No sé realmente que mosca me ha picado, pero, sea la que sea, está siendo muy perseverante porque cada vez que paso por la estación de Sol del Metro de Madrid y veo lo de Vodafone me llevan los demonios. No es nada personal ni que afecte a mi bolsillo, así que debe de haber razones de fondo para que me irrite de tal manera con un asunto que, en principio, ni me va ni me viene.
En algún momento he llegado a pensar que, a lo peor, me estaba volviendo un maniático; solo yo me indignaba por lo que aparentemente era un simple e inocente cambio de nombre de una estación de Metro. Pero, puesto a indagar, pronto pude descubrir que no estaba solo, que había otros muchos que compartían mi enojo. Me metí en Google y leí complacido como un Antonio Muñoz Molina denunciaba el ultraje cometido contra la ciudad y confesaba que cada vez que veía en los mapas del Metro el logo de la lagrimita o la comilla, “le llevaban silenciosamente los demonios”. Pues mira que bien: exactamente lo mismo que me pasa a mí, pensé. Me tranquilizó, he de reconocerlo, estar en tan buena compañía.
En busca de posibles argumentos jurídicos me dirigí al profesor Laporta. Es el autor de “El imperio de la Ley”, un buen amigo y un excelente consejero. Estaba también muy enfadado por lo de Vodafone -me dijo que casi gritó en el vagón cuando lo vio por primera vez al pasar por Sol- pero que lo jurídico en este caso era lo de menos. Si quieres saber cual es realmente la mosca que te ha picado, me vino a decir, acude a Michael Sandel, un eminente profesor de ética de Harvard que ha escrito un libro titulado “Lo que el dinero no puede comprar”.
Entré esa misma noche en un TED Talk y escuché con atención la predica de Sandel. Lo que dice tiene que ver naturalmente con su libro y se puede resumir en algo tan simple y tan directo como que hay cosas que deben de quedar fuera del comercio. Por supuesto que Sandel no habla del caso de la estación de Sol, pero seguro que si hubiera sabido que ese símbolo de Madrid había sido vendido a una marca, hubiera puesto, como yo y otros muchos, el grito en el cielo.
No podemos dejar nuestra vida en manos del mercado, dice Sandel, sin correr el riesgo de que se socaven valores y prácticas sociales que deberían de considerarse inviolables. Ahí está el problema. Una cosa es la economía de mercado y otra muy diferente la sociedad de mercado. ¿No estaría en la confusión de ambos conceptos, la razón de mi enojo?.
Creo que sí y, por el momento, me quedo tranquilo. Ya sé, más o menos, lo que me pasa. No creo que cunda el ejemplo y espero que lo acaben quitando. Esa mosca que me ha picado a mí seguro que le ha picado también a muchos más. Gente de todas edades y formas de pensar que considera que hay cosas importantes que no están ni estarán nunca en el mercado de las marcas. Seguiré, sin embargo, indagando.
Pienso que los lugares tienen cierta sustancia, incluso personalidad, por eso tienen nombre y el nombre evoca esa sustancia, esa personalidad. No son objetos, no son mercancías. Poner un nombre comercial a un lugar es desnaturalizarlo, depersonalizarlo, desustanciarlo. Y además indica un tendencia que de propagarse actuaría como una ventolera de frivolidad, de banalidad y de mercantilización de los significados de los sitios. Que no se propague ese viento.
Me ha gustado mucho esta nueva entrada de tu blog. Yo también estoy indignado, sorprendido, alucinado. A lo mejor el tiempo que nos viene tiene que ver muy poco con lo que somos, pensamos, queremos, algunos o muchos, no sé. A lo mejor en un futuro no muy lejano todo acabe siendo susceptible de ir asociado a una marca, incluso las cosas más íntimas y personales… Quién puede saber lo que nos depara el futuro, si parece que nadie sabe ni controla nada… Como si nos dejásemos llevar al albur de lo que dictan las reglas invisibles del mercado…..
No entiendo, sin embargo, el último sin embargo de tu texto…
Más que una mosca, querido Antonio, me temo que lo que te persigue es el perturbador tábano socrático. Ese que ayuda a pensar y cuyo aleteo genera un esperanzador efecto mariposa. A título ilustrativo, transcribo un párrafo de uno de los últimos libros de Naomí Klein, se diría que lo escribió después de pasar “sub sola”, bajo la Puerta del Sol: «Hoy en día, las multinacionales no producen cosas, sino imágenes de las propias brand, las marcas que las representan. No producen bienes o servicios, sino marketing. Las multinacionales están compitiendo entre sí en una carrera hacia la virtualidad.
La marca, en su acepción contemporánea, totalizante, es una invención reciente que se remonta a los primeros años ochenta. Antes, una marca identificaba un producto o una categoría de productos: Marlboro era cigarrillos y Ford, coches. Pero con la explosión de las técnicas de marketing, del conjunto de instrumentos para promover la venta de un producto, la marca se convirtieron en un estado mental, en un brainware con el que equipar al ignorante consumidor para inducirlo a comprar (…) Virgin hará de pionera en Occidente de la creación de una marca a partir de las características psicológicas genéricas de “frescura juvenil e irreverente” que se podrá poner indistintamente en discos, libros, aviones o refrescos. El producto es contingente. Lo importante, de ahora en más, es el símbolo, el significado con que los publicistas recubren una marca. Las guerras entre Pepsi y Coca-Cola de los años ochenta versan precisamente sobre cuál de estas dos multinacionales conseguirá dirigir una imagen de marca más proyectada hacia el mercado juvenil. Hoy asistimos a un proceso por el cual las marcas trascienden del mundo real del consumo de productos al mundo evanescente de la imagen y de la personalidad del consumidor. Nacen las superbrands, las megamarcas, presentes y reconocibles en las cuatro puntas del globo. Hoy en día, cada adolescente del mundo, en Roma como en Lagos, en Seattle como en Buenos Aires, proyecta sus sueños sobre el fondo centelleante de un centro comercial”
Naomi Klein, “No Logo”
Pues si he contado bien ya somos seis a los que les disgusta, ¡no! seguro que somos muchos, muchísimos más. Creo que la cuestión es resistir, siempre cabe la posibilidad de quedar como unos nostálgicos que iremos desapareciendo, pero en esto soy muy optimista, veo generaciones posteriores incluso muy posteriores a la mía muy muy concienciados. Al menos a mi, me infunden una gran confianza en que volveremos a ser y vivir razonablemente con sentido común, otra cuestión distinta es ¿cuando?…
¡Qué tristeza leer tu última entrada!. Esas noticias no llegan aquí a la ría de la Rabia o si han llegado, entre muchos localismos, debía de andar yo distraída con otros asuntos. El caso es que me ha picado un gran moscardón. No sé el resto de los bloggeros pero yo soy del 65. Aunque no estaría mal cambiar el nombre de la boca de metro londinense Picadilly Circus a Tío Pepe.
Bobadas a parte….¡qué las cosas se queden como estaban! (en este caso).
Es una humillación para Madrid; ésta es mi opinión condensada. Y por supuesto, nunca contrataré, y estoy lejos de ser el único, los servicios de esa compañia.
Perdóname pero desde mi punto de vista son aún peores los que “tenemos contratados” y firmaron ese acuerdo defendiendo lo público, claro que esa era su opinión.
Yo ejerzo mi rebeldía de tábano llamándole a la estación “Movistar Sol”. Lo he dicho tantas veces que ya me sale automáticamente. Si todo el mundo lo hiciera, posiblemente retirarían esa publicidad indigna más pronto que tarde.
Me gusta tu idea Carlos y creo que habría que difundirla, Sé que tu no eres muy tuitero perp pienso que no sería mala idea difundirla a través de ese medio. Hoy mismo yo voy a escribir uno, un tuit quiero decir, a ver que pasa.