Todos sabemos que una vida humana vale más que la vida de un pájaro, pero ¿vale más mi pequeña y triste vida que toda una especie?
J Franzen
Una simple frase, dejada caer sin mayor intención y quizás un poco alegremente, en mi última entrada, ha dado lugar a un debate sobre el tema de la naturaleza y de la ecología que espero haya interesado a los seguidores de este blog.
Pranjal Raduah, el emprendedor social al que dedicaba mi escrito, me había hablado con entusiasmo y con cierta preocupación de la rica biodiversidad de la zona del nordeste de la India en la que vive y trabaja. Eso es lo que intenté trasladar al lector al decir que el escenario en el que Pranjal se movía para detener el éxodo masivo de los agricultores de su región era: “de gran belleza, pero también de gran fragilidad”. No imaginaba que esa afirmación aparentemente inocua, fuera a provocar la reacción enérgica y, al menos formalmente, airada, de un atento e inteligente lector de estos escritos: “¿Cómo que algo de la naturaleza es frágil? Nada lo es en la naturaleza”. A partir de ahí Canel, que de él se trata, hacía patente su desacuerdo con los “ecologistas” y, en general, con los que “hacen bandera de su amor por la naturaleza” y se creen con derecho a tomar decisiones para su protección. Bueno, pues lo mismo estoy yo ahí metido, pensé, o quizás no, quien sabe, porque la verdad es que no sé si soy propiamente un ecologista.
Desde luego he hecho profesión de mi amor por la naturaleza y me posicioné claramente “A favor del Guadarrama” en un libro que publiqué hace ya algún tiempo y sigo haciéndolo en los últimos años al defender el Parque Nacional en mis artículos de ABC (él más reciente sobre el Patronato del Parque). Es decir, he tomado partido, aún sabiendo que el significado de “estar a favor del Guadarrama” no es tan obvio como pudiera parecer. ¿Quién puede estar en contra del Guadarrama?, me podría decir con toda razón Canel… En realidad, estoy a favor de una “forma” de entender, de contemplar, de vivir nuestra Sierra y creo que tengo todo el derecho del mundo a defenderla. Dejo de lado la “forma” personal, la sentimental, la de cada uno (que también es importante) y me quedo, por ahora, con una “forma” de entender el paisaje que quisiera que fuera universal, o que, al menos, tendiera a serlo. En eso sí estoy comprometido.
Es muy probable que cuando el ministro Sánchez Bella proyectó construir un Parador de turismo en la carretera de la Republica, es decir, pegado a los Siete Picos, pensaba que hacía algo bueno por el Guadarrama. Entonces puse el grito en el cielo en el pregón que pronuncié en la fiestas de Cercedilla en 1975. Eran dos formas radicalmente diferentes de entender la relación que debemos de mantener con el entorno natural y el “desarrollo” humano.
Afortunadamente se impuso el buen sentido y el Parador quedó en el olvido, pero no otros proyectos, relacionados, la mayoría, con el maldito ladrillo, que fueron deteriorando paulatinamente el paisaje serrano. He hecho lo que he podido para evitar algunas tropelías pero no me considero talibán ni siquiera, ya lo dije, estoy seguro de ser ecologista. Como escribió Pessoa “no tengo filosofía ni conocimientos, tengo sentidos”, y si hablo de naturaleza no es porque sepa lo que es (¿quién lo sabe?), sino porque la amo, nací en ella, la he percibido. Eso es todo, mucho en algún sentido, pero poco para discutir con seriedad y rigor de estos asuntos. Por eso he pedido a mis “maestros” que intervinieran en este debate y ahí están sus opiniones.
Estoy de acuerdo con Canel cuando abomina de los talibanes y los inquisidores. Yo también abomino de ellos e incluso he sufrido sus intemperancias en alguna ocasión. Pero tenemos que empezar a asimilar un buen número de “verdades incómodas”. La naturaleza no es frágil, lo es el hombre y su conciencia, su mala conciencia. Debemos de protegernos de nosotros mismos. Nos va mucho en ello. Porque también somos naturaleza, parte de ella. Porque el futuro de nuestros hijos es también el nuestro, y, en ocasiones, sin darnos cuenta, lo hipotecamos malamente por falta de perspectiva. No vamos más lejos de eso. No podemos hacerlo. No te preocupes Canel, fuera de la ecología, de moda o no de moda, sí que hay salvación. Pero dentro también: la verdad es siempre la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Y en medio de las hojarascas de las ideologías y de los intereses, más allá de los árboles que no nos dejan ver el bosque, deberíamos de ser capaces de reconocer y asimilar esas “verdades incómodas” sobre el daño real que nos estamos infringiendo a nosotros mismos. Todo es cuestión de sensibilidad, de sentido común y de buena voluntad.
Gracias Antonio por tus comentarios.
Tengo 55 años. Cuando nací en el 58 sobre la tierra apenas vivián 3 mil millones de personas, en la actualidad 55 años despues ya somos mas de 7 mil. Increible pero bastante más del doble en una sola generación, pero sobre todo con un poder de transformación y alteración del medio que se ha multiplicado mucho más del doble. Ahora hay tuneladoras cuando en el 58 aún la mayoría de las grandes obras en España se hacían a pico y pala.
Por suerte viajo mucho y veo, interpreto y saco conclusiones de lo que observo en distintas partes del mundo. Quizás en Madrid existan personas que puedan permitirse el lujo de no ser ecologistas. Vivimos muy bien y no tenemos la presión directa de los problemas que está generando el deterioro de nuestro planeta debido al incontrolado amor por el crecimiento económico ilimitado en un mundo que es finito y limitado.
Solo por poner un ejemplo: el verano pasado pude estar con una ong española en Madagascar, país de los más pobres del planeta en el que más del 70% de la población esta por debajo del indice de pobreza. En este país -algo más grande que España- aún la madera es la base de las principales actividades: cocinar, calentarse, construir casas, incluso carretas para desplazarse. Solo les queda un 15% del bosque original y al ritmo actual de deforestación, es un país -que como titulo en mis conferencias- se convertirá en pocos años “en la nueva isla de Pascua”. Madagascar en la última década aplicó todos los dictámenes que le planteó el Banco Mundia y vendió todos sus recursos princpales a las grandes compañias internacionales.
Soy ecológo como dice Eduardo y ecologísta. Veo dificil ser ecológo sin tener una actitud ecologista ante la evolución que solo en nuestra generación estamos viendo en la Biosfera. Quizás no sea un ecológo radical pues apuesto por la educación como forma de sensibilizar a las personas sobre la necesidad de introducir cambios en nuestra forma de vida. Una cosa son las ideas y otra las estrategias necesarias para desarrollarlas y difundirlas. Uno puede estar muy convencido de sus ideas y no por ello es un talibán. Por supuesto que hay distintos caminos para alcanzar una meta y unos son mas suaves y prudente y otros quizás mas complejos y radicales. Cada uno es libre de elegir la mejor estrategia de cambio. Pero el no ser ecologista, no moverse y no sensibilizar a la sociedad actual sobre los efectos de nuestro modelo de desarrollo es jugar a la ruleta rusa. Con la ventaja de que nuestra generación juega sabiendo que la cámara de la pistola en estos momentos esta vacía y estamos dejando a nuestros hijos y nietos que jueguen cuando apenas quedan opciones para alojar la bala.
Magnífica respuesta, Antonio, pese a lo sorprendente del malentendido. ¿Soy ecologista?, te preguntas. ¿Pero es que a estas alturas del siglo XXI cabe alguna posibilidad de no serlo? Abundando en lo que apunta Javier Benayas -tengo más o menos su edad-, a veces me acuerdo de esa estupenda colección de libros de divulgación que editó RTVE a finales de los 70 o por ahí. Uno de sus títulos se titulaba ¿Qué es la ecología?, y la pregunta, entonces, no estaba de más: apenas nadie manejaba ese “palabro”, y conceptos como “biotopo”, “ecosistema” o “biodiversidasd” no figuraban en el diccionario. Medio siglo después forman parte de nuestro lenguaje habitual, aunque entiendo que pueden caber matices en su aceptación. Ciertamente, hay un ecologismo extremo que linda con el adamismo rusoniano y que tiende a ser objeto de ataques más o menos viscerales de aquellos que, por razones que no vienen a cuento, encuentran un fácil recurso para elevar la anécdota a categoría y confundir el todo con la parte. Tu entrada anterior, como esta, no podía ser más ponderada. Defiendes lo evidente, no necesitas justificarte. Celebro que lo hagas, sin embargo, pues pienso que cada palabra en favor de una mayor concienciación naturalista obra en beneficio de este país donde lo natural es posar de castizo neodarwiniano -“laissez faire, laissez passer”, destruyamos el planeta, seguro que se regenerará-. Por lo que sabemos, millones de años atrás también hubo vida en Marte y en Júpiter, y, sin salir del nuestro, el Sahara era un bosque tropical. Recuerdo un viaje a través del Gran Erg argelino donde recogí una mochila de pedruscos… que no eran otra cosa que madera fosilizada, del tiempo de los dinosaurios. El Sahara no se regeneró -al contrario, sigue avanzando, en paralelo a la desertización global-, aunque doy fe que los dinosaurios han vuelto.
Por terminar y con relación a tu pregunta inicial, se me ocurre cerrarla con unas palabras de otro neodarwiniano que defendía el equilibrio natural -no hay más que ver cómo amaba las florestas de El Pardo-, y la discreción ciudadana a todas las escalas. Cuando uno de sus allegados le hizo saber que vivía en un mar de dudas y que no sabía que hacer, respondió con unas palabras antológicas: “Haga como yo, no se meta en política”. Lástima que no recuerde el nombre de aquel profeta visionario que, a cambio de no meternos en política, nos regaló cuarenta inefables años de paz …y de equilibrio medioambiental.
Querido padre,
Me ha sorprendido esta entrada tuya, pues creo que por el afán de no crear enemigos, no te mojas. Y te tienes que mojar, por mucho que a Canel no le guste. Claro que eres ecologista! ¿Cómo no vas a serlo? ¿Cómo no vamos a serlo? Un ecologista que ha creado la Asociación Amigos del Guadarrama. Que ha creado en change.org una petición para recuperar el tranvía del Guadarrama http://www.change.org/es/peticiones/salvemos-el-tranv%C3%ADa-el%C3%A9ctrico-del-guadarrama que va a llegar a las 20.000 firmas. Pero sobre todo, un ecologista que has logrado que tus hijos amemos, respetemos, protejamos y anhelemos la naturaleza. Si, esa naturaleza que necesita nuestro cuidado, porque, entre otras cosas, si no nos dejará sin aire que respirar, sin peces “de verdad” que comer.
Yo también te considero un auténtico ecologista Antonio, tan sólo tienes que ver tus pasos y tu huella dejada en este Guadarrama. No tengas miedo a proclamarlo porque, aunque es un término que muchas veces se ha manipulado, en el fondo es lo que nos queda si queremos que esto no vaya a peor. Tu familia ya te lo reconoce y nosotros también!!!
UNA NOTA PREVIA: Me he visto obligado a dar respuesta tanto a tirios como a troyanos, con lo que me ha salido un rollo demasiado largo. Si me das tu permiso, lo incluiré en tu blog en 3 entregas, en días alternos, para no hacerme demasiado pesado.
ANTE TIRIOS Y TROYANOS (I)
Bueno, Antonio. Yo creo que por los “viajes” que me han echado tus corresponsales de forma explícita o entre líneas, me he ganado un hueco en tu blog mientras dure este debate.
Proclamar que se ama a los animales, o a la naturaleza, o al entorno paisajístico, es algo tan saduceo como lo del “No a la guerra”. ¿Es que hemos conocido a alguien que diga “sí a la guerra” (los que menos, claro, los militares, porque son los que palman en ella)? Y, como tú muy bien indicas ¿A alguien que diga que odia a la naturaleza?
Como suele ocurrir, el problema está en la palabra. ¿Qué es ser ecologista?
A mí me dan igual los ecologistas, pero no me gustan los “ecologistas” que regañan a los que no lo son (si es que, como digo, hay alguien que no lo sea). Porque a quien regañan, como el marido celoso, es a quien no ama de la única forma en que ellos conciben el amor por el entorno.
Ese es el “ecologista” que, voy a ver si esta vez la boutade me sale menos espesa, me incita a echarme mano a la pistolera.
Me parece muy bien que un tío crea que su forma de amar a la naturaleza es la mejor (si no, claro, se buscaría otra), pero, desde el punto de vista exclusivamente de la honradez intelectual, ha de admitir (y si no lo admite él mismo se califica) que hay otras formas de amar diferentes a la suya y que (para admitir eso hay que ser un buen demócrata), a lo mejor, sólo a lo mejor, la otra puede ser la buena.
El caso del parador de Cercedilla es paradigmático. ¿Qué pretendía el ministro cuando intentó establecer un parador en Guadarrama? ¿Cargarse el futuro Parque Natural? ¿De verdad alguien cree que Sánchez Bella odiaba a la naturaleza? ¿O que un día se levantó y le dijo a su señora: “Cari, hoy tengo un poco de prisa porque se me ha ocurrido cargarme 850 pinos de la Sierra”? No; supongo que todos estamos de acuerdo en que lo que hizo fue hacer prevalecer el amor al turismo (o a la economía española), sobre el amor a la naturaleza.
Bueno. Hemos quedado muy contentos porque se salvó el entorno de Cercedilla. Tú mismo dices, textualmente, que “se impuso el buen sentido” sin que yo haya percibido muy bien (ni tú lo has explicado; simplemente lo has expuesto como un axioma) por qué hay más “buen sentido” en una posición que en la contraria. Muy bien. Pero ¿Quién nos dice que, levantando el parador, no se hubiese obtenido un excedente económico (aunque probablemente hubiese arruinado el futuro Parque de Guadarrama) con el que se hubiesen contratado equipos de prevención de incendios forestales, y así nos hubiésemos ahorrado el dramón de ver arder centenares o miles de hectáreas de bosque?
Yo lo único que digo es que ignoro si el resultado de la acción del hombre en el sentido en que propone un ecologista va a ser positivo o negativo para la naturaleza. La misma ignorancia sufro con el resultado de las acciones propuestas por un no proteccionista. La diferencia entre el “ecologista” y el que no lo es (los que no lo somos) radica en que el primero tiene la certeza de que lo que él hace es lo adecuado y, además, por usar una expresión ya usada por mí, me lo tira a la cara.
Esto es, simplemente, irracional e injusto. Mi opinión, una vez muerto aquel profeta visionario cuyo nombre incomprensiblemente no recuerda Álvaro Bermejo, es exactamente igual de valiosa que la de Milikito, Curro Romero, la suegra de Rafaela Aparicio o el mismísimo Álvaro Bermejo. Y, si no es así, si hay opiniones mejores que la mía, ruego al último de los mencionados que me informe sobre dónde se puede sacar uno la licenciatura en “Tenerrazón” (por ahora no aspiro al doctorado). Creía yo que quien concedía esos títulos pudría desde hace 38 años (¡Que tiene bemoles que aún le citemos!) en el Valle de Cuelgamuros.
Por si no me he explicado bien, repetiré que, una vez muerto Franco, todas las opiniones son igual de valiosas. Sólo las hace diferentes el resultado obtenido al llevarlas a la práctica y, claro, en el caso de la ecología, si se aplica una no se pueden aplicar las demás alternatovas, con lo que se pueden hacer prospecciones o ucronías, pero no comparaciones.
Dices, dilecto Antonio, algo que para mí es clave. Escribes textualmente que “en ocasiones, sin darnos cuenta, lo hipotecamos [el futuro] malamente por falta de perspectiva. No vamos más lejos de eso. No podemos hacerlo”.
Esa y no otra es mi tesis. En este ámbito de la actividad ecológica, hipotecamos nuestro futuro tomemos la decisión que tomemos. “Tanto si decidimos construir un edificio de doce plantas junto a la playa de Laredo como si decidimos no hacerlo, los efectos serán bastante duraderos pero, como muy bien afirmas, el problema, el quid, está en la falta de perspectiva; pero el “ecologista” está fuertemente instalado, como la Virgen sobre su columna, no sólo en que la razón le asiste, sino que se desenvuelve como si el otro, el que no piensa como él, el que duda, no sólo está equivocado, sino que es un hijoputa que actúa adrede con maldad e inquina contra la naturaleza.
Eso, como digo, es clave. En mi opinión, la postura del ecologista racional debe ser la de quien está a favor de cierta actitud porque cree que es la adecuada (no porque se la diga Greenpeace, por favor), pero, al mismo tiempo, debe actuar con la generosidad intelectual de saber que se está arriesgando a “meter la pata” por no tener razón.
Dos cosas más dirigidas a ti, Antonio. La primera es decirte que tal vez no tengas razón y sea cierta mi preocupación de que extramuros de la ecología no hay salvación; el tono de alguna de las intervenciones de este debate, me hace pensar en que, dolorosamente, temo llevar razón.
La segunda es que tratándose de mí (que es el caso que mejor conozco), yo tengo bastante asimiladas esas que llamas “verdades incómodas”. Lo que me temo es que al otro lado del mostrador intelectual, no ocurre lo mismo. Podría poner un centenar de casos que avalan mi opinión, pero yo creo que, para los “ecologistas”, debió ser doloroso el que, tal y como yo anuncié a la semana siguiente del hundimiento del “Prestige”, los efectos graves (no digo los pequeñajos) sobre los moluscos gallegos habrían vuelto a sus niveles habituales antes de tres años. Tres cuartos de lo mismo ocurrió con el incendio de Abantos de 1999; aunque ardieron cerca de 200.000 árboles yo pronostiqué que todo volvería a su cauce en menos de cinco años (porfa; si alguien me va a responder, que no me cambie de conversación, yo hablo sólo de pronósticos, no de problemas de reforestación). En ambos casos los “ecologistas”, habían profetizado décadas, repito, DÉCADAS, sufriendo las crudelísimas consecuencias de ambos desastres medioambientales. Me parece a mí que son esos “ecologistas” quienes no han asumido la “incómoda verdad” de que también se equivocan (no quiero ni pensar que mienten, aunque, como me conoces, sabes que lo pienso), al menos no les he oído ni leído una sola palinodia. Se equivocaron (cosa que les puede ocurrir, para su sorpresa, incluso a ellos); así de fácil.
En efecto, Antonio, todo es cuestión de sensibilidad y de sentido común, pero sobre todo, como muy bien dices, de buena voluntad.
Continuará.
ANTE TIRIOS Y TROYANOS (II)
Y ahora voy a comentar algo de lo que dice Javier Benayas. Escribe, textualmente, que “quizás en Madrid existan personas que puedan permitirse el lujo de no ser ecologistas”.
Yo no digo que no sea cierto lo que él dice, máxime si antepone un magnífico “quizás” que, en mi opinión, debería obligatoriamente presidir la línea de pensamiento de todo hombre inteligente (sobre todo desde Descartes hacia acá), pero me gustaría que se releyese también la frase exactamente igual aunque eliminando solo dos letras: “quizás en Madrid existan personas que puedan permitirse el lujo de ser ecologistas”.
Verás. Si yo voy a una tribu inuit y digo que hay que dejar de matar ballenas (o matar menos, o matar solo las de un tipo concreto), que no le quepa la menor duda a Javier Benayas que el inuit me contestará:
“¿Usted es de Madrid, verdad? Lo digo porque si usted viviese en el Gran Norte (como llamaba Jack London a aquellas gélidas tierras) no me diría eso. Los esquimales tenemos hambre, vivimos de las ballenas y no podemos permitirnos el lujo de dejar de cazarlas; de ser ecologistas”.
La limitación a la caza de ballenas por los inuit, que utilizan el mismo sistema que hace un porrón de siglos (ergo su escaso poder de esquilmación [palabra ya aprobada por la RAE y que aparecerá en la próxima edición de su Diccionario de la lengua] está sobradamente demostrado), ya ha producido los primeros efectos: al parecer, en los núcleos de población árticos, ahora no es difícil ver a inuits inmigrados viviendo como “homeless”.
Pero bueno, no quería referirme al dilema hombrepobre vs. ballenaviva, que supongo que es opinable por muchas razones (aunque Azaña lo tenía claro: más vale la vida de un sindicalista que todas las iglesias de Madrid). Yo a lo que quería referirme es a que el pueblo esquimal ribereño del ártico es titular de una cultura (tan bella que, por ejemplo, incluye un rito funerario cada vez que muere un animal que, indefectiblemente, irá a un paraíso) que las limitaciones en la caza de ballenas ha puesto en trance de desaparecer. Bueno, lo primero que ya ha estado a punto de desaparecer ha sido la propia raza (como el urogallo, vamos); de manera que las autoridades de Quebec hace como unos 10 años tuvieron que crear una reserva para facilitar la supervivencia de los indígenas.
Si tú, Antonio, y yo contigo, consideras que la protección de la naturaleza ampara no sólo a los árboles, a los linces o a los montes, sino también a algo tan inmaterial como es la belleza paisajística, no dudo de que incluirás también a las culturas humanas en sus diversas formas como bien a proteger por el ecologista de verdad.
No, no. Lo que es fácil es ser ecologista en Madrid. Dígale usted a un señor que se levantaba a las 3 de la mañana e iba con el azadón al hombro a tres kilómetros de su casa a regar su maizal, que no debía usar las semillas manipuladas de ciclo corto que le producían dos cosechas al año en vez de una. En Madrid lo podemos decir, en mi pueblo de Borox los campesinos se te reirían en la cara (si no te tiran al pilón).
Con respecto a lo de Madagascar, me parece que debe haber un error en algún sitio. Manejando sólo datos de internet, porque yo por Madagascar, la verdad, he ido poco, esa isla tiene 587.000 km2. La ecología divide al territorio en 4 áreas (subdivididas en varias subáreas); dos de ellas son selvas, una es un matorral y otra es un manglar. Pues bien, la “Selva y Brezal”, tiene 310.000 km2 de superficie y la “Selva (o bosque) Seca Caducifolia” tiene 150.000.
Si los datos que manejo son ciertos (que tal vez no), eso supone cerca de un 80 % de zona arbolada (o fácilmente “rearbolable”) en la isla, no un 15 % como dice Javier Benayas. En realidad él lo que menciona no es la cantidad de verde existente, sino la cantidad de bosque nativo superviviente (dice “bosque original”). Bueno, pero aunque así fuese, me parece, en mi ignorancia, una exageración cercana a lo de “nunca mais” o lo de Abantos decir que, textualmente, “en pocos años” Madagascar no tendrás árboles.
Siguiendo con mis comentarios sobre lo que escribe Javier Benayas, me llama la atención lo seguro que está de que su línea es la correcta. “Veo difícil ser ecológo sin tener una actitud ecologista…” Exactamente lo mismo que le dijeron los cardenales que juzgaron a Galileo o Richard Owen, nada menos que superintendente del departamento de Historia Natural del British Museum, a Darwin (bueno, a su bulldog Huxley): “Veo difícil que…”.
Se había abierto en mí un brote de esperanza cuando apuesta por la educación; pero resulta que no. Lo que pretende no es enseñar a pensar a los jóvenes para que ellos decidan si están a favor de los inuit o de las ballenas, no: él habla de enseñarles “la necesidad de introducir cambios en nuestra forma de vida”. Tú me conoces, Antonio, y sabes que no soy una persona acre, sino todo lo contrario, pero no tengo más remedio que decir que, desde María Montessori, a poco que se sepa algo de pedagogía, cuando se “educa” de manera que se hace para llegar a un fin predeterminado, a eso no se le llama educar, sino adoctrinar. Según opinión muy extendida entre los modernos pedagogos, la educación correcta debe servir para que el educando adopte decisiones por sí mismo.
Bueno y, por fin, leo algo que me da la razón: la ruleta rusa. Me dan un revólver y meten una bala en el tambor, así que tengo posibilidades de palmar y también de sobrevivir. Eso es exactamente lo que pido al ecologista o al “ecologista”, que considere que el oponente tiene una oportunidad (quizás, tal vez, acaso, pudiera ser…) de tener razón; que él no está en posesión de la verdad como no lo estaban los altivos y muchas veces geniales científicos anteriores a Galileo (bueno, Copérnico) o a Darwin.
No creo que sea tan lacerante. Ruega de mi parte a tus corresponsales que lo intenten: “A lo mejor Canel tiene razón; es dudoso pero podría ser”. ¿Lo ves? Es bastante facilito. Lo que es inadmisible intelectualmente es que alguien (que no sea mi esposa, claro) me diga: “Tú no tienes razón”. Y por todo argumento, utilizando una castiza expresión madrileña, remate con el increíble: “¡Y eso te lo digo yo!”.
Lo de Álvaro Bermejo creo que está bastante bien. Desde luego que, como dije en las primeras líneas de este ya larguísimo escrito, una de las claves está en definir qué quiere decir ser ecologista. Por cierto ¿Tú crees que se puede amar a la naturaleza y, no sólo decirlo, sino demostrarlo con tus actos normales habituales y que además te gusten las corridas de toros? En realidad todo apunta a que la respuesta la habéis dado Pessoa y tú al alimón: ni filosofía ni conocimientos: sentidos.
Vamos a ver. Tengo la sensación de que Álvaro Bermejo dice algo que no quería decir (o yo no le he entendido bien). Escribe que “hay un ecologismo extremo (…) que tiende a ser objeto de ataques (…) de aquellos que encuentran un fácil recurso para elevar la anécdota a categoría y confundir el todo con la parte”. Ya digo que no lo he entendido demasiado bien. O… ¿Es que tampoco se me permite criticar al “ecologismo extremo”? ¿Ni eso puedo hacer? ¿Te das cuenta, Antonio, como, en efecto, se nos condena a los que estamos fuera del ecologismo?
De todas formas no me siento incluido en esa categoría “sinecdóquica” (palabro inventado ahora por mí, derivado de sinécdoque) porque releo mis dos primeras entradas, las que motivan estas sus líneas, y no encuentro mención a ninguna anécdota.
(Continuará)
Gracias Canel; todos tus comentarios son bien recibidos. Un abrazo antonio
Date: Mon, 28 Apr 2014 21:01:02 +0000 To: asdemiera@hotmail.com
HIMNO AL BUEN ECOLOGISTA
-CON MÚSICA DE MONTHY PYTON-.
ALWAYS LOOK ON THE BRIGHT SIDE OF LIFE
Ignoremos los Informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático
Solo son informes, meras opiniones
Tal válidas como las mías
Da igual que las formule la élite de la ciencia global
Mi opinión, puesto que es mía, es la más universal
Multipliquemos nuestras emisiones de CO2
Dejemos que se quemen los bosques
Que avance la desertización
Digan lo que digan los ecologistas
Seguiremos respirando a pleno pulmón
Practiquemos la caza de ballenas a la japonesa
¿Qué importa que las especies se extingan a cañonazos?
Comeremos peces radiactivos de tres ojos y piel fosforescente
Como los de los Simpsons
Y seguiremos siendo felices
Aunque no comamos perdices
Acabemos con las depuradoras de aguas y residuos
Basta con abrir el grifo
Para advertir que la Naturaleza es sabía
Nunca nos faltará algo que beber
Jarabe de Coca-Cola, por ejemplo
Mientras al grito de Agua Va
Recuperamos la vieja costumbre
De arrojar la basura por la ventana
Plásticos, cartones, residuos orgánicos
Todo a mogollón
No importa
La naturaleza es sabia
Seguro que se regenerará
Despidamos por tanto a esa recua de vagos
Que trabaja en los servicios de limpieza
Y hagamos de Madrid
Un inmenso vertedero radioactivo
No importa
La Naturaleza es sabia
Seguro que se regenerará
Lo vemos todos los días
En las costas arrasadas por el Exxon-Valdez
En la ciudad-jardín de Chernobyl
En el Aquapark de Fukushima
Quien contamina paga, dicen los necios
Aun no saben que en este país se lleva la chochona
De la Tómbola del Bienestar
Es tan bello vivir
Con los ojos cerrados
Defendiendo nuestra sabia opinión
Contra viento y marea
¿Pero qué viento?
¿Qué mareo de marea?
La Base de Datos de Desastres Internacionales
estima que en España se han producido sesenta y cuatro
catástrofes naturales desde 1980
Y la cifra sigue creciendo
Otra tontería sin ningún fundamento
A qué esperamos para hacer de esta buena nueva
Un Parque Temático
De la Sostenibilidad Inteligente
En Europa no entienden
Que somos los más sabios
Los más listos
Los reyes del pelotazo
Y del ladrillo babilónico
Con vistas al mar
Cambio apartamento en Las Tablas
Por una suite en Aznalcóllar
Aunque también me vale un paddle
En el Algarrobico
Yo ni corto ni pico
Solo soy un buen ecologista
Que confía en la Madre Naturaleza
Tanto más que en la Santa Madre Iglesia
Fiémoslo todo a la divina Providencia
Propongamos de inmediato
Un buen Eurovegas
Para el muermo de Guadarrama
Qué felices seremos
Jugando a la ruleta rusa
Con el Hermano Lobo
Y el Gran Depredador
Primatemia diseminada
llamó James Lovelock
El padre de la Teoría de Gaia
A la “epidemia de primates humanos”
Que con su crecimiento exponencial
Y su agresión a la Naturaleza
De la que él mismo forma parte
Amenaza con convertir este planeta
En un divertido erial intergaláctico
Donde seremos tan felices
Como los replicantes de Blade Runner
No importa
La Naturaleza es sabia
Seguro que se regenerará
Mientras lo poco que nos queda de cordura
Se pierde en el infinito
Y más allá
No me lo puedo creer si no me lo juras ante el santo Cristo de Lezo.
¿De verdad que existe una cosa con un nombre tan subyugantemente divertido (¡Qué canallada que, antes de conocer esta “mágica” y cómica simpleza, se haya muerto García Márquez) como “Panel intergubernamental… ” Bueno, me da pereza hasta nombrarlo
Javier (perdona que te dé trato de persona conocida, pero lo hago porque creo que nos une nuestro cariño por Antonio S de M) ¿Quién dices, porque no lo he entendido bien, que le ha dicho a este “Panel” (no me lo puedo ni creer viniendo de una persona a la que, por lo poco que he leído de ti, considero culta) que es propietario de un mejor criterio que, por ejemplo, Ángel Nieto, Marcial Lafuente Estefanía, tú, yo o la concuñada del biznieto segundo del maestro Guridi?
¿En qué basas la credibilidad que otorgas al “panel” este (que da hasta risa escribir esta cursilada) , -aparte de la que pueda conferir el pago de cuatro euros mensuales (o así) a Greenpeace España S.L. (porque supongo que sabes que, en España, Greenpeace es una sociedad mercantil limitada)?
De verdad. Hago grandes esfuerzos por ponerme de vuestra parte, pero una organización que empieza su nombre con la cursilada de “panel” (admito que aún sería peor lo de “taller”) ni me encontrará jamás a su lado ni, eso es seguro, puede ser seria.
O, si lo es, la gente como yo, básicamente ignorante y miembro de lo que se llamaba en el Antiguo Régimen estamento de “hombres buenos” (qué maravillosamente sensible denominación), no tenemos más remedio que creer que detrás de ese pintoresco nombre (lo siento de verdad), no hay más que un artificioso esfuerzo, acaso necesario, por cobrar una subvención de un ministro (o ministrín) absolutamente memo.
¡Viva,la navaja de Occam!
¡Abajo (a ver quién tiene el valor de negarlo) los atentados contra la naturalidad en el idioma! (Los “ecologistas”, o los ecologistas ¿no defienden la sencillez (o economía, o calidad) del leguaje? ¿Interesante pregunta ¿No?)
Por lo demás, Javier, te aseguro que poemas tan primarios como el que nos remites… No sé. ¡En fin! Sin la menor presunción y sin ánimo de ofender a nadie, yo se los escribo a los hijos de mi asistenta los días de su cumpleaños.
A mi, como amante de la naturaleza, me encanta el folclore, pero lo que nos has mandado, como diría la mayoría de los hijos de nuestra generación… ¡Es muy fuerte!
Gracias de todas formas.
Canel
ANTE TIRIOS Y TROYANOS (y III)
Piensa Álvaro Bermejo que “cada palabra en favor de una mayor concienciación naturalista obra en beneficio de este país…”. Bueno, yo estaría de acuerdo si se añadiese, tras el sintagma “cada palabra”, el vocablo “sensata”.
Los dos ejemplos que yo he citado del “Prestige” y Abantos, más todas las teorías catastrofistas que yo ya estudié cuando éramos “solo” dos mil quinientos millones de personas sobre la falta de alimentos en el mundo, el numerito de la anchoa del norte de hace unos años (hubo empresas que invirtieron decenas de millones de euros en fábricas de sucedáneos de anchoas), la multa descomunal y ridícula a un labriego que mató un lagarto, la benevolencia ante la práctica de la piratería (con rígidas normas punitivas para todos los piratas del mundo menos para uno), la proximidad de algunos movimientos ecológicos a otros que sufren un rechazo social injusto si se quiere, pero cierto (abortistas, okupas, indignados, etc)… Todas esas cosas, son “palabras en favor de…” (Bueno, más que palabras) y, lamento contradecir al autor de la frase, no obran en favor del país, entre otras razones porque alejan al común de los mortales de los movimientos ecologistas racionales y equilibrados.
Dice Bermejo que el castizo neodarwiniano proclama, “destruyamos el planeta, seguro que se regenerará”. Si se refiere a mí le digo que está equivocado. Yo no digo eso, digo exactamente lo contrario: lo que digo es que el hombre, ni siquiera esmerándose, es capaz de destruir ni la naturaleza ni, desde luego, el planeta Tierra (que sólo es una parte, y no demasiado grande, por cierto, de la naturaleza). Esa es la tesis de este castizo neodarwiniano (nadie me había llamado así), entre otras razones porque el hombre, en el que tú y yo coincidimos que ES NATURALEZA, dispone de algunos mecanismos que se activan automáticamente sin necesidad de darle al “ON”, como son el instinto de conservación y el de supervivencia.
¡Hombre! Bienvenida sea la mención que se hace del desierto. Yo ya sé lo que piensa el dinosaurio, pero me interesaría saber la opinión de la mariposa.
Hoy en día se han localizado concavidades del terreno en el Sahara, con la “zona saturada” de la capa freática relativamente cercana a la superficie, capaces de convertirse en lagunas si se llenasen de agua.
La idea es muy simple. Tras estudiar el régimen de vientos, se lleva agua a las concavidades seleccionadas, se forman grandes embalses, el vapor evaporará el agua, se generarán nubes que se desplazarán hacia núcleos poblacionales pobres (de ahí lo del régimen de vientos), lloverá y, con el agua caída variará el clima y se fertilizará el suelo de las regiones elegidas.
Bueno ¿Y cómo se lleva el agua hasta allí? Pues muy fácil, con una bomba movida por… ¡Energía atómica de fisión! Ya digo que conocemos la opinión del dinosaurio, pero me gustaría saber si la mariposa aceptaría tan peligrosa energía o si, atenazada por el pavor a lo nuclear, se sentará a ver por la tele el dantesco espectáculo de los niños desnutridos acosados por las moscas en el Sahel.
De todas formas, la noticia que nos da Álvaro Bermejo es incompleta y, aun así, viene (y por ello se lo agradezco) a darme la razón. No nos dice ni que el Sahara fue océano antes que bosque, ni que los procesos de transformación de uno a otro estado se produjeron sin intervención de la pecadora mano del hombre. Mi pregunta es simple: ¿Se equivocaron las placas tectónicas? ¿Acertaron?
Con respecto a lo de Franco, ya te lo había avisado, Antonio. Está escrito aquí, en este blog: terminarán con el inteligente y persuasivo argumento filosófico de llamarme fascista. Eso era histórico. Me llama la atención el que sólo en el terreno de la conservación de la naturaleza se me trate así; y, claro, me pregunto por qué pasará eso, porque no creo que sea por inseguridad de quienes lo hacen ¿No? Aunque ahora se me ocurre que, en efecto, son consecuentes: Canel, como es humano, NO ES NATURALEZA, luego no merece la pena respetarle y protegerle.
Y a Ana, decirle que también está equivocada conmigo (como sabes yo soy uno de los 20.000 que ya han firmado). No sé muy bien cómo debo explicar esto para que se me entienda. Lo único de lo que me quejo es de la prepotencia (soberbia no gustó) del “ecologista”. La evidencia es que las placas tectónicas son más listas que Ana, tú y yo juntos. Todo gira alrededor de que los ecologistas creen que son sólo ellos (no las placas tectónicas, por ejemplo) quienes tienen la solución al Armagedon ecológico que se nos avecina, mientras que yo creo que no se nos avecina ningún Armagedón, porque si las placas tectónicas son ya más listas que Ana, tú y yo juntos, ya ni te cuento lo lista que puede ser toda la Naturaleza junta.
O se tiene las ideas muy poco firmes (que a lo mejor es eso), o esta opinión mía no puede ser considerada un insulto o una agresión para nadie.
A mí me parece fenomenal que un tío sea ecologista. Me encanta tener amigos ahí pero, por favor, por no estar yo con ellos no odio a la naturaleza. Lo que me pasa es que no aguanto la altanería de quien (en ecología, en hockey sobre patines o en el proceloso mundo de las barras americanas) no solo se cree en posesión de la verdad, sino que te denigra si no coincides con él.
Y otra cosa más, para Ana. Ha estado al borde de caer en lo que he criticado en el párrafo anterior. Leo que te dice que sin duda tienes que ser ecologista porque, textualmente, “has logrado que tus hijos amemos, respetemos, protejamos y anhelemos la naturaleza…” No sé por qué nos mira a los demás por encima del hombro. Yo, por poner un caso que conozco, también amo, respeto y protejo a la naturaleza y mi padre no era ecologista.
No quiero terminar, Antonio, sin decir que, tal y como yo suponía (porque esto es una constante en mis debates sobre este asunto) nadie ha respondido a las preguntas que yo hice. Acaso por esa razón he encontrado más invectivas que palabras de comprensión (no pido adhesión) a mi forma de pensar. Como me temía (y ya son años esperando de alguien esas respuestas), me quedaré sin saber por qué una de las partes de la discusión decide, sin que nadie le haya nombrado árbitro, cuál de las dos facciones está en lo cierto. No solo nadie le ha nombrado árbitro, sino que si acaso llegase a serlo por decisión del dedo divino, sería a un tiempo juez y parte.
Por lo demás, si me autorizas, una vez terminado este extensísimo rollo daré por cerrada la cuestión por mi parte. En adelante leeré en silencio lo que se me quiera, si es que me lo merezco, contestar.
Gracias por tu espacio y perdón por lo largo que he sido. Te prometo que no volveré a intervenir en tu blog hasta, por ejemplo, finales de junio.
Te envío un abrazo que te ruego que compartas con tus corresponsales y en especial con Ana (no es por odio a los demás, es que es la única a la que conozco, que todo lo tengo que explicar para no crear suspicacias).
Canel