«El triunfo del mercado ha estrechado nuestra idea de lo que es la libertad»
En noviembre de 2013 publiqué en este blog una entrada que titulé ¿Qué mosca me ha picado?. Decía que no sabía que mosca era esa, pero que debía de ser muy perseverante porque cada vez que pasaba por la estación del metro de Sol me llevaban literalmente los demonios. Era por lo de Vodafone. En tiempos de Ignacio González la Comunidad de Madrid había decidido “vender” el nombre de uno de los lugares más emblemáticos de Madrid a esa marca comercial. Estaba tan indignado como los del 15M pero de nada me valió tanta indignación, tanto cabreo. No solo el nombre seguía; es que iba a peor. Ya no era Sol Vodafone si no Vodafone Sol. Vodafone había ganado. Todo vale por la pasta.
Cuando en tiempos de Manuela Carmena, se abrió la Web “Madrid Decide”, me apresuré a mandar una propuesta, muy razonada a mi juicio, pidiendo que se le devolviera a la estación de Sol su nombre original. Me parecía difícil llegar a las 53000 firmas que se necesitaban para que la propuesta fuera vinculante, pero pensé, con manifiesta ingenuidad, que sería muchos los que me apoyarían. El resultado, sin embargo, fue decepcionante: uno, solamente uno de los que reaccionaron ante mi petición decía estar de acuerdo conmigo. Los demás, alrededor de sesenta, no podían entender como alguien en su sano juicio pudiera despreciar un dinerillo que llegaba a las arcas públicas de forma tan fácil y sin afectar a sus bolsillos. Todo valía por la pasta.
Desistí del asunto; era misión imposible. Nuestros representantes políticos no veían inconveniente en vender lo que fuera con tal de sanear las finanzas públicas y la mayoría de los ciudadanos miraban hacía otro lado. Lo más sensato y lo más saludable al parecer era resignarse y eso es lo que hice. Tampoco era cosa de amargarse la vida por esas naderías que uno no creía que no lo eran tanto, pero que a nadie importaban. Me preocupaba sin embargo, he de reconocerlo, haberme convertido en un cascarrabias, en un rebelde sin causa y me moví en busca de argumentos que pudieran explicar mi desvarío y tranquilizarme un poco. A nadie, o a casi nadie, le gusta ir contracorriente..
Mi amigo Paco Laporta, el ilustre catedrático de la Autónoma acudió una vez más en mi ayuda y me recomendó leer a Michel Sandel, un eminente profesor de ética de Harvard que había escrito un buen libro: “Lo que el dinero no puede comprar”. Allí me fui de cabeza y encontré justamente lo que buscaba. Hay cosas que deben de quedar fuera del comercio; “no podemos dejar nuestra vida en manos del mercado sin correr el riesgo de que se socaven valores y prácticas sociales que deberían de considerarse inviolables”. Eso es en resumen lo que dice Sandel. Me pareció perfecto pero era evidente que ni los políticos ni los ciudadanos se dedicaban a leer a los profesores de ética. Decidí olvidarme de Vodafone y su lagrimita. Uno, al final, llega a acostumbrarse a todo.
Había perdido ya “ogni speranza” cuando una mañana de un día de estos, me saltó a la vista un titular de El País que me llenó de asombro. No me lo podía creer: la estación de Sol iba a recuperar su nombre original. Eso decía. Me puse eufórico; ya está, pensé, el equipo de gobierno de Cristina Cifuentes, menos “liberal” que el de González, ha recapacitado y ha decidido darnos una alegría a los protestones. Seguí leyendo y me empecé a preocupar. De lo que hablaba el consejero de transportes en las declaraciones que recogía El País, no era de argumentos éticos o morales si no de dinero. Empezaba bien al reconocer el “revuelo social” que se había creado en Madrid por el cambio de nombre “de una estación emblemática”, pero terminaba mal, muy mal, cuando dejaba caer que solo “una oferta multimillonaria” les podría hacer cambiar de opinión. Si Vodafone o cualquier otra marca pagaba más, la estación de Sol volvería a ser suya. Las teorías de Michael Sandel u otros argumentos éticos son milongas para nuestros políticos de hoy y de ayer. Y así van las cosas.
Llamé a Olaya el director de la sección de Madrid de El País y le conté lo que ocultaba el titular que tanto me había alegrado.. Me dijo que le mandara algo y esto: “¿nos timan con lo del metro de sol?” es lo que salió. No sé por fin lo que pasará, lo mismo al finalizar el contrato con Vodafone la estación de Sol recupera su nombre. Pero si es así, y ojalá lo sea, la Comunidad de Madrid no se puede poner ninguna medalla. El dinero y el mercado, sí.
Amigo Antonio:
Ya sabes que comparto tu indignación y también cuál era mi propuesta:
Que mientras dure el contrato todo el mundo llame a la estación “Movistar Sol”. Yo siempre lo hago.
Es una forma de pelear contra el mercado, como dices, pero con las armas del mercado.
Si todo el mundo lo hiciera verías qué pronto la propia compañía (a la que no pienso citar, naturalmente) anularía el contrato cuya consecuencia real estaría siendo más notoriedad para su competidor.
Estoy totalmente de acuerdo contigo, Antonio. Me indigno cada vez que veo el nombre de Vodafone en los rótulos del Metro. Ojalá recuperemos el verdadero nombre de la estación de Sol. Un abrazo. Lucía
Estoy de acuerdo contigo Antonio en que no vale todo. Ojala Sol vuelva a recuperar su nombre y el mercantilismo no nos siga llevando por la senda de la indignidad.
LA NAVAJA DE OCKHAM
“En igualdad de condiciones, la solución más sencilla
es probablemente la más correcta”
Guillermo de Ockham
Spanish flea o tábano socrático, tu entrada, amigo Antonio, me ha traído a la memoria El nombre de la Rosa –¿Vodafone?-, pero también el de Guillermo de Ockham, en quien se inspiró Eco para construir el personaje de Guillermo de Baskerville –Sean Connery en la película-. A este humilde fraile franciscano debemos el concepto de Nominalismo, entendido como doctrina filosófica, según la cual todo lo que existe es “particular”, en detrimento de quienes todo lo sustancian en “universales”. Vale perfectamente para centrar el debate, que no es solo nominal –de nombres particulares-, sino perfectamente dialéctico, en lo que tiene de tensión entre el peso del mercado –lo universal-, y la identidad de una ciudad y sus habitantes –lo particular-.
Viene a cuento que te refiera mi divertido viacrucis del pasado domingo. Iba yo, con mi pareja al volante y mis suegros haciéndose lenguas atrás, rumbo a la churrería de Santa Engracia, muy resueltos a desayunarnos un cuplé de fritanga antes de enrumbarnos hacia El Pardo y, héteme aquí que, a la altura de Colón, atisbamos que la Castellana está cortada a cuenta de un maratón de bomberos. Ni una sola indicación, ni la menor leyenda en los paneles indicativos que apenas una semana antes y desde el viernes anunciaban: “Lunes lluvia. Use el transporte público”. El rodeo nos llevó a aparcar debajo de tu casa, y poco nos faltó para tomarla por asalto, por si te sobraban algunos churros o una humilde porrita guadarrameña. En fin, que tras la peripecia desayunamos donde estaba previsto y salimos pitando hacia El Pardo. Naturalmente, abordamos la A6, por Moncloa, creo, y, en eso, el segundo héteme aquí. Pasado el Hipódromo, Maribel constata: ¿Pero el desvío no era antes? Despistados como somos todos, entramos en el Hipódromo, salimos, buscamos un cambio de sentido quince kilómetros adelante y vuelta a empezar, todo ello sumido en el atasco creciente de las salidas de la Ubre –no es un error-, a esa hora de la mañana. Llegados al lugar del crimen, constatamos que no nos habíamos saltado nada: simplemente, el cartel indicador de la salida hacia El Pardo había desaparecido, así, por la brava, a causa de que la carretera estaba en obras. Naturalmente, como en el caso anterior, la municipalidad o la comunidad, había obviado la delicadeza de señalizar el entuerto, menos aun la de ofrecer alternativas a los conductores. Y así funciona Mad-Madrid, a la espera de que venga una multinacional a poner los puntos sobre los soles, en un eclipse perpetuo.
No solo yo, también Ockham te hubiera dado la razón en esto, y hasta te hubiera prestado su gran invento para resolver el desafuero. ¿Qué cosa? La celebérrima Navaja de Ockham, esa que, hablando en román paladino, nos dice que cortar el rótulo de Vodafone por lo sano -“la solución más sencilla”-, siempre es la más correcta, no tanto para los “universales” que tienen al imperio de las entidades abstractas, sino para los particulares empeñados en que lo que queda de Madrid siga siendo un lugar habitable, es decir, sustentado en su identidad, y esto vale tanto para los nombres de las estaciones de metro como para sus calles. Otro debate bien nominalista, por cierto.
Lástima que la navaja de Ockham se emplee para seccionar buena parte de nuestra memoria histórica, mientras el Mercado compra la conciencia de las instituciones y rebautiza a su capricho el callejero. Súplase la memoria de Salvador Dalí, la de Josep Pla, la de Eugenio D’Ors, la de Miguel Mihura, por más Vodafones, más Movistares, más Samsung Galaxy, o lo que toque. Será divertido cuando desgajen las titulares del Santiago Bernabéu para alzar, quién sabe, quizá las de Manuela Carmena, o las del niño de la Bescansa. Quizá entonces y solo entonces sean enjambre las spanish fleas o los tábanos socráticos alzados en rebelión, con sus navajas de Ockham en ristre. Pero no sé. El bueno de fray Guillermo, tras vivir una vida de extrema pobreza, murió a causa de la peste negra, junto a otros quince millones de particulares. Algo me dice que la epidemia de los universales lleva las de ganar, y no veo en el horizonte vacunas que la puedan erradicar.
Querido Antonio, como madrileño, de padres madrileños y parte de abuelos madrileños, lo de Sol me parece un insulto cívico de los más perversos y por dinero, además viendo que más dineros van cambiando de mano. En efecto, la reacción ciudadana ha sido bastante pobre, tal vez, reflejo de una parte de la sociedad en cuyas acciones parece que rige la norma de un posmodernismo de yo y los demás. ¿Qué pensarían los londinenses si Picadilly Circus fuera cambiado a Jabones Lagarto Circus?