Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera

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“Aunque parezca paradójico… son algunos de los que la vida ha puesto en condiciones aceptables, los que han tenido que despertar a los oprimidos y explotados para que reaccionen y trabajen por cambiar las condiciones de injusticia que los afectan desfavorablemente”

 Héctor Abad Gómez

 

 Cincuenta años. Doscientos veinte mil muertos. Todo eso puede quedar atrás. Las negociaciones entre el gobierno colombiano y la guerrilla han dado un avance significativo. Nunca antes había parecido tan posible la paz en Colombia. La noticia, destacada en todos lo medios, aparece enmarcada por la imagen de los tres protagonistas en sus impecables guayaberas blancas. Timocheenko, el líder guerrillero, ha dejado por vez primera su uniforme militar. Los Castro -Raúl fue testigo de la ceremonia- ya no lo llevan desde hace tiempo y el presidente Santos la luce habitualmente. Es tiempo de guayaberas y no de uniformes. Justicia verdad y responsabilidad serán claves en el desarrollo de un acuerdo que puede lograr la paz soñada y abrir el futuro que los colombianos sean capaces de imaginar.

Importa sobre todo, que ese futuro no traicione lo mejor de lo que dejó un pasado trágico, que no traicione el recuerdo de los que, en muchos casos de forma heroica, lo hicieron posible. El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince nos ha dejado una sobrecogedora inmersión en el infierno de la violencia política colombiana, un emocionante testimonio personal. El libro se llama “El olvido que seremos” y de él han hablado maravillas autores tan conocidos como Javier Cercas , Manuel Rivas y especialmente Vargas Llosa: “es la más apasionante experiencia de lector que he tenido en los últimos años”. Es un libro realmente apasionante. Hay que leerlo. Habla de Colombia, de la violencia, de la injusticia, y del olvido. Es literatura y es experiencia. Héctor Abad habla también  con pasión de su padre, de quien fue, de como vivió, y de cómo un sicario le mató vilmente. Ahí está, me parece a mi, la historia reciente de Colombia escrita en primera persona con una sinceridad que desarma, que emociona.

Es conmovedora la relación de Abad hijo con su padre, con “su papá”, ese maravilloso personaje que construye en la figura de Héctor Abad Gómez.

Relata su hijo una escena que se me ha quedado grabado y que creo le define. En una manifestación en defensa de los derechos humanos, una de las muchas en las que participaba sin desmayo, Abad padre, vestido pulcramente de “saco” y corbata según nos cuenta Abad hijo, se quedó completamente solo con su pancarta. Íngrimo como dicen en Colombia. Los demás habían desaparecido al ver las fuerzas de seguridad que él no vio.

Se quedó solo, absolutamente solo con su pancarta en la mano. Era patético, dice Héctor Abad Faciolince. No hay una imagen mejor para retratar a todos los que antes que él y los que vendrán después, luchan por la justicia y por los desfavorecidos sin que ellos mismos lo sean. Héctor Abad Gómez era uno de ellos. En medio de la cobardía general, puso cara a la violencia en la dramática realidad de su país y murió asesinado en la calle por un sicario.

El doctor Abad vivía bien, confortablemente, tenía un prestigio académico notable, una finca en la que cultivaba rosas…..pero se complicó la vida, no pudo dejar de hacerlo, estaba en su naturaleza. No podía dejar de oponerse a la injusticia y de luchar contra el crimen. Siguió y siguió hasta que lo mataron.

Después de cincuenta años de guerra sucia, de asesinatos continuos, de amenazas y de miedo, parece que la paz está más cerca que nunca en Colombia. La realidad es que nunca el país se dejó amedrentar y que, a pesar de todo, Colombia ha seguido viva estos años negros. Un milagro que tiene mucho que ver con la pujanza de la sociedad civil colombiana. De la “buena” porque la “mala” estaba también ahí corrompiéndolo todo. Ahora será diferente. En seis meses, si todo va bien, se firmará el Acuerdo definitivo con el compromiso de juzgar a todos los actores implicados en el conflicto armado, combatientes y no combatientes… Todo eso será complicado pero al final se podrá sin duda resolver. Se pasará página y surgirá lo que ya se empieza a llamar ”La nueva gran Colombia”. Lo que no sabemos es dónde quedarán Héctor Abad y tantos como él que lucharon por la justicia y fueron asesinados por unos o por otros. Es de temer que la respuesta esté en el soneto de Borges que Héctor Abad Gómez llevaba en el bolsillo del pantalón el día que aquellos sicarios acabaron con su vida:

“Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos…”