Ha muerto Máximo el gran dibujante, gran escritor y profundo filósofo. Lo conocí en su época del diario Pueblo. Pilar Narvión y Copérnico, compañeros suyos en la redacción del periódico de Emilio Romero, me lo presentaron. Nunca desde entonces dejamos de vernos y de entendernos. En el acto de su incineración dijo Peridis que Máximo era “Máximo” en todo, en lucidez, en inteligencia y en honestidad. Lo era también en el sentido de la amistad. La viñeta que encabeza estas líneas me la entregó un día en el que dimos un largo paseo desde la Puerta de Alcalá hasta su casa de El Viso. En aquellos momentos, después de su traumática salida de “El País”, descubrí a un Máximo totalmente decepcionado. Sé muy bien que no era cuestión de dinero. Ni mucho menos. La felicidad está más asociada a sentirse respetado que al poderoso caballero y él pensaba que no se le había tratado bien. Estaba dolido y entristecido. Durante el camino fuimos hablando de esas cosas: del dinero y de la vida; de la tristeza, de la felicidad y del respeto.
Con el paso del tiempo, los motivos para estar descontento y decepcionado crecen. Con los años y con el conocimiento más ancho y profundo de la vida. Queremos que nos quieran, queremos ser felices, queremos estar satisfechos con lo que tenemos, con lo que somos, con el afecto que recibimos. Pero la realidad –la propia y la de nosotros y la del mundo que nos rodea- se encarga de desmentir nuestros mejores deseos y propósitos. La vida es casi siempre injusta pero también te da ocasiones para desquitarte. Eso no se lo podía decir a Máximo cuando estaba ya invadido por una irresistible melancolía, pero así lo creo. Con los años, descubres motivos nuevos, más modestos, más sencillos quizás, para ser feliz. Queremos un poquito de comida mejor, un poquito de sueño placentero, un poquito de amistad verdadera. El dinero empieza a quedar en un segundo o tercer plano. Descubrimos que el dinero da la felicidad que da el dinero, como nos dice la viñeta de Máximo. Es decir, poca, escasa. O peor, nos da una felicidad que puede ser ficticia, mentirosa …
He visto con sorpresa en una encuesta de Gallup muy difundida, que los africanos, más pobres, con menos esperanza de vida, con más sufrimiento en forma de enfermedades, con más violencia en sus sociedades, con más dolor, son los más felices de la tierra y lo europeos son los más desgraciados. ¿Cómo puede ser esto? A veces, podemos pensar que la ignorancia es el mejor alimento para estar bien, para ser felices. Mejor sería no saber, pensamos, para no sufrir tanto. ¿Debemos ignorar para ser felices? No estoy muy seguro de que esto sea así. El conocimiento de la vida, de la ciencia, de la cultura, de la sociedad puede ser y es fuente de dolor, insatisfacción, infelicidad. Pero también puede ser y es de todo lo contrario: de placer, de gozo, de sabiduría.
Savater, Gomá y García Gual acaban de publicar un ensayo sobre Epicuro y la felicidad. El filósofo griego fue el primero en tomarse en serio la felicidad como objeto esencial de la vida. Conviene leer con atención un libro como éste -que presentaron los autores en los jardines de Cecilio Rodríguez convertidos en el Jardín de Epicuro- para hacer un repaso del propio “estado de felicidad”. No es fácil saber dónde ubicar ese estado – incierto, inestable, para la mayoría de los mortales- no es fácil saber cómo considerarlo: ¿Es una cuestión puramente personal? ¿Es cultural? ¿Es material? ¿Es espiritual?…A lo mejor tiene razón Gomá cuando dice que la felicidad pertenece a una época superada. Habrá que saber porqué se ha convertido en una fuente de infelicidades más que de dichas cuando Epicuro consideraba que el hombre está destinado a ser feliz por su propia naturaleza.
Es quizás por eso por lo que la ONU ha decidido tomar cartas en el asunto y ha declarado el próximo 20 de febrero- “save the day”, como se dice ahora- el “Día Internacional de la Felicidad”. Parece una broma, pero no lo es. Es tan real como la vida misma. Seguro que Máximo, con su humor cáustico y profundo, haría una viñeta genial de esta solemne y a mi juicio ridícula declaración. Tomaremos ese día la pastilla de la felicidad y al día siguiente nos sentiremos profundamente infelices… Y con resaca.
Hermosas palabras Antonio. Pienso como tú dices que la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas, es efímera, pero hay que saber buscarla…Gracias y Feliz Año!!!
Leerte es un verdadero placer. ¡ Cuánta sabiduría hay en cada una de las cosas que dices! ¡ Y con cuánta belleza lo expresas! Es cierto ese desengaño que, el paso del tiempo, acumula en nuestros corazones ( quizás por eso, la palabreja termine con las sílabas «año»), pero es igualmente verdad que no hay que caer en su encelada maraña. La tristeza es contagiosa. Como la nostalgia, la melancolía o la mala leche… La realidad no hace sino aportarnos cada día nuevas ramas viejas , nuevas hojas marchitas a nuestro tronco, felizmente envejecido. Pero hay que podar. Quitar esa hojarasca. Y seguir siempre esperando la llegada de la próxima primavera. Porque, aún al más anciano y corroído de los troncos, » con la lluvia de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido».
LA FELICIDAD
Convendrás conmigo, amigo Antonio, que hay algo sumamente inquietante –a la manera huxleyana-, en el hecho mismo de preguntarnos, o de que nos pregunten tan a menudo si somos felices, y en qué medida, precisamente en este tiempo en que sobreabundan, junto con las mil y un encuestas y sondeos al respecto, los libros de autoayuda que nos explican el camino hacia la felicidad.
Desempolvo de mis archivos es cierto estudio elaborado por profesores de la escuela de negocios IESE y de la Anderson School of Management de la Universidad de California, allá por los inicios del presente siglo, donde se aúnan los dos vectores a los que aludes en tu entrada –dinero y felicidad-. Según la investigación del IESE, el dinero proporciona la felicidad siempre que se tengan en cuenta determinadas normas y algunos matices.
Cifra, por ejemplo, en 11.500 euros los ingresos mínimos necesarios para ser feliz. Con menos, el ser humano es obligadamente infeliz; con más, la felicidad puede complicarse pues el derroche o la insaciabilidad pueden arruinar los beneficios de la riqueza. Para corroborarlo, en la información sobre este estudio se cita un interesante análisis sobre los pobres ganadores de un gran premio que sólo experimentan un aumento de la felicidad el primer año pero luego, acostumbrados y acomodaticios, ya no sienten el goce de ser ricos e incluso pueden llegar a un sentimiento de fracaso. Lo mismo ocurre, gracias a la envidia, al comprar objetos de lujo; arrebatadores al principio, se convierten en pura bisutería si el vecino acaba de adquirir un objeto todavía más lujoso. La alegría es breve en casa del rico si de pronto descubre la presencia de otro más rico que él.
Ciertamente, relacionar felicidad y prosperidad económica me parece cuando menos peligroso. Tanto como las estadísticas que establecen una suerte de economía de la felicidad en función del nivel de renta de los países. Según otro estudio del mismo año -2001-, Islandia encabezaba entonces la lista de los países felices. Si esto sucedía siete años antes de la crisis que llevó al desastre a la “hermosa” isla solitaria, un sondeo paralelo señalaba que esa misma Islandia detentaba el más alto índice de suicidios en todo el mundo. Si ambos estudios, el de la felicidad y el del suicidio, llevan razón había que concluir que los islandeses son, simultáneamente, los más gozosos y los más tristes. Y esto sería un interesante descubrimiento.
Algo aproximado sucedía con los segundos en el ranking, los países nórdicos. Sus ciudadanos eran casi tan felices como los islandeses. Sin embargo, por los mismos días en que se hizo público el estudio se editó aquí la última novela del escritor finlandés Arto Paasilinna, Delicioso suicidio en grupo, en la que se habla de la obstinada inclinación de sus compatriotas a quitarse la vida. Como los islandeses, los finlandeses también pasarían a engrosar las filas de los que se sienten felices y desgraciados.
No hace falta remontarse al Polo Norte para observar dicha paradoja. Los españoles (grandes mentirosos al responder a las encuestas) se declaran también muy felices y otro tanto sin duda opinarían los barceloneses. Al menos eso es lo que opinan de la ciudad los extranjeros que se aprestan a hacer turismo en ella: Barcelona felix. Tal vez. No obstante, hace unos meses, me sorprendió leer, en La Vanguardia, un titular, a toda página, que anunciaba el suicidio como la causa primera de muerte en Barcelona. Casi nadie ha hablado de esto. Será que los catalanes son, como los islandeses, felices y suicidas al mismo tiempo. Los profesores que hagan el próximo estudio deberían tener en cuenta este enigma.
¿El dinero proporciona la felicidad? Quizá, quizá, quizá, como en la canción. A finales del siglo XIX circulaba por la literatura europea un cuento con varias versiones. Una de ellas relataba que un pobre burócrata se había hecho rico repentinamente por la intervención del genio de una botella. Disponía de un dinero que jamás hubiera soñado. Se hizo los mejores trajes y luego acudió a los mejores restaurantes. Entonces empezaron las dificultades. No entendía los complejos nombres de los platos ni tenía la menor idea del caldo que debía escoger en la voluminosa carta de vinos. Además, tenía la impresión de que todos se reían de él tomándolo por el nuevo rico que efectivamente era. Al repetirse la situación cada día era un suplicio. Hasta que llegó una noche en que, amenazándole con matarse, exigió al genio de la botella que lo restituyera a su antigua condición de pobre burócrata. No sabemos si lo logró.
Claro que hoy día las cosas serían diferentes y nuestro personaje ya no temería ser un advenedizo en un mundo en el que lo excepcional es no comportarse como un nuevo rico.
Buscar la felicidad en los bienes materiales, en la riqueza, en el consumo, nunca ha dejado de ser una falacia, pues el consumidor se consume a sí mismo, nunca está satisfecho, es insaciable y, por lo tanto, no es feliz.
Tal vez la felicidad sea vivir sin temor a perder lo que se tiene, vivir sin inquietud, como predicaban los autócratas dieciochescos que titulaban sus jardines con el nombre de Sans-Souci. Pero no en vano, el célebre Discurso de la Felicidad de Madame de Chatelet, el más bello y conmovedor de los discursos sobre la Felicidad del XVIII, coincide con el siglo en que se consolidó el individualismo moderno y con él la ambición personal de ser felices. Hasta el punto de que los padres fundadores de EE.UU., con Thomas Jefferson a la cabeza, incluyeron en su Declaración de Independencia el derecho a la búsqueda de la felicidad. Sin embargo, ¿no sostienen diversas teorías desde el estoicismo hasta el budismo que para soslayar el sufrimiento de la vida, el ser humano debe reducir al máximo sus aspiraciones? Si no esperas nada, no deseas nada, si no ambicionas nada, no hay frustración. A la luz de este razonamiento desolador pero sensato, me pregunto si al descubrir en el XVIII el moderno concepto de la felicidad los humanos descubrimos también nuestra desdicha.
Hace un par de meses vino a la biblioteca donde yo trabajo un africano, que no recuerdo exactamente de dónde es. Seguramente sera magrebí. Quería que le tradujera al euskera la frase: ‘Yo soy feliz’. Le repuse que en euskera no se usa esa expresión habitualmente. Nosotros decimos que estamos contentos.
– Pues entonces tradúceme ‘Estoy contento’ al euskera, por favor.
Y desde entonces viene a la biblioteca y, cuando me saluda, me dice: – Pozik nago. Y yo le entiendo.
Buenas Noches Antonio:
¡Cuánta satisfacción y alegría da, comenzar un nuevo año con el aire fresco y la luz de tus buenos artículos aunque los conceptos de Dinero y Felicidad resulten, casi siempre, antagónicos!
También a tí podemos aplicarte el calificativo de Máximo en muchos aspectos de tu vida, incluído el de la amistad sin duda, pero respecto de la citada encuesta de Gallup sobre «El Indice de la Felicidad», índice que por cierto muchas personalidades quieren incorporar ahora como elemento de medición – además del PIB – en nuestros países, cabría hacerse estas preguntas: ¿Qué parámetros deberían considerarse y qué importancia tendría c/uno en la elaboración final de ese indice? ¿Deberíamos tener en cuenta – además de la formación de cada encuestado – qué bienes materiales e inmateriales formarían parte del mismo? Etc. Etc.
Porque antes que declarar formalmente el «Día Internacional de la Felicidad», deberíamos ser capaces de medirla con sabiduría y ecuanimidad para que esa medida, luego, resulte aplicable a todos por igual.-
Pero aún así, amigo Antonio, no nos engañemos: Desde que fuimos expulsados del Paraíso (quizás por «intentar saber más de la cuenta, distinguiendo el bien del mal»), nuestra felicidad terrenal estará siempre condicionada por nuestra naturaleza humana y sus circunstancias.-
A tu amiga Elisabet Mas le comentaría que decir en Euskera, soy felíz y según me informaron se dice: «Zoriontsua naiz», pero como ella bien distingue, una cosa es ser o estar feliz y otra, ser o estar contento.-
Finalmente Antonio, en El Confidlencial de hoy (diaro que leo casi todos los días), las opiniones de Alberto Artero («S. McCoy») a quien tuve el gusto de conocer personalmente en Llanes allá por el mes de Octubre/2008, conjuntamente con el profesor Roberto Centeno, etc., las opiniones que hace de tu hija Ana, son dignas de un padre como tú: » De tal palo tal buena astilla»! Un abrazo