Allende Guadarrama

Un blog de Antonio Sáenz de Miera

“Nunca consideraré libre a quien vive con miedo”.

Horacio

Algunos de mis amigos -hablo de la gente de mi quinta porque los jóvenes están ya en otra cosa, me preguntan si no estoy preocupado, si no estoy asustado con lo que ha salido de las últimas elecciones: posible alcaldesa de Podemos en Madrid y alcalde de Izquierda Unida en Cercedilla. Buenos estamos. Saben que yo me tomo estas cosas con cierta filosofía –el síndrome, piensan, de ese “oficio de unir” que, en el fondo, no les gusta nada- y les preocupa que no me preocupe. Pues no, la verdad es que estoy tranquilo, lo cual no quiere decir que no hubiera preferido otros resultados.

Pero ahora no escribo para retratarme, ni para hacer análisis político de nada. Me preocupan, eso sí, las emociones enfrentadas que provocan los resultados electorales: el que “pierde” frente al que “gana”. Me inquieta, eso sí, algo más profundo, más básico. Me inquieta, por ejemplo, que no se asuma con todas sus consecuencias el sentido de la democracia, el valor de la democracia. Hay que saber perder. Hay que saber encajar, aceptar e interpretar lo que quiere la mayoría de la gente. Me inquieta que nos quieran asustar.

Somos seres sociales. La vida es un pacto continuo, hasta contigo mismo… Hay que llegar a acuerdos. Estamos condenados a entendernos, a vivir con la discrepancia y la diferencia. La libertad y el respeto mutuo son valores que no deben de producirnos ninguna duda. En democracia, la libertad, la de cada uno y la de todos, la libertad posible, se va logrando cada día a base de respeto y reconocimiento mutuos. La democracia y la libertad no me dan miedo. Al contrario, me inquieto cuando descubro fallas, falsedades, corrupción. A mi edad, los temores son otros. No me gusta que me quieran asustar con amenazas de caos u otras catástrofes menores, pero igualmente temibles. No lo acepto.

A los que ya somos mayorcitos no nos pillan de sorpresa estas visiones interesadamente alarmistas cuando se ve venir el lobo. Es un deja vu que se repite una y otra vez.  No me refiero al final del franquismo: eso eran palabras mayores y salimos, sin embargo, airosos de la prueba. Hablo ahora de algo un poco más cercano: el comienzo de la transición. Cuando se celebraron las primeras elecciones generales de la democracia yo estaba empadronado en Cercedilla y hablaba con unos y con otros. Hablaba con los rojos, los azules y los verdes. Para Fuerza Nueva, que tenía cierta implantación en el pueblo por influencia de Blas Piñar, veraneante de toda la vida y persona cariñosa y afable con todos, UCD eran los rojos y el santo varón de Landelino Lavilla un potencial revolucionario. Algo similar ocurrió con Leguina, satanizado hasta tal punto que muchos no fueron al Aurrulaque del año en el que fue elegido presidente de la Comunidad. Era otro rojo peligroso. Hoy todo el mundo alaba su mesura y su buen sentido.

Mejor que no traten de asustarnos. Meter miedo no es nada liberal. Es curioso, además, que sean precisamente los que han tenido alguna responsabilidad en traernos a esta situación de crisis y de descrédito los que toquen la alarma por lo que pueda pasar. No ha sido culpa nuestra: lo que ha venido se estaba viendo venir desde hace tiempo y los políticos de toda la vida parecían no enterarse de ello. Han tenido que llegar otros nuevos para recordárselo y ahora los de siempre ponen el grito en el cielo. No, insisto, meter miedo ahora ni es liberal ni es de recibo.

Ah, y espero que nadie caiga en la tentación de matar al mensajero, porque este mensajero ya dijo en su momento lo que tenía que decir sobre el fenómeno Podemos. Y no es precisamente él quien ha contribuido a la extraordinaria irrupción de esta formación política en el panorama electoral. Ya me entendéis ¿no?.