de la calle donde se levanta ahora el “edificio emblemático” en cuestión, que es a lo que vamos.
“Emblemático”, bien que lo sabes, es uno de los términos que encabezan mi diccionario de aberraciones contemporáneas, junto con “ilusionante” y “sostenible”. Es lo que le faltaba a la frase que extractas en la cabecera para que, además de absolutamente sospechoso, resulte particularmente abominable. Por Dios, y aun por la diosa Razón, ¿cómo se puede añadir lo de “contribuiremos a crear una CIUDAD HABITADA”?. Todo en esta frase-fresa ácida, es sencillamente espeluznante. “Contribuiremos” -¿Quiénes? Yo, desde luego, no me incluyo-. “A crear” -¿Cómo que a crear? ¿Es que Madrid no existía? Puro adanismo pastoral-. Y como colofón: “Una ciudad habitada”. ¡Manda huevos!, como dijo el pollero. ¿Acaso existe o ha existido desde el Neolítico en adelante alguna ciudad que no estuviera “habitada”?
No cabe un adjetivo más vacuo, ni un pleonasmo más ridículo, ni una frase más hueca para, en suma, no decir nada. Solo la entendería en una película de Dino Risi o de Vittorio de Sica, con el genial Marcello Mastroianni interpretando tanto da a un alcalde como a un especulador inmobiliario, y Totó en el papel del curioso impertinente.
El regeneracionismo que nos ocupa, donde solo se regeneran las fachadas, ha derivado en una variante del neorrealismo estilo Milagro en Milán. Ya estoy viendo en qué se quedarán los cinco mil empleos prometidos y los cuarenta millones de euros para las arcas públicas. Pero eso mejor te lo cuento cuando lo celebremos con un dry Martini, en la proa del Titanic.