Alto cielo otoñal:
¡quien pudiera cabalgar
la nube blanca
Haiku de Nataumo Soseki
Música de Germán Díaz
Está si es una paradoja complicada, un imposible, un auténtico oxímoron. Necesitamos ser útiles, sentirnos útiles. Pero, al mismo tiempo, la utilidad de lo que hacemos se nos queda corta, muy corta. Lo inmediatamente útil nos ayuda a vivir, o para decirlo de una forma más apropiada, nos sirve para sobrevivir. El arte no es inmediatamente útil. No sirve para comer, no de forma inmediata al menos. No nos protege de las inclemencias del tiempo… Y sin embargo no dejamos de buscar en el arte y en la vida eso que nos falta, que no tiene precio, que no nos da de comer, ni riqueza, ni refugio, pero nos da vida, ilusión, misterio.
El profesor italiano Nuccio Ordine ha escrito un Manifiesto, cuyo título es el mismo que el de esta entrada, en el que habla de todas esas cosas que aparentemente no sirven para nada pero que son absolutamente imprescindibles para los individuos y para la sociedad. El libro, publicado por Acantilado, es excelente. Es de esos libros en los que uno encuentra lo que andaba buscando y no duda en recomendar a los amigos. A estas alturas de la vida, de la mía quiero decir, tendemos creer que ya casi todo es bastante inútil pero, después de leer a Ordine, me da por pensar que no es para tanto.
Vais a ver: os pido ahora que pulséis aquí. Después, sólo después, podéis seguir esta entrada. Germán Díaz es, para mí, el ejemplo paradigmático de lo quiero decir y de lo que busca Ordine con sus pensamientos y reflexiones. Está las nubes: esto no es una metáfora, es literal. Ya lo habréis comprobado, si me habéis hecho caso. Conocí a Germán hace ya unos cuantos años. Lo invitamos a uno de nuestros Aurrulaques (¿otro gesto inútil?). Me habló de él su tío, el músico y folclorista Joaquín Díaz. Aquel día vino en un taxi desde Galicia con su zanfona a cuestas, un instrumento muy particular, a darnos su música y su mágico desvarío. Vino a mostrarnos otra forma de ver las cosas, de disfrutar del paisaje y de sus sonidos. No había dormido apenas la noche anterior pero llegó sonriente y feliz de la vida. Todo lo que tuvimos que pagarle fue el taxi.
Ahora, ya veis, organiza un congreso sobre observadores de nubes. Así, de pronto, considero que nada podría ser más adecuado, en los insensatos tiempos que corren, que este congreso imposible. Mientras nos esforzamos en complicarnos la vida cada día, hay gente que se dedica a observar las nubes. Qué sabio es mi amigo Germán. Pero no creáis que, siendo como es, no tiene los pies sobre la tierra. Sabe buscarse la vida sin dejar de ser él, sin dejar de hacer lo que realmente le gusta, lo que le da gozo y distracción. No se dedica a la venta de iphones ni de tablets, pero es un mago vendiendo “capones da capo” y “pulardas euduvigis”. No tenéis más remedio que volver a pinchar, ahora aquí, para contemplar a estas aves en plena armonía con la naturaleza y escuchando conciertos de música barroca. El maíz ecológico y el arte singular del que disfrutan hacen de ellas un bocado exquisito para artistas e intelectuales. No os lo perdáis, pinchad donde los capones y se desarrollará ante vosotros un espectáculo estética y gastronómicamente excitante.
Observa nubes, cría capones, pulardas y hace mil cosas más con sensibilidad y gracia (aquí está su web), pero Germán Díaz es sobre todo un gran músico, ilustrado y culto. Le da por decir que a los únicos que nos gusta su música es a las pulardas y mí –por ese orden- pero eso no es más que una broma divertida de las suyas. Por hablar de lo que sé, he asistido a varios conciertos de zanfona de Germán, uno en la March, lleno de un público entusiasta y retransmitido por RNE (en su web podéis encontrar mil links de mil actuaciones suyas). Es un genio reconocido por un público selecto. Él lo sabe pero no le da importancia porque tiene una forma distinta de entender la vida. Distinta de la mayoría de la gente. Germán se deja llevar por la imaginación, por sus intuiciones, por sus ensoñaciones, no por el dinero, no por el interés personal, no por la utilidad práctica.
Me produce una envidia sana su curiosa y edificante forma de buscar la felicidad y transmitírsela a los demás. Me parece a mí que Germán, en su nube, tiene más riqueza vital y más alegría de vivir que todos aquellos que nos enfangamos cada día en la pelea por lo que entendemos que es útil para nuestra vida. Porque, como dijo Epicuro y Montaigne, y seguro que algunos más, no es lo que tenemos sino lo que disfrutamos lo que constituye nuestra abundancia, lo que nos lleva a la felicidad…
Y os dejo una nana deliciosa para que no dejéis de soñar. Es algo que nos regala Germán para terminar.
Yo quiero ser La Gallina Caponataaa!!!! Ya oí en la radio lo del Congreso de nubes Ahora aprendemos sus nombres y formas , a través de las mujeres del tiempo…. Qué hubiera dicho Mariano Medina!!! Lolilla Date: Mon, 29 Sep 2014 14:36:46 +0000 To: lolaberca@hotmail.com
La historia de Germán es una lección para todos aquellos que estamos inmersos en el día día en el mantra de la productividad, competitividad,… Como obsevador eventual de nubes, recomiendo su observación una tarde de domingo desde el tren que nos devuelve a la rutina de la semana. Tiene efectos inesperados!
Estoy de acuerdo en tus palabras Antonio. Muchas de esas cosas “inútiles” son al final lo que nos da la fuerza para seguir adelante y para sentirnos verdaderamente útiles. Gracias!!!
MIRA QUE ESTÁS EN LAS NUBES
“Incluso el cojín sobre el que está reclinada tiene unas protuberancias voluptuosas que nos recuerdan aquellas nubes positivamente indecentes por encima de las cuales los ángeles de Correggio le miran a uno desde la cúpula de la iglesia de Parma”.
Acerca de la Paulina Borghese esculpida por Cánova. Aldous Huxley, en “A lo largo del camino”•.
El Discurso sobre la Felicidad, de Madame de Châtelet, tal vez sea el más bello y conmovedor relato sentimental sobre la Francia del XVIII. Porque en este siglo se consolidó el individualismo moderno y, con él, la ambición personal de ser felices. El mundo ya no era un valle de lágrimas y la búsqueda individual de la felicidad la pasión amorosa adquirió un rango paralelo al de los grandes ideales revolucionarios, hasta el extremo de que Thomas Jefferson incluyó en la Declaración de Independencia norteamericana el “derecho a la búsqueda de la felicidad”.
Sin embargo, ¿no sostienen diversas teorías, desde el estoicismo hasta el budismo, que para soslayar el sufrimiento de la existencia el ser humano debe reducir al máximo sus aspiraciones? Si no esperas nada, nada te turba; si no ambicionas nada, no hay frustración.
Pienso, al hilo de todo ello, Antonio, en tu comentario sobre los Observadores de Nubes y Apacentadores de Capones da Capo y Pulardas eduvigis.
¿Madame de Châtelet o Bertrand Russell?
Quizá un poco de ambos. Dos siglos después de que la amante de Voltaire tradujera a Newton al francés, el gran filósofo de la ciencia inglés se preguntaba sobre las características del bienestar de un gato que se siente feliz por el simple hecho de estar acurrucado junto a la lumbre. Concluía que todos los humanos tenemos derecho a ese gozo animal. Lo que nos distingue es que nosotros, además tenemos la facultad de encender el brasero. Nuestro derecho a la felicidad, entonces, consistiría más bien en saber, precisamente, que nadie va a impedir que lo hagamos y que nadie nos obligará a hacerlo.
Cada cual alimenta el suyo, ciertamente. Unos a fuerza de codicia y ambición, otros desde el conocimiento, solo unos pocos –acaso los happy few de Dickens-, a través de la contemplación de un gato, de una pularda eduvigis, de un rebaño de nubes transeúntes. Así como estos últimos, y tal como lo expones tú mismo, pienso que hay un gran aprendizaje en lo aparentemente inútil. Más aún cuando eso aparentemente inútil remite a una tácita declaración de inconformismo, que incluye un acto de liberación. Se trata, entonces, de lo contrario de aquello que se consigue o se recibe en cumplimiento de un derecho, pues no brota de un convenio, ni está garantizado por una institución superior. Hablamos, por tanto, de un acto ético, volitivo, en cierta manera transgresor de los límites que nos son impuestos, y absolutamente individual, pues difícilmente se puede globalizar. Revelo ahora que el libro de Bertrand Russell donde habla de su gato se titula, precisamente, La conquista de la felicidad. Y lo hago, leyéndote, porque pienso que la verdadera felicidad es exactamente eso, una conquista.
Cierro los ojos y veo pasar las nubes. Hacerlo así, remite a un acto de fe. Luz en la oscuridad. Cielos hacia los que alza el vuelo una bandada de pulardas entre ángeles músicos que tocan viejas zampoñas. ¿Pueden volar las pulardas? Tanto como los poetas que viven en las nubes y aprenden de ellas. No sé quien decía que el ABC de la felicidad podía comenzar con las iniciales de tres filósofos como Aristóteles, Buda y Confucio. Ahora sabemos que el abecedario filosófico incluye la N de nubes, la P de pulardas y la Z de zampoñas. Todo comienza con ese acto de fe a favor de la inutilidad aparente, con ese pensamiento subversivo que nos cambia la vida. “En lo más profundo del invierno” –escribe Camus-, “finalmente aprendí que dentro de mí se encuentra un verano invencible”.
Queda en las antípodas del sentimentalismo de Madame de Châtelet, cerca de las pupilas del gato de Bertrand Russell, entre el plumaje de las pulardas de tu amigo Germán, encima y debajo de las nubes. Sin duda, otro mundo es posible, pero para llegar a él no es preciso hacer realidad la distopía de Un mundo feliz. Nos expulsaron del Paraíso por mordisquear una manzana. Sin embargo, ser feliz no tiene tanto que ver con la decisión de levantarse contra las prohibiciones como poder prescindir de todas ellas. Si Thoreau hubiera nacido en Galicia, algo me dice que su Walden pasaría por la granja Barreiros. Aunque, si la felicidad suprema es vivir sin temor a perder lo que se tiene y tener menos interés por uno mismo a cambio de adquirir conocimientos aparentemente inútiles, que no son otra cosa que la búsqueda de la verdad sin cuidarnos de lo que piensen los demás, no sé, quizá también podría llamarse Sans Souci y aceptar de vez en cuando la visita de una pularda dieciochesca llamada Émile de Châtelet. Bípedos implumes, tal vez no somos más, hasta que un día descubrimos que podemos volar sobre las nubes, al tiempo que decimos adiós a todo eso.
Gracias por este momento al visualizar el artículo y los comentarios precedentes especialmente el de Alvaro Bermejo .¡¡
No tengo palabras para el momento en que Germán lamenta el juicio negativo de sus capones por la versión de Luys de Milán que les pone.
Querido Antonio.
Me han emocionado mucho tus generosas reflexiones; se lo he enviado a mi padre para que lo leyera, y me ha dicho que parece que me conoces bien, aunque no logro adivinar si lo dice por lo de las nubes, lo del taxi, lo de las pulardas, o lo de inútil.
Esta mañana, se lo he leído en la cuadra a las pulardas mientras les daba el desayuno, y les ha encantado. Te puedes imaginar qué algarabía: que si cococó, que si kikiriquí, que si pío pío… menudo tiberio!
Creo que este año estarán riquísimas, con tanto piropo.
Recuerdo nítido el día que nos conocimos; yo bajé de un taxi, en efecto, pero recuerdo que tú venías de uno de tus largos viajes, tampoco habías dormido, y rebosabas alegría y palabras amables para todos los que participaron en aquel Aurrulaque. Y recuerdo también que después llamé a mi tío Joaquín -cosa excepcional- para agradecerle que, por su contacto, me hubiera dado la posibilidad de conocerte. He disfrutado y aprendido contigo, en nuestros breves encuentros, y descubrí que tu amistad es sincera aquel día que te perdí en Santiago de Compostela buscando en coche tu hotel, y casi nos aplasta una pala excavadora cuando me crucé de carril, pero no te bajaste del coche.
No olvides que los que vivimos en las nubes seguimos siempre la estela de cometas como tú.
Un beso muy grande y gracias por elegir para tus cavilaciones, entre tu vasta agenda, a este humilde granjero.
Despues de leer todo esto no me queda otra que citar al gran filosofo rapero dominicano Mozart la Para (1) que en su gran obra “Pa gozar” no dice otra cosa que:
¡Oye! olvídate de los problemas
que la vida se hizo pa gozar y mas na
y eso es lo que uno se lleva
beba conmigo …
La vida es una na mas
no le pares mente a na
a mi me dijeron que el que no bebe y goza
vive trabajando pa na.
Y ya no digo mas na, que habrá que aprovechar los últimos rayos de sol del otoño acariciando a mi viejo y perruno amigo, el gran Gaby.
(1) MOZART LA PARA – PA’ GOZAR (Video Official): http://youtu.be/2opJ0zB_8vQ
Gracias Jesus; sin tu gran filosofo rapero esta entrada se hubiera quedado incompleta. Me he bebido con él, con el rapero quiero decir, un güisky esta tarde de sabado en Cercedilla y no digo más “na” porque lo mismo lo estropeo.
Gracias por tu comentario.
Gracias a ti Antonio. Tu publicación me hizo valorar aún más si cabe la utilidad de lo inútil. Y en la próxima excursión busca unas nubes con forma de perros, serán tu Kira y mi Gaby que andan ya correteando por los cielos de la sierra.
http://bit.ly/1wK74mw
Gracias Gaby buen amigo, por tanto.
Observar nubes, difícil tarea. Habrá que clasificarlas, desgranar su textura, sus colores, sus formas. Aquella parece un elefante, esta una coliflor, junto a ellas hay un ciprés, no, un pez, no, mejor una espada.
Serán necesarias ciertas facultades. Ser paciente y ágil a la vez porque el viento las mueve con prisa como mueve el pelo, las hojas o las gaviotas.
¿Tendrán un nombre los observadores de nubes? Y si no lo tienen, habrá que buscarlo. Como un zahorí del cielo.
Recuerdo que de joven leí un cuento donde el protagonista era un zahorí. Corrí a buscar esa palabra de pronunciación tan dulce en el cuadrado diccionario.“Persona que se la atribuye la facultad de descubrir manantiales subterráneos”
A lo mejor mi futuro era ese, pensé. Recorrer el patio buscando el mar o el océano, corrientes escondidas, la boca de un pozo, el agua de un florero. Lo deseché por inútil. Bastaba con abrir el grifo de la ducha o esperar a octubre para tener a mi alcance toda el agua del mundo.
Luego pensé que los poetas también se enredan buscando palabras para conseguir la secuencia perfecta, bastaba de nuevo con la observación y el bolígrafo. Abandoné también esa idea “los poetas son personas tristes” me dijo mi mejor amigo “a nuestra edad tenemos que divertirnos”.
Quién me conoce sabe que me dediqué a los números.
El curso pasado mientras explicaba el concepto de número irracional (creo que irracional no es sinónimo de inútil) propuse a mis alumnos la siguiente actividad;
Esta tarde, les dije, después de la tarea, encended el ordenador, escribid “El número Pi” y entre sus interminables cifras tratad de encontrar un número que os parezca muy especial, anotadlo y contadme su historia.
Por ejemplo: vuestra edad, dos ochos seguidos, un código secreto, la matrícula del coche del vecino o como encontró la gran poeta Wislawa Szymborska, tu número de pie o la talla de tu camisa.
Antes de terminar la explicación un alumno rubio y pecoso me interrumpió diciendo:
“Profesor ¿Y eso para qué sirve?”. No me dio tiempo ni a enumerar las pecas de su nariz cuando le contesté: “Sinceramente Raúl, para nada”.
Aterrorizado se lo conté al orientador de mi centro, un hombre formal y algo serio. “Cristóbal, a esa edad hay que justificar muy bien las actividades que se proponen”
Le pregunté la edad, 53, me contestó y me dijo ¿Para qué quieres saberla? Para nada, para nada.
Me fui sonriendo. 53 es un número antipáticamente primo.
Al día siguiente Raúl improvisó, me trajo el 1415, el motivo era sencillo; este curso él tenía 13 años pero el año que viene cumplirá los 14 y el siguiente los 15.
Después de aquello mi alumno no se hizo más alto, ni más esbelto, ni más inteligente pero si algo más mentiroso. Miré su ficha y aún no había cumplido los 12.
Todo esto te lo cuento Antonio porque es tarde, el televisor está apagado, lo cuál lo ha convertido en un aparato inútil, en mi ventana no hay nubes que observar y es hora visitar ese enorme objeto útil y blanco que es mi cama.
Aunque antes de nada voy a echarle otro vistazo a la caravana de cifras del número Pi, lo haré despacio a ver si con suerte, por fin, encuentro el número de teléfono de mi persona amada.