“Aunque parezca paradójico… son algunos de los que la vida ha puesto en condiciones aceptables, los que han tenido que despertar a los oprimidos y explotados para que reaccionen y trabajen por cambiar las condiciones de injusticia que los afectan desfavorablemente”
Héctor Abad Gómez
Cincuenta años. Doscientos veinte mil muertos. Todo eso puede quedar atrás. Las negociaciones entre el gobierno colombiano y la guerrilla han dado un avance significativo. Nunca antes había parecido tan posible la paz en Colombia. La noticia, destacada en todos lo medios, aparece enmarcada por la imagen de los tres protagonistas en sus impecables guayaberas blancas. Timocheenko, el líder guerrillero, ha dejado por vez primera su uniforme militar. Los Castro -Raúl fue testigo de la ceremonia- ya no lo llevan desde hace tiempo y el presidente Santos la luce habitualmente. Es tiempo de guayaberas y no de uniformes. Justicia verdad y responsabilidad serán claves en el desarrollo de un acuerdo que puede lograr la paz soñada y abrir el futuro que los colombianos sean capaces de imaginar.
Importa sobre todo, que ese futuro no traicione lo mejor de lo que dejó un pasado trágico, que no traicione el recuerdo de los que, en muchos casos de forma heroica, lo hicieron posible. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince nos ha dejado una sobrecogedora inmersión en el infierno de la violencia política colombiana, un emocionante testimonio personal. El libro se llama “El olvido que seremos” y de él han hablado maravillas autores tan conocidos como Javier Cercas , Manuel Rivas y especialmente Vargas Llosa: “es la más apasionante experiencia de lector que he tenido en los últimos años”. Es un libro realmente apasionante. Hay que leerlo. Habla de Colombia, de la violencia, de la injusticia, y del olvido. Es literatura y es experiencia. Héctor Abad habla también con pasión de su padre, de quien fue, de como vivió, y de cómo un sicario le mató vilmente. Ahí está, me parece a mi, la historia reciente de Colombia escrita en primera persona con una sinceridad que desarma, que emociona.
Es conmovedora la relación de Abad hijo con su padre, con “su papá”, ese maravilloso personaje que construye en la figura de Héctor Abad Gómez.
Relata su hijo una escena que se me ha quedado grabado y que creo le define. En una manifestación en defensa de los derechos humanos, una de las muchas en las que participaba sin desmayo, Abad padre, vestido pulcramente de “saco” y corbata según nos cuenta Abad hijo, se quedó completamente solo con su pancarta. Íngrimo como dicen en Colombia. Los demás habían desaparecido al ver las fuerzas de seguridad que él no vio.
Se quedó solo, absolutamente solo con su pancarta en la mano. Era patético, dice Héctor Abad Faciolince. No hay una imagen mejor para retratar a todos los que antes que él y los que vendrán después, luchan por la justicia y por los desfavorecidos sin que ellos mismos lo sean. Héctor Abad Gómez era uno de ellos. En medio de la cobardía general, puso cara a la violencia en la dramática realidad de su país y murió asesinado en la calle por un sicario.
El doctor Abad vivía bien, confortablemente, tenía un prestigio académico notable, una finca en la que cultivaba rosas…..pero se complicó la vida, no pudo dejar de hacerlo, estaba en su naturaleza. No podía dejar de oponerse a la injusticia y de luchar contra el crimen. Siguió y siguió hasta que lo mataron.
Después de cincuenta años de guerra sucia, de asesinatos continuos, de amenazas y de miedo, parece que la paz está más cerca que nunca en Colombia. La realidad es que nunca el país se dejó amedrentar y que, a pesar de todo, Colombia ha seguido viva estos años negros. Un milagro que tiene mucho que ver con la pujanza de la sociedad civil colombiana. De la “buena” porque la “mala” estaba también ahí corrompiéndolo todo. Ahora será diferente. En seis meses, si todo va bien, se firmará el Acuerdo definitivo con el compromiso de juzgar a todos los actores implicados en el conflicto armado, combatientes y no combatientes… Todo eso será complicado pero al final se podrá sin duda resolver. Se pasará página y surgirá lo que ya se empieza a llamar ”La nueva gran Colombia”. Lo que no sabemos es dónde quedarán Héctor Abad y tantos como él que lucharon por la justicia y fueron asesinados por unos o por otros. Es de temer que la respuesta esté en el soneto de Borges que Héctor Abad Gómez llevaba en el bolsillo del pantalón el día que aquellos sicarios acabaron con su vida:
“Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos…”
Espero que o português seja entendido. Imaginem que é galego……
Piketty conseguiu dados da Colombia que permitiram tabelar e fazer o grafico da evolução da desigualdade naquele país. Vale a pena ver a figura 9.9 no livro.
Infelizmente Piketty não conseguiu dados do Brasil. Mas estou certo que o que aconteceu ao longo do period 2003- 2014 será revelado
quando for possivel tabelar e fazer gráficos dos dados brasileiros, digamos, de 1990 até o presente. Certamente mostrarão uma diminuição da desigualdade que os governos ,sempre conservadores, da Colombia não se esforçaram para que acontecesse….
Será que as FARC, tornadas força política civil, forçarão uma reviravolta consensual ?
Daqui do Brasil só posso informar que o ovo da serpente quebrou-se. Liderado , por incrivel que possa parecer pelo partido cujo nome crescentemente equivocado de “Partido da Social Democracia Brasileira” , quando mais apropriado seria…. das “derechas autonomas”. Liderado por Fernando Gil Robles Nefasto Cardoso.
Aunque tratas un asunto que desconozco (bueno, otro más que desconozco), te envío mi enhorabuena porque me ha parecido un texto precioso. Y me ha encantado el vocablo íngrimo (que también desconocía, vaya por Dios). Te reitero mi enhorabuena.
Canel.
Estupendo comentario que he disfrutado leyendo. Tomo buena nota del libro que recomiendas; muchas gracias. Un abrazo
LAS ÉLITES Y EL TERROR
Tu excelente entrada, Antonio -cuántas ganas de zambullirme en el libro-, me ha recordado ese lugar común que tantas veces se repite en la Historia. Altísimas burguesías, aristocracias ilustradas, como los más esclarecidos pensadores, son, en demasiadas ocasiones, padres de revoluciones saturnianas que acaban devorando, no ya a sus hijos, sino a toda esa crema del espíritu que las dio a luz sin medir las consecuencias.
Sucedió en los años previos a la Revolución Inglesa, gestada por ilustres empiristas como Locke o Burke. Sucedió en la Rusa, aventada por intelectuales absolutos como Lev Tolstoi, como nuestro querido Chejov, como Pushkin, hasta por el mismo hermano del zar, Mijail Aleksandrovitch. Y, sobremanera, sucedió, como paradigma absoluto, con la Revolución Francesa. Del ginebrino Rousseau al diletante Voltaire, pasando por el duivino marqués (de Sade), y por todos los enciclopedistas, la demanda de libertad y la censura del Ancien Régime, nacida inocente, acabó derivando en un baño de sangre que segó, bajo la hoja de la guillotina, las cabezas más preclaras del pensamiento y la política francesa. Todos ellos acabaron siendo víctimas de un Nuevo Orden de la Crueldad, donde las copas que brindaban por la utopía se vieron colmadas por los ríos de sangre del Terror.
Pienso que todas las revoluciones libertarias, hasta donde las conozco, sacuden y arrancan unas cadenas bien reales. Tanto como que no tardan en aparecer quienes se aprestan a restaurarlas o a forjar otras nuevas. No hay que asombrarse de ello. la Historia es un extraño teatro: los actores actúan sin conocer su papel con tiempo; nunca saben cuáles aparecerán en el acto siguiente; el desenlace nunca está seguro; si es una tragedia o más bien una farsa. Dejemos a los filósofos que determinen ese punto mientras unos y otros aportan su grano de arena al desorden del mundo.
Bravo. Me has convencido. Será mi próximo libro. El soneto de Borges me ha traído a la cabeza un poema de Juan Ramón Jiménez que nos advierte, suave pero con contundencia, que somos Nada.
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.