Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera
Edición de verano Edición de Verano

DE TRABAJOS, GUARDIACIVILES Y CANCIONES

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“Te haría un poema

blanco si supiera

salir limpio del agua

como salen tus torres….”

 

San Francisco  ( click para escuchar la canción )

Música: Carlos Fernández Prida

Letra: Antonio Sáenz de Miera

 

El primer contratiempo que tuve en mi vida laboral me hizo reflexionar sobre mis ideas acerca del desempeño del trabajo. Eran  muy diferentes, como pronto se verá, a las que imperaban en la vieja Hidroeléctrica Española en la que me inicié profesionalmente hace ya muchos años.

Sucedió el “incidente” en la Subestación de Villora, en la que mi acompañante en un viaje por los Saltos del Jucar, tuvo que detenerse para una inspección rutinaria. Como yo no tenía nada que hacer -quede ésto claro para que no se malinterprete lo que pasó- decidí dar una vuelta por los alrededores de la presa y en esas estaba cuando me encontré con dos guardias civiles a caballo. Entablamos conversación. Les comenté lo bonitos que eran los caballos, y uno de los guardias me invitó amablemente a dar una vuelta en el suyo. Acepté complacido. ¿Por qué no iba a hacerlo? Me gustaba montar y no tenía otra cosa que hacer.

Disfruté de un buen paseo, di las gracias a los guardias y allí se acabó la historia. Eso pensaba yo, pero no fue así: la historia trajo cola. A los dos o tres días de mi vuelta a Madrid me llamó a su despacho el Director Gerente. Era la primera vez que le saludaba y lo hice muy respetuosamente. Me pidió que me sentara y, sin más preámbulos, me preguntó si era verdad que me había montado en un caballo de un guardia civil. Le dije naturalmente que sí, que sí que era verdad. El director reanudó inmediatamente el interrogatorio y el sermón. Eso no se podía hacer, me dijo.

Acepté la reprimenda, pedí disculpas e hice propósito de la enmienda. Lo cumplí: duré más de cincuenta años en la empresa sin montar en un caballo de un guardia civil. Me di cuenta, sin embargo,  de que mis ideas sobre lo que debe o no debe de ser el trabajo eran muy diferentes a las del gerente y a las del tipo que había dado el chivatazo para granjearse la simpatía de sus superiores.

Me acordé de esta vieja historia cuando con motivo del recuerdo cariñoso que tuvieron conmigo recientemente antiguos compañeros y amigos del mundo de las fundaciones universidad-empresa, salió a relucir una vieja canción que habíamos compuesto Carlos Fernández Prida y yo en un viaje a San Francisco. Esa canción de la que ya ni me acordaba, revivió con este motivo y llegó a los oídos de mi nieto y ahijado Antonio.

Le encantó: “es preciosa abuelo”, me dijo, pero, “¿cómo la pudisteis hacer si estabais trabajando”?. Sabía lo del trabajo porque yo le había explicado que el propósito de ese viaje era visitar la universidad de Stanford y conocer su “Placement office” uno de los más reputados de los Estados Unidos. La Fundación Universidad Empresa de la que era yo entonces responsable estaba embarcada en aquellos años en la creación de los Centros de Orientación e Información de Empleo en las universidades de Madrid y nos interesaba mucho conocer la experiencia de Stanford. Por eso estuvimos Fernández Prida y yo en San Francisco, aprendiendo y disfrutando. Sí, disfrutando. ¿Quién puede no hacerlo contemplando su maravillosa Bahía?.

Aquellos Centros, a los que denominamos COIE, salieron adelante y siguen todavía hoy cumpliendo su función en las universidades de Madrid y en otras universidades españolas. Hicimos bien nuestro “trabajo” pero fuimos también capaces de componer una canción que se nos ocurrió mientras atravesábamos la Bahía de San Francisco por el Golden Gate: “tú escribes la letra y yo le pongo la música”. Hecho. En el trabajo cabe todo, le dije a mi nieto, incluso una canción. Coser y cantar.

A partir de ahí me enrollé quizás más de la cuenta y le solté todo lo que pensaba sobre la insoportable seriedad de alguna gente y su estrecho concepto de lo que debe de ser el trabajo. Siempre he pensado, le dije, que las cosas que hacemos o decimos, no son más importantes porque pongamos cara de circunstancias al decirlas o hacerlas y que puede no venir mal salirse del guión si el guión es limitativo y rutinario. Le conté lo del caballo del guardia civil y le hizo gracia. No sé, sin embargo, si sacó alguna consecuencia. Le divertía más lo de la canción: “es muy buena abuelo”, me repitió, “deberías de ponerla en tu blog”.

Le he hecho caso y ahí la tenéis al comienzo de esta entrada sobre el fondo de la Bahía de San Francisco. La interpreta un cantante puertorriqueño un poco hortera pero famoso, según me dicen. “Oscar Solo en San Francisco” es el título de la canción.. Es mi regalo de Año Nuevo.

HACER TEATRO OBRA MILAGROS

 

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Ya nunca dejaremos de ser esos personajes de Tio Vania que representamos, no tanto por lo que nos divertimos intentando darles vida, sino, definitivamente, por todo lo que, a través de ellos, aprendimos acerca de nosotros mismos”

Álvaro Bermejo.

 

 

Acabó la función. Ya está. La representación que hicimos de “Tío Vania” en la Casa del Lector del Matadero salió mucho mejor de lo que nos hubiéramos podido imaginar. El día antes estábamos todos nerviosos, inseguros, impacientes…Y sin embargo cuando el momento llegó, la obra de Chejov nació de nuestras voces, de nuestros rostros y de nuestra “memoria” y supimos contar la historia, desaparecer en nuestros personajes, entregarnos a tumba abierta. Nos salió de cine: estallaron los aplausos y llegaron las felicitaciones. Pero en esas casi dos horas intensas de representación no había acabado todo. Quizás sea así para los espectadores que más o menos contentos disfrutaron de nuestro esfuerzo, de nuestra pasión. Pero no para los que nos lo “curramos”. Para nosotros, para la “compañía”, hay un antes y un después, una historia y un trabajo compartidos que nos han dejado una huella ¿imborrable?. Bueno, nunca se sabe

Me gusta el teatro, ir a una buena representación, sí. Pero sobre todo me apasiona meterme de lleno en el fregado de hacer teatro y enredar a los demás para que lo hagan. Llevaba tiempo en ayunas. Los “míos”, los de siempre, me habían abandonado y, a mi edad, me vi en la tesitura de formar una nueva “compañía”. Tuve una inmensa suerte y logré crear la mejor “compañía” imaginable: variopinta, culta, ilusionada, tolerante, critica, divertida, fiel…Nos lo pasamos muy bien, disfrutamos lo indecible, sufrimos “un poco” pero aguantamos el tipo y aprendimos mucho de la propia obra y de nosotros mismos.

Hasta que llegamos al día de la representación, pasamos por todo tipo de situaciones: de duda, de emoción, de celos, de alegría, de inseguridad, de compañerismo, de solidaridad… Hubo momentos en que seguro, algunos o todos, cada uno por su lado, pensamos en dejarlo, pero no lo hicimos. Ya no podíamos hacerlo. Llega un punto en el que la obra es más importante que nosotros. Llega un punto en el que el grupo de actores que ya somos –todos puros aficionados pero muy entregados a la causa- formamos un todo que sabemos que no debemos romper.

El desafío no era ya personal; era colectivo. Nos comprendíamos, nos respetábamos, nos disculpábamos. Cada ensayo amarraba los vínculos, nos invitaba a conocer al otro, nos empujaba a dar un paso más en un difícil ejercicio de superación personal para dar aliento a un empeño común. A veces nos dábamos cuenta, otras no y eso se notaba,  de que ya no éramos nosotros, de que estábamos actuando, representando un papel al que nos debíamos. Pero de algún modo en ese acto de entrega, estábamos dando algo nuestro, nos mostrábamos a través del personaje que representábamos, a través de la historia que nos emocionaba y que vivíamos como nuestra.

Mis compañeros de El Samovar, así llamamos a nuestra “compañía”, estarán de acuerdo conmigo en que estos meses en los que hemos estado juntos, unidos y comprometidos alrededor de un proyecto común, no han pasado en balde. Llegábamos remolones y a veces cansados a los ensayos, pero pronto entrábamos en acción y nos olvidábamos de nuestras rutinas y de nuestras angustias personales para adentrarnos en las de los personajes que representábamos. El ejercicio y el esfuerzo personal y colectivo, de “hacer teatro” te acaban dando algo que te faltaba. O algo que ya tenías y no sabías que tenias ( eso es lo que les ha pasado a algunos de los protagonistas de esta historia). Hacer teatro te mantiene alerta, te enciende la mente, te abre nuevos horizontes, te devuelve emociones que tenías olvidadas. Actuar obra milagros, da energías, es terapéutico, saludable y según la OMS  bueno para la salud

Quizás mi reciente experiencia teatral de aficionado impenitente, me esté haciendo exagerar un poco la nota aunque en realidad no estoy diciendo nada que no haya dicho alguien antes. Leo por ejemplo con sorpresa  que puede llegar a  frenar el envejecimiento patológico, retrasa la aparición de cataratas y hasta evitar resfriados. No sé. De esto no puedo asegurar. No soy científico. Seré mas viejo, tendré cataratas o no, tendré resfriados… Pero de lo que sí que estoy seguro, es de que la experiencia de este Tío Vania que representamos recientemente nos ha hecho felices a todos los que hemos participado en ella y nos ha dado motivos para seguir en la brecha. Ya tenemos “mono”, ya sentimos que nos falta algo y estamos en busca de una nueva obra. Recibiremos sugerencias. Y desde ahora queda abierto el “casting” para la siguiente representación. Animaos; eso de hacer teatro merece la pena.