“ En un bar para inducir y mantener el ensueño hay que tomar gin inglés: mi bebida preferida es el Dry Martini”
Luis Buñuel
“Mi último suspiro”
Tendré que hablar en algún momento de Felipe VI. Le conocí cuando era prácticamente un niño y me parece mentira verle convertido en Rey. Tendré que hablar de él y lo haré, pero prefiero esperar un poco. Si me paso la vida escribiendo de reyes y de coronas no sé qué podrían llegar a pensar mis lectores. Quizás que busco lo que no busco. No, mejor lo dejo para más tarde, para cuando se hayan pasado los fastos y se pueda mirar con algo más de reposo esta nueva época que comienza en la historia de España.
Ahora brindaré a su salud y a la salud de nuestros hijos con un buen Dry Martini. Es una bebida real, real de la realeza. Se dice que la Reina Madre de Inglaterra, que vivió más de cien años, se tomaba uno todas las mañanas. No sería por el Dry, pero quien sabe… No aspiro a vivir tanto pero siento una veneración especial por ese prodigio que te hace ver el mundo y sus circunstancias de una manera distinta. Es el rey de los cócteles y se merece, con todos los honores, una entrada de este blog que a veces se pone demasiado serio.
Tuve el privilegio de que fuera nada menos que Luis Buñuel quien me introdujera en el mundo del Dry Martini. Es un auténtico maestro en la materia: en la de beber y en la de vivir bien. Lo cuenta con gracia insuperable en su libro de memorias “Mi último suspiro”. Lo conocí en El Paular, en el corazón de la Sierra de Guadarrama. La Fundación Universidad-Empresa celebraba con frecuencia reuniones y seminarios en el Parador del Monasterio y Buñuel se solía retirar allí para pensar y trabajar. Estaba casi siempre acompañado de Jean-Claude Carriére, el guionista de muchas de sus películas, y no me atrevía a saludarle. Una mañana que estaba desayunado solo me armé de valor y me acerqué: “¿es usted periodista”, me preguntó. Cuando le dije que no me invitó a sentarme. Pronto descubrí que era un gran solitario que necesitaba compañía y durante el resto de los días que estuvimos en El Paular desayunamos juntos. Odiaba a los periodistas pero amaba la conversación y también, como pronto supe, el Dry Martini; “no deje de probarlo”, me dijo, “pero no aquí; trato de enseñarles pero los hacen muy mal”. Estaba mucho más sordo que yo y hablaba a gritos de forma que todos los que estaban en el comedor se enteraron de aquello. Me dio su propia forma de hacerlo y me recomendó ir a Chicote o al Hotel Plaza. Ya no sé donde tengo aquella “receta”, pero recuerdo que recomendaba que el Martini llegara a la botella de ginebra como un rayo de sol. En esto era exigente y meticuloso como nadie. Fernando Del Diego, antiguo empleado de Chicote que ahora tiene su propio bar “de copas” en la calle de la Reina de Madrid, ha contado que cuando no le agradaba el que le servían pagaba y se iba sin decir adiós, pero que si le gustaba se despedía haciendo grandes reverencias.
Me dejé llevar por la seducción de Buñuel, de su escritura libre, sin complejos ni ataduras, de su amor por los bares. Seguí su recomendación y yo también soy, desde hace tiempo, un buen amante del Dry Martini, de su sabor y de sus efectos. Y no soy un alcohólico, ya no puedo ni quiero. Tampoco pretendo vivir más tiempo del debido, del que me produzca satisfacción. El Dry Martini me ayuda a serenarme, cuando lo necesito. No vale a cualquier hora. Tiene su momento, y hay que aprender a descubrirlo. Si te equivocas, lo pagas caro. A veces lo buscas donde crees que lo tienen colocado en el altar de los cócteles y no lo encuentras –brindo a mis hijos la oportunidad de relatar aquí mis peleas en algunos restaurantes de alto copete cuando lo pedía y me servían una pócima- y otras veces te llevas la sorpresa de encontrarlo en el lugar más inesperado.
Tuve esa feliz sorpresa hace unas semanas en un bar de Villaviciosa de Asturias, junto con mi buen amigo Pablo Maojo. Él me dijo ven y verás lo que es bueno. El bar Soda 1917, que regentan Kike Rojo y su mujer Eva hubiera hecho las delicias de Buñuel: ambiente íntimo; todas las marcas de ginebra de whisky y de vodka imaginables y un Dry Martini que te puedes morir. Horas después, cuando viajaba en el Alvia de vuelta a Madrid, seguía bajo los efectos sobrenaturales del que me preparó Kike con la maestría de un mago y todo el ritual buñuelesco: vaso mezclador, copas y ginebra recién salidas del congelador (el hielo a unos veinte grados bajo cero exigía Buñuel) y luego el levísimo contacto del vermouth con la ginebra. El resultado, si todo va bien, es una bala de plata que, en vez de matarte, reanima tu corazón. Doy fe de ello.
Ay, Antonio, y yo que te tenía por un frívolo ragazzo dolcevitiano, un chico martini de esos que se arrugan el labio al paso del pulgar, la mirada entreverada tras sus rayban negras muy negras, y resulta que me ocultabas tu rango como sumo pontífice del goliárdico credo buñuelesco. De haberlo sabido, hubiera acudido con mitra y báculo al Del Diego aquel día que pudo ser el de mi iniciación bautismal en los misterios órficos del Dry Superdry. YA que esto va de anécdotas, te contaré cómo fue mi primer Dry en una iniciación paralela. Acudía yo, desde San Sebastián y en compañía de Ernest Lluch, a un debate de los de antes en ETB. Antes de proceder nos invitaron a un opíparo almuerzo, ya no recuerdo dónde, si en el Ercilla o en el Carlton. Y yo, por postularme muy a tono con las circunstancias, me pedí un DM para empezar, al que siguieron otro y otro, no más de tres. En fin, con decirte que la tertulia política en vivo y en directo derivó en un apasionado debate sobre las posibilidades decididamente etílicas de que la Real Sociedad ganara la Copa de Europa ese año, creo que te lo digo todo. No obstante -añado en mi descargo-, batimos todos los records de audiencia de la cadena autonómica ese año. Dicho todo lo cual, el que avisa no es traidor, creo que voy a enviar tu entrada al simposio eleusino que celebrarán Dragó y los suyos dentro de un par de semanas en Castilfrío, que no por nada responde al epígrafe de El Don de la Ebriedad.
Por cierto, y al margen de la etimologia de la palabra -( cóctel > cocktail > Cola de gallo), la mezcolanza de hielo, ginebra y martini, ¿admitirá alguna lectura subliminal vinculada a tu Oficio de Unir?
Querido Antonio.
Leo en tu blog, que me ha parecido no bueno, sino exquisito, la siguiente frase: “recuerdo que recomendaba que el Martini llegara a la botella de ginebra como un rayo de sol”.
Deduzco de ello que crees, como la mayoría de la humanidad, por cierto, que el “dry martini” se llama de esa forma porque es un mezcla de ginebra y vermut Martini (éste en ínfimas proporciones como bien apuntabais Buñuel y tú).
Hay abundantes teorías sobre el nacimiento y la denominación de tan estimulante aperitivo (del que también soy devoto), pero la que creo más sólida indica que nació en el bar del Waldorf de Nueva York y que el barman que lo inventó se llamaba de apellido Martini.
En lo que coincide la mayoría de los opinantes es en que, desde luego, el nombre del cocktail no viene de la marca comercial turinesa, y que el “inventor” de la mezcla usó otro vermut. En esto la teoría que predomina (también hay varias) es la de que se utilizó el vermut francés (de cerca de Montpellier) “Noilly Prat”.
No estoy dispuesto a defender ninguna tesis al respecto, pero por lo que sé, creo firmemente que en el nacimiento del “dry martini” no intervino el afamado vermut blanco de la casa Martini & Rossi, tan consumido los domingos por los matrimonios rurales, al salir de misa, acompañado de unas insufribles gambas cocidas a las que si les quitas la cáscara y la sal se quedan en ná.
Precioso tu texto, de verdad.
Un abrazo.
Canel
¡Qué buen artículo Antonio!
Yo también he tenido la suerte de compartir contigo un par de Dry Martinis en dos bares, con dos camareros, servidos en dos copas distintas. Probablemente el intervalo de tiempo que separó nuestros encuentros hizo que hallases a un Cristóbal distinto.
En ambas ocasiones tu comentario fue el mismo “Este Dry Martini no es el auténtico”. “Tienes toda la razón” respondí sin pensarlo con mi estilo repulido y bienqueda que ya conoces. Sabes perfectamente que fui incapaz de encontrar el detalle que los convirtió en mediocres !Pues a mí me gustan! pensé pero no dije.
La primera vez que tomé un Dry Martini fue en Escocia. Era septiembre y antes de que mi habitación se llenase con los apacibles olores de libro de texto nuevo tomé mi maleta sin ruedas, mi little english y viajé para visitar a una amiga a Glasgow. Entonces no había erasmus, los lucentinos nacíamos en Lucena, los chinos en China y los escoceses en Escocia.
Los padres de mi amiga, unos anfitriones excelentes, organizaron una cena de bienvenida. Recuerdo a una mujer alta, huesuda, de ojos azules y pelo canoso que apareció con paso sereno en el salón de su casa. Portaba, con la misma naturalidad que un mochilero lleva una mochila, un Dry Martini en la mano. Al minuto me ofreció otro como aperitivo. “You are welcome” dijo mientas colocaba la aceituna y extendía amablemente su alargado brazo.
Nunca he sido bueno para acertar las edades ocultas de las mujeres y mucho menos de las extranjeras, supongo que superaba con gracia los cincuenta. La imagen de un despeinado quinceañero andaluz y esa elegante señora forma parte de mis gratos recuerdos.
No entendía nada, del cóctel solo distinguí el sabor de la aceituna sin anchoa. Recuerdo que al probarlo me produjo la misma tos que cuando le di la primera calada a un cigarro. Mi estómago, en su idioma, bramó varias barbaridades, pero ese brebaje hizo que en mi mente se instalase una nubosidad sumamente agradable.
Las zanahorias, los guisantes, las patatas hervidas y el roastbeef que sirvieron como cena adquirieron entonces el sabor del puchero de mi madre.
Las bebidas, el perfume de colonia barata o cara, las melodías por muy lejanas que se escuchen, tienen su sitio y su momento. Una primera vez a la que acudimos siempre que nos lo requiere la memoria.
El lugar de mis Dry Martinis transparentes, brillantes, imperfectos lo tengo compartido entre Glasgow y Madrid.
Brindemos Antonio, como buenos bebedores y disfrutones (como tú bien dices, no como alcohólicos).
Brindemos con el aire cinematográfico del Dry Martini, con el alma festiva del Mojito, con el corazón andaluz de la mistela (mezcla de almendra, anís, azúcar y otros condimentos). Un amigo la elabora con tanta armonía que me salvó de mi primer desánimo.
Espero poder juntarnos pronto. Si ese día encontramos un Dry Martini y tú comentas ¡Está sublime! será justo el momento de cambiarnos al rojo Bloody Mary.
Qué bien escribes Antonio. Da gusto leer tu blog a primera hora de la mañana, aunque no tenga en la mano un Dry Martini!!!
gracias Javier y un fuerte abrazo antonio
Date: Thu, 10 Jul 2014 07:08:40 +0000 To: asdemiera@hotmail.com
Efectivamente. De cada 10 Dry Martinis que se ha pedido en mi presencia, 9,5 le han parecido imperfectos.
Y digo imperfectos. Porque de esos 9,5, aproximadamente 6,5 le parecen pésimos. Y los 3 restantes , mal hechos. Pero todos ellos con algo en común: exceso de Martini.
En el primer caso, su queja –o mejor llamémosle sublevación- comienza preguntando al camarero cuál ha sido su fórmula. Va seguida de una explicación de la receta correcta, alguna citas o referencias históricas al Dry Martini (Canel, a partir de ahora incluirá seguro los nuevos datos que le has aportado), y en muchos de los casos, de un ofrecimiento de hacer él mismo un nuevo Dry Martini. Cuando el camarero no solo no acepta , sino que aparece con uno nuevo, es difícil que mi padre tome el segundo por bueno. Generalmente le sigue pareciendo pésimo, o, si tiene un buen día, pasa a considerarlo del segundo grupo (los mal hechos), y se lo bebe. Y en los casos en los que se levanta al bar y lo hace él, claro está, le parece perfecto. Es común, en estas ocasiones, que le anime o incluso obligue al camarero a probarlo para demostrarle el verdadero sabor de un Dry Martini.
En el segundo caso, el de los que le parecen mal hechos (incluyo aquí uno que se pidió precisamente en el Waldorf Astoria), nada más probarlo, suele llamar al camarero, explicarle que se ha pasado de Martini pero que está bebible, y quedarse con la copa. Siempre acompañada de una conversación que gira en torno a lo difícil que es encontrar lugares donde hagan un buen Dry Martini.
¿Por qué mi padre, que los que le conocemos sabemos que no ha sido una persona exigente con la comida, ni con otras bebidas, ni con la vida en general, lo es con el Dry Martini? ¿Por qué he llegado a pensar, avergonzada en muchos casos, que mi padre era un verdadero snob del Dry Martini? ¿Por qué mi padre NUNCA se ha hecho un Dry Martini en casa, con lo bien que en teoría se sabe su “receta” y con lo mucho que le gusta?
Todos tenemos nuestro Ítaca. Y el Dry Martini perfecto, es el suyo.
Gracias Ana;
yo ya sabía que era un autentico broncas en ese importante asunto de los Martinis, pero lo que no me podía imaginar es que me hubiera atrevido a armar la gresca. me imagino que en un inglés deleznable. en el Waldorf Astoria de Nueva York.
Y lo malo es que no cambio: la última fue hace tan solo unos días en una terraza de Almagro en presencia de tu madre y de Gonzalo. !!Ni siquiera me sirvieron el Dry en la copa cónica que forma parte del mito!!
Si no hubierta sido porque tu hermano me llamó al orden, habría podido asesinar al rumano que insistia en que esa copa horrible en la que me sirvieron el pretendido Martini era la adecuada.
Es inadmisible Ana y mientras tenga alientos seguiré luchando por la perfección de esa obra de arte que como tu bien dices yo no hago nunca !!como me iba a atrever!! pero que exijo que los demás hagan siguiendo las pautas de mi maestro Buñuel.
Espero que tu comentario anime a alguno otro del grupo familiar a echar su cuarto de espadas. El tema lo merece.
Me gustó tanto tu artículo en el blog que de solo leerlo creo haber hecho méritos para un rico DRY!!! Eché en falta sin embargo, una palabrita sobre esos -que yo creí maravillosos- que tomamos en aquel lindo hotelito boutique en Bogotá hace ya 15 años! Se dice pronto, pero están clavaditos en la memoria. “Fishing for compliments” bss
Pues aquí tienes tus “compliments ” Leonor. Primero para aquel “lindo hotelito boutique” de Bogotá: no es como bien sabes la primera vez que lo hago pero pienso que es ésta una buena ocasión de recordar aquel hotel maravilloso al que nos llevaste con motivo de alguno de los Encuentros iberoamericanos que celebramos en tu país. Si mal no recuerdo se había construido uniendo varios edificios antiguos y el resultado era en general de una extraordinaria belleza y originalidad. Pero la joya de aquella corona bogotana era sin duda el bar; un bar “inglés” que es como deben de ser para mi los bares, tranquilo y bien amueblado, con una barra de madera noble -no sé mucho de maderas pero así me lo parecía- y, con una explendida y rica botillería. Un bar que hubiera hecho las delicias de Buñuel. Lo del maravilloso dry martini venía de “soi”: los recuerdo Leonor como si los estuviera saboreando esta misma tarde. De los mejores que he tomado en mi vida y además en Colombia y además con Leonor Esguerra después del baño turco. La “bomba” como decimos los castizos. Gracias por tu comentario. .
Date: Mon, 14 Jul 2014 13:33:19 +0000 To: asdemiera@hotmail.com
Me ha encantado y subrayo lo leído. Menos perdida de tiempo intentando encontrar arcas perdidos y pongamos a Indiana Jones a la búsqueda del Dry Martini perdido.