“Todos los demás son culpables, salvo yo”.
Celine
La tentación de la inocencia está muy extendida y puede llegar a ser muy peligrosa. Dice Bruckner que, junto con el victimismo, se ha convertido en una de las patologías más acusadas del individuo contemporáneo. Tiene su raíz en la creencia de que si no infrinjo las normas básicas de la convivencia y no me siento por lo tanto culpable, soy inocente. En mis tiempos de Fundaciones tiré con frecuencia de esta tentación para explicar la actitud de aquellos que piensan que cumplidas sus obligaciones fiscales pueden olvidarse de cualquier otro deber de solidaridad y la utilicé también en mis tiempos del Guadarrama –en esos tiempos sigo todavía- para dar un tirón de orejas a aquellos que piensan que la responsabilidad de los males que aquejan a la Sierra, que son muchos, es siempre de los políticos, o de los que no firman el Acuerdo de Kioto u otros Acuerdos, o de los Ayuntamientos o de la Comunidad, es decir de los otros, siempre de los otros, da igual de quien se trate. Tendemos a ser muy exigentes, muy rigurosos, con los comportamientos de los demás y muy compresivos con los nuestros. Con más frecuencia de la debida nos dejamos llevar por esa tentación de la inocencia: no sabíamos, no podíamos… Reacción infantil que nos deja como ciudadanos incompletos, ciudadanos de segunda. Los derechos van con las obligaciones, un gran poder, como se decía en el comic de superhéroes, conlleva una gran responsabilidad.
Me venían a la cabeza estas consideraciones que tenía ya medio olvidadas, en la presentación del Informe de Energía y Sostenibilidad en España 2013 que tuvo lugar la semana pasada en la Universidad de Comillas. Las cosas no pintan bien, nos vino a decir el profesor Linares, actual vicerrector de esta Universidad: a pesar de que baja el consumo final de energía, fundamentalmente a causa de la crisis, las emisiones de CO2, la dependencia energética y los costos de suministro han aumentado. O sea, malas noticias para nuestro planeta y, sobre todo, para los humanos que lo habitamos.
En la segunda parte de la presentación, Ignacio Pérez Arriaga profesor de Comillas y del MIT, se refirió, si no le entendí mal, a la causa más inmediata de lo que estaba pasando: era la política energética del gobierno la que había producido tan indeseables resultados. Una vez más el gobierno era el culpable. Ya lo decían hace muchos años Tip y Coll: la próxima semana hablaremos del gobierno. Este gobierno y todos los gobiernos tienen poder, muchas responsabilidades, muchas culpas…. Sí, pero no todas, y no en todo, pensaba yo.
Al escuchar aquello se me volvió a encender la lucecita de alarma de la tentación de la inocencia: ¿y las empresas qué?, ¿y los ciudadanos qué? Parecía que no se les tenía en cuenta en aquel Observatorio, parecía que no interesaba lo que hacían o dejaban de hacer cuando resulta que en España las familias consumimos más del 40% de la energía y emitimos incluso más CO2. El profesor Pérez Arriaga dio recomendaciones muy bien fundadas al gobierno, pero eché de menos que nos las diera también a los ciudadanos: así lo dije en el coloquio y creo que me entendió.
Espero tener ocasión de explicarle algún día las razones de mi preocupación. Tienen que ver con la tentación de la inocencia que da título a esta entrada; porque la tendencia a la pasividad que resulta de esa peligrosa tendencia a mirar para otro lado y atribuir la culpa de todos los problemas y de todos los males a los demás, se puede ver reforzada si no recibimos señales que nos recuerden nuestras obligaciones y nuestras responsabilidades. De lo que estábamos hablando en definitiva en la universidad de Comillas era de la conservación del planeta y es ese un asunto que nos concierne a todos y empieza por nuestra propia casa. Leemos en un reportaje aparecido estos días en El País que el impacto del cambio climático se nota ya en todo el mundo y que si no se toman las medidas oportunas los éxodos, los conflictos y la pobreza crecerán de forma alarmante en los próximos años. Los gobiernos tienen por supuesto una gran responsabilidad ante asunto tan crucial, pero los ciudadanos no podemos quedarnos cruzados de brazos. Por eso creo que el Observatorio de Comillas y todos los observatorios nos lo tienen que hacer ver y recordar continuamente. Para que no nos olvidemos de ello, para que no caigamos en la tentación de la inocencia.
Estoy de acuerdo contigo Antonio, siempre miramos para otro lado cono los niños cuándo se les pregunta que quién ha sido y contestan “pío pío que yo no he sido…” Creo que todos somos responsables, en cierta medida de lo que ocurre y más con el cambio climático. Gracias por recordarlo Antonio!!!
+Quiero referirme a “la tentación de la inocencia” : Dentro de nada cumpliré los ochenta años y entre las ventajas que me da esa edad , está la de la perspectiva. Tengo a mis nietos a los que adoro. Gracias a ellos y a través de ellos puedo concienciarme con el futuro. El futuro así en general indeterminado se convierte en “su futuro” muy determinado donde tus comentarios sobre la conservación de la naturaleza adquieren un valor de “urgencia”. Gracias Antonio por la defensa que haces de Laurita ,Martín , Elena…. Un abrazo . Nacho
Excelente entrada, Antonio.
Permíteme que te dé las réplica con el extracto que publiqué en EL DIARIO VASCO, durante los días del Prestige: Se titulaba “La posibilidad Ecoeficiente”, y dice así:
Cuando se multiplicaban los casos de cólera en la antigua Roma, los ingenieros del César sabían muy bien cómo detener la epidemia: construían redes de alcantarillado para separar las aguas residuales de los depósitos de abastecimiento. Es decir, concentraban la contaminación y la alejaban de la ciudad. Dos mil años después, cuando debatimos la ubicación de una planta incineradora de residuos en las afueras de San Sebastián, cuando vuelve a ponerse de actualidad la polémica sobre si se acertó o no alejando el Prestige de las costas gallegas, o cuando vemos alzarse la columna de humo generada por el incendio de los depósitos de Hemel Hampstead, en las afueras de Londres, todo esto en pleno siglo XXI, en realidad estamos sufriendo las consecuencias de una política ambiental heredera de los ingenieros de Julio César.
(…)
Pese a haber heredado un catastrófico pasivo contaminante como consecuencia de tantas décadas de desarrollismo salvaje, hoy el sector industrial vasco es el que cuenta con mayor número de empresas acreditadas con sistemas de gestión ambiental, no sólo en España, sino dentro de toda la UE. Este éxito se sostiene sobre el esfuerzo de centenares de empresas, grandes y pequeñas, por mejorar su comportamiento ecológico. Ahora bien, si una empresa puede permitirse pensar en términos de “Ecoeficiencia” y “Ecodiseño”, ¿ qué impide proyectar esa mentalidad de lo público a lo privado ?
Cuando afirmamos que hoy, en España, el consumo energético final está creciendo por encima del doble del PIB, no sólo acreditamos una ineficacia energética alarmante, sino que abonamos una cultura del derroche que supone ya toda una epidemia nacional. Adictos al consumo energético sin límite y poco afectos a la implantación de energías limpias, hemos caído en la errónea mentalidad de esos nuevos ricos que consideran que el bienestar es directamente proporcional al consumo, ignorando la importancia de bienes públicos como la calidad ambiental.
Es urgente rebatir esa forma de pensar a todos los niveles. Pero sobre todo en las instancias públicas que tanto fomentan el consumo responsable en las empresas, sin que eso impida –paradoja de las paradojas-, que los sectores que más están aumentando sus emisiones contaminantes sean precisamente los que dependen de las políticas públicas y de los propios ciudadanos, como el transporte o el residencial. Después de Kioto, después de Montreal, es el momento de que cada administración, sea autónoma o estatal, acometa acciones decididas en su ámbito de responsabilidad.
No es prescriptivo ser un gran empresario para ser “ecoeficiente” en la vida diaria, como tampoco es imprescindible haber estado en Montreal para saber cuál es el camino. Todos los ecos de Montreal riman con la palabra ecología. Qué palabra ésta, tan fácil de pronunciar y tan difícil de aplicar. Y, sin embargo, ¿ existen alternativas?
Más allá de la amenaza del cambio climático, en el horizonte de 2020 se adivinan ya los grandes vectores que van a condicionar nuestro futuro. La escasez de combustibles fósiles y la necesidad de nuevas fuentes de energía, la globalización de los mercados y de los problemas, la deslocalización de las industrias, pero también la de las responsabilidades colectivas. Montreal sólo es un paso para reconciliar a la humanidad con el planeta. El paso más grande, sin embargo, implica un compromiso personal por cambiar nuestros hábitos de vida y de consumo.
Un gobierno, cualquier gobierno, puede ser tan ecoeficiente como nuestras mejores empresas, y cada ciudadano es responsable de su propio ecodiseño vital. En términos ecológicos sólo hay una manera de tener éxito, y es conseguir que éste sea obra de todos. Por eso hemos de entender Kioto y Montreal como puntos de no retorno. Lo contrario sería mucho peor que volver a los tiempos del César.
Si no detenemos el reloj de este Milenio Tóxico, entraremos en la cuenta atrás para hacer de la Tierra el planeta de Nunca Jamás.
Thanks a lot for sharing!